Homilías

Viernes, 27 abril 2018 10:54

Homilía del cardenal Osoro en la Misa funeral en homenaje a Cervantes (26-04-2018)

  • Print
  • Email

Excelentísimo Señor don Darío Villanueva, director de la Real Academia Española. Excelentísimos académicos. Hermanos y hermanas todos.
 
Nos reunimos un año más en esta Iglesia del convento de las Trinitarias Descalzas para rendir un homenaje hecho desde Dios mismo, desde las entrañas mismas de un Dios que ha querido acercarse a nosotros, a don Miguel de Cervantes y a cuantos cultivaron las letras hispanas, junto a los académicos fallecidos. Damos gracias a Dios por este momento que el Señor nos permite vivir a todos nosotros.
 
La palabra que acabamos de escuchar nos ayuda a encontrar un sentido profundo a lo que aquí estamos celebrando. Juntos hemos repetido: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero». Y nadie mejor que ustedes saben que una palabra bien utilizada, para comunicarnos los hombres, es cierto que es lámpara y es luz. Por eso, aunque el texto y el salmo 118 que hemos recitado se refiere a la palabra de Dios, también es cierto que se refiere a las palabras que nosotros decimos y con las cuales nos comunicamos.
 
Hoy el Señor desea que meditemos sus preceptos, que seamos sagaces para no apartarnos de su senda y para dirigir nuestra vida según sus mandatos. El Señor nos quiere entregar la verdad.  Como un filósofo español decía: nunca he podido pasar, o rara vez me ha sucedido, por un lugar que haya sido sacro, sin comenzar a temblar. Pues, para descubrir lo divino, está el pensamiento. Lo sacro está adscrito a un lugar, está mudo, hace señas, atrae, se puede uno quedar pegado, pero de ahí no sale. Por así decir, lo divino y en lo divino es lo contrario, sucede lo contrario: es la transparencia, es la presencia que queríamos encontrar siempre y que, aunque no la encontremos,  sabemos que está ahí.
 
El ser humano, queridos hermanos, es un ser a medias. Es, como decía una filósofa española, el heterodoxo que busca siempre la transcendencia, pero vive en la realidad cotidiana, pero añora esa otra realidad plena. Lo que estamos celebrando aquí es precisamente el saber que tenemos otra realidad, más plena, más verdadera: el encuentro con Dios. El encuentro definitivo con Dios. Lo divino es una experiencia o una vivencia experiencial que parte de la propia interioridad humana y que se expresa a través, como lo estamos haciendo ahora, de este momento singular y religioso que estamos viviendo todos nosotros.
 
Tres cosas querría deciros esta tarde a todos ustedes.
 
En primer lugar, quiero hablarles de una sabiduría que es sabiduría divina. Sí. Una sabiduría que no viene de los hombres, que viene de Dios, pero que es una sabiduría atractiva.

La relación entre el ser humano y Dios, a la que ya Zubiri llamaba realización, por ser constitutiva y propia de la persona: no tener a Dios sería no tener límite, pues ¿quién entonces habría de limitarlos? ¿Quién encajaría en nuestro ser, en ese hueco que ciertamente estamos esperando todos? Y de faltarnos de veras a los hombres Dios, faltaría el peso, la gravedad, la vida verdadera. Si perdemos a Dios, ¿qué hacemos de nuestra libertad?

En definitiva, esto es lo que el apóstol Pablo decía a aquellos hombres y mujeres de la comunidad de Corintio: cuando vine a vosotros, a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría. No. Solo me precié de saber a Jesucristo, de conocerlo, de haber tenido una experiencia profunda de Él, de haberme encontrado de tal manera con Él que cambié la dirección de mi vida absolutamente, giré mi vida, miré hacia otra parte según el Señor me indicaba, porque comencé a apoyarme no en la sabiduría que viene de los hombres, sino en la sabiduría de un Dios que no ha conocido, nos decía el apóstol Pablo, ningún príncipe de este mundo, porque es un regalo de Dios.
 
