Homilías

Lunes, 30 noviembre 2020 15:08

Homilía del cardenal Osoro en la Misa funeral por los médicos fallecidos por COVID-19 (28-11-2020)

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Queridos hermanos obispos de Getafe y de Alcalá de Henares. Querido deán de la catedral. Hermanos sacerdotes. Queridos diáconos. Excelentísima señora Presidenta de nuestra Comunidad de Madrid. Excelentísimo señor Alcalde de Madrid. Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, y viceconsejero de esta Comunidad también de Sanidad. Director gerente del hospital de pandemias Isabel Zendal. Gerente del SUMMA. Querida junta directiva del Colegio de Médicos de Madrid. Representantes de diversas universidades. Hermanos y hermanas todos.

Queridas familias: junto a vosotras recordamos hoy también a hermanos nuestros, que fueron miembros del Colegio de Médicos, y que han fallecido. Hermanos y hermanas todos. La tragedia global que está siendo esta pandemia de la COVID-19 nos ha afectado. Y hoy nos unimos y nos reunimos en un recuerdo especial y agradecido a los médicos fallecidos durante esta pandemia que nos está asolando. Médicos, familiares vuestros, amigos vuestros, compañeros de trabajo, que han estado en primera línea de batalla contra el coronavirus, que con su entrega generosa y en la búsqueda del bien de nuestros hermanos han sido y son un ejemplo para todos nosotros en la entrega incondicional a los demás.

La tragedia que está siendo la COVID-19 nos ha despertado a todos la conciencia de ser una comunidad mundial que navegamos en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Ellos, estos hermanos nuestros médicos fallecidos, nos recuerdan hoy que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. Precisamente por eso os digo que vamos en la misma barca, pues la tempestad ha desenmascarado nuestra vulnerabilidad y ha puesto al descubierto nuestras superfluas seguridades, con las que quizá habíamos o estamos construyendo nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades.

Hacemos este recuerdo por nuestros médicos difuntos en las vísperas del comienzo de este tiempo de Adviento, de preparación y espera de la venida del Señor. Tiempo de Adviento cuando se nos caen con la tempestad quizá todos los maquillajes con los que nos disfrazamos en ese vivir cada uno para sí mismo y olvidarnos de los demás. Estos médicos, a quienes hoy recordamos y por quienes oramos, nos manifiestan que lo importante es vivir para los demás, no olvidar esa pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos, como es la que nos recuerda el Papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti, (Hermanos todos): pertenencia de hermanos. Demos ese amor que sabe de compasión y de dignidad. Sepamos vivir en estos momentos el respeto por la vida de los demás, pues si el derecho de cada uno no está armónicamente ordenado al bien más grande como es el que todos tengan vida, y esta en abundancia, terminamos por concebirnos sin limitaciones y consecuentemente quizá nuestra vida se transforme en conflictos y en violencias pero no en ayuda a los demás, como nos han enseñado con su vida y con su muerte estos médicos a quienes recordamos.

En el tiempo de Adviento que comenzamos se nos invita a tomar conciencia de que Dios viene hoy y ahora. Y nos preparamos para recibirlo. Que el Dios en quien creemos no es un Dios lejano y desinteresado de nuestra vida y por todo lo que acontece en nuestra historia concreta. El dolor, la incertidumbre, el temor y la conciencia de los propios límites que ha despertado y está despertando esta pandemia nos hacen descubrir que hemos de repensar nuestros estilos de vida, nuestras relaciones, la organización de nuestras sociedades y sobre todo el sentido que tiene nuestra existencia. ