Homilías

Miércoles, 17 enero 2018 13:10

Homilía del cardenal Osoro en la Misa funeral por don Justo Bermejo (16-01-2018)

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Querido don Antonio, cardenal emérito de Madrid; querido don Jesús, obispo de Ávila; queridos obispos electos auxiliares de Madrid, vicario general, deán de la catedral y cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes, seminaristas. Querida familia de don Justo. Hermanos y hermanas.

Siempre que se le preguntaba a don Justo «¿cómo estás?», la respuesta era: «mejor que nunca». Y cuando estamos celebrando esta Eucaristía, que ofrecemos por él, ciertamente tenemos que recordar estas palabras. Porque es verdad que está en manos de nuestro Señor. Y nosotros queremos, con nuestra oración, ponerle en sus manos. Y la respuesta de él a esa pregunta también sería: «mejor que nunca».

Queridos hermanos. Para todos nosotros hay algo especialmente importante en nuestra vida. Aquellas palabras del anciano Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu sievo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación». Pues, queridos hermanos, ese «ahora» tiene precisamente la fuerza para resolver cualquier conflicto. Y, especialmente, la oscuridad de la muerte. Ese «ahora» es la irrupción de Dios en la historia y en la vida del hombre. Sí. Para don Justo terminó el tiempo. Comienza la eternidad.

Hemos de hacer saber a todos los hombres que ahora, precisamente ahora, es la gran oportunidad que tenemos para entrar en la experiencia de la verdad y de la vida, en la experiencia del amor que nos ofrece Jesús para superar toda oscuridad que llegue a nuestra existencia. Queridos hermanos: esto es lo que nosotros estamos celebrando y viviendo en estos momentos.

Quisiera deciros esta noche, con tres palabras que permanentemente estamos predicando, lo que la Palabra de Dos nos acaba de decir e iluminar, y lo que la Palabra de Dios nos hace también iluminar la vida de don Justo: la palabra 'amor', la palabra 'palabra', y la palabra 'silencio'.

Los fieles a su amor hemos escuchado: «seguirán a su lado». Hemos oído hace un instante: «la vida de los justos está en manos de Dios». Y todos vosotros sabéis que, en la Biblia, el justo no era precisamente el que no era pecador, sino el ser humano que se ponía de cara a Dios, que imploraba a su misericordia y se dejaba invadir por el amor de Dios. Mientras que el pecador era el que se volvía de espaldas a Dios, el que no quería contar con esa luz y con ese amor de Dios. «Los fieles a su amor seguirán a su lado». La vida de los justos, de los que están y quieren ponerse de cara a Dios, y de los que ayudan a poner a otros de cara a Dios, está en manos de Dios. Los que estáis aquí, muchos sacerdotes y fieles también, habéis conocido a don Justo. Su vida estuvo dedicada, fundamentalmente en estos últimos años, a los sacerdotes; acompañándoles y visitándolos. Manifestaba precisamente con ello que el amor de Dios a través de él quería seguir al lado de los hombres.

Por eso, nosotros no queremos caer en la insensatez, ni en la desgracia ni en la destrucción ante acontecimientos como la muerte, que nos separan de este mundo. Nosotros, hace un momento, encendíamos el cirio pascual, que representa a Jesucristo, que ha triunfado de la oscuridad y sigue dando luz. Y nos da luz. Nosotros queremos vivir desde la sensatez y desde la gracia que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo, regalándonos su propio triunfo. Aquello que le dijo a la hermana de Lázaro, cuando Marta salió en su búsqueda, y le dijo a Jesús: «Si hubieras estado aquí, no hubiera muerto mi hermano». La gran respuesta de Jesús a Marta, que tantas veces nosotros tenemos que escuchar, fue: «Tu hermano resucitará». La respuesta de Marta fue: «Ya sé que resucitará al final de los tiempos». Y Jesús le sigue repitiendo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Esta es también la pregunta que nos hace a nosotros el Señor hoy, al hacer esta oración y celebrar esta Eucaristía, haciendo memoria de la vida de don Justo: ¿Creéis esto? ¿Creemos de verdad que Jesús es la resurrección y la vida? Porque si lo creemos, se hacen verdad estas palabras que acabamos de escuchar: «El Señor reinará sobre ellos, sobre los justos, eternamente. Los que confían en el Señor comprenderán la verdad. Los fieles a su amor seguirán a su lado». 