Este es el regalo que esta noche todos nosotros, en esta memoria y en recuerdo que hacemos, tenemos. Esa sabiduría que viene de Dios. Que nos la ha regalado el Señor. Que nos hace saber que si vivimos, vivimos para Dios; y si morimos, morimos para Dios. En la vida y en la muerte, somos de Dios.

Pues, queridos hermanos: esta es la misión. Anunciar a este Dios que nos ha dicho que la libertad la alcanzamos solo en Él, la conquistamos o nos la conquista Él mismo. Por eso, la vida cristiana es una forma de vivir. Ella misma narra todo, acerca de las propias convicciones que uno tiene, la propia vida que hacemos junto a los demás.

Cuentan de una entrevista que hace un amigo hace con Ortega y Gasset, en la que el maestro advierte a la persona que tenía al lado: retrocede, no te vayas tan lejos. Y, sin embargo, esa persona le dice: hay que ir más lejos. Lo cual no significa ninguna condición espiritual, sino una creencia intima, le decía al profesor. Más allá. Claro. Porque si no se va más allá, no se va a ninguna parte. Esto es lo que el apóstol Pablo nos regala esta noche a nosotros: «Vengo a hablaros de otra sabiduría, que es la que viene de Dios».

En segundo lugar, queridos hermanos, yo quería deciros también, que somos sal y luz de la tierra. Somos sal. Sí. Tenemos que dar sabor a esta tierra. Tenemos que quitar oscuridad. Y sabemos que nuestras luces, las propias, tienen poco alcance. Que la capacidad para dar un sabor diferente a la vida tiene, también para nosotros, unos límites serios. Es necesario que nos pongamos en esa dimensión de Dios; en eso que algunos autores han llamado la razón poética, que no quiere decir que sea mentira. Una razón que defiende la verdad. Pero la defiende de tal manera que lo quiere decir con unas palabras que, quizá, no estamos acostumbrados a escuchar, pero que, sin embargo, nos dicen y nos hablan de que tenemos que ser esa sal y esa luz en medio de los hombres.

Queridos hermanos: hoy el Señor nos invita a esto. Hoy, el momento histórico que estamos viviendo, nos invita a esto: a dar otro sabor diferente a la historia, a la convivencia de los hombres. A dar una luz diferente. Sí. Las luces que damos los hombres no nos bastan. Tenemos que traspasar. Tenemos que ser hijos nacidos de ese sueño que Dios mismo nos hace realidad y nos regala: su propia existencia y su propia vida.

Y todo ello, y en tercer lugar, porque la gloria del hombre es Dios mismo, queridos hermanos. Sí. Nos lo ha dicho el Señor en el Evangelio: que alumbre así vuestra luz a los hombres. Esa es vuestra gloria. Dar la luz que Dios nos regala. Dar el sabor que Dios entrega. Y esto hacerlo, como nos dice el Evangelio que hemos escuchado, con obras y con palabras. Que las palabras respondan a las obras que realizamos en nuestra vida.

Como veis, queridos hermanos, esta invitación que nos hace el Señor es grande. Es grande. Sorprende. Quisiera que todos nos arriesgásemos para, simplemente, contar lo que nos dice el apóstol Pablo: antes tenía otra sabiduría, y los resultados que daban eran resultados de muerte; hoy, acojo la que me ha dado Jesucristo, que da resultados de vida, para mi y para los que me encuentro.

Que nosotros tengamos esa capacidad. La que nos regala el Señor con su presencia dentro de unos momentos, en el misterio de la Eucaristía. Para también dar vida. Sorprender. Sorprender con esa apertura que, cuando se la hacemos a Dios, nosotros mismos nos sorprendemos y somos capaces de sorprender a los demás.

Que el Señor os bendiga y os guarde siempre. Que seamos capaces de hacer verdad lo que hace un instante escuchábamos: «lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero». Que sea la palabra del Señor la que hoy nos regala luz y lámpara. Que seamos capaces de regalársela a los demás siempre.  

Que el Señor os bendiga y os guarde. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search