El amor, queridos hermanos. Una primera palabra. Dejémonos amar por Jesucristo nuestro Señor, que nos ha regalado su propia vida. Con su vida, nos ha regalado su triunfo. Y vivamos coherentes, de cara a Dios, en manos de Dios, recibiendo los favores de Dios.

En segundo lugar, los fieles al Señor creemos en su palabra. Qué canto tan bello hemos hecho, a través del salmo 22: «El Señor es  mi pastor, nada me falta». Creemos en su palabra. Aún caminando por caminos oscuros, sabemos que el Señor siempre está con nosotros. En este camino oscuro de la muerte, el Señor está con nosotros, va con nosotros, nada nos falta; me conduce hacia esa fuente tranquila que es el Señor mismo, me abraza, repara mis fuerzas, me guía. El Señor siempre va conmigo. El Señor prepara esta mesa, me unge con ese perfume de la vida eterna.

Es verdad, queridos hermanos, que creemos en su palabra. Y que la bondad y la misericordia del Señor nos acompañan toda nuestra vida. Y hoy, cuando venimos esta noche, a la catedral, a celebrar esta Eucaristía, ofreciéndola por don Justo, creemos en esta palabra: la bondad y la misericordia acompañan la vida de don Justo. Él creyó en esta palabra, predicó esta palabra, anunció esta palabra, comunicó con su vida esta palabra. Fue optimista. Ante la vida, ante las diversas situaciones, él se fiaba de la palabra del Señor. Por eso, nosotros queremos poner esta noche a buen recaudo.

Y, en tercer lugar, los fieles del Señor hacemos silencio. Y le damos gracias a Dios. Silencio. A veces no tenemos explicaciones para muchas cosas que acontecen en la vida, pero sí tenemos la palabra de Jesús, que nos dice que la repitamos nosotros también, en nuestra vida. Y que sepamos decir, como Él lo hizo, exclamando: «Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a gente sencilla». Porque tu vida, la que tú nos has dado, solamente se entiende cuando nos ponemos en tus manos. No la entendemos más que desde tu sabiduría. No entendemos la vida solo desde nosotros mismos. Desde nosotros mismos nos perdemos, nos oscurecemos, entorpecemos la vida. Desde tu palabra, entendemos. Todo nos lo has dado tú. Y tú, Señor, te has hecho conocido para nosotros. Y en todas las situaciones de la vida queremos hacer verdad las palabras que tú nos has dado. Queremos ir a ti en el cansancio, en el agobio. Porque sabemos que tú eres nuestro alivio. En la oscuridad grande, como es la muerte, queremos ponernos en tus manos, porque eres alivio. Y eres luz. Porque junto a ti, toda carga es ligera, toda situación es llevadera. Porque no nos la cargas a nosotros. La has puesto en ti mismo, llevándonos a nosotros también contigo a esta luz. Y lo haces en el silencio. Pero en el silencio de la verdad, en el silencio de la vida, en el silencio de la luz, en el silencio donde más está tu bondad y tu amor.

Nosotros queremos vivir así este momento, en el que hacemos esta celebración, poniendo en manos del Señor la vida de don Justo, sacerdote. Y le damos gracias al Señor por haberle tenido como miembro de este presbiterio diocesano de Madrid. Y como un presbítero que fue de verdad hermano de sus hermanos. Que dedicó muchos años de su vida a acompañar y a cuidar a sus hermanos. Por eso, hoy acogemos con inmensa alegría esta Palabra que el Señor nos ha dado: los que viven en el amor del Señor siguen a su lado. Los que creen en su palabra están también junto al Señor. Y lo hacen desde el silencio de la gracia y del amor de Dios, que se manifiesta en la vida de los hombres. En todas las situaciones, pero especialmente en el momento último de nuestra vida, cuando Dios nos llama. En este silencio recibimos también a nuestro Señor Jesucristo. Y le damos las gracias por la vida de don Justo. Y por este momento que él nos regala también cuando hacemos esta oración. Porque también es un regalo de Él, porque nos reúne a todos nosotros para escuchar esta palabra, y para hacerla vida en nosotros.

Agradecemos al Señor que se acerque una vez más a nuestra vida en el misterio de la Eucaristía. Y que nos haga sentir el gozo de que en la vida y en la muerte somos de Dios.

Descanse en paz don Justo.

Amén.

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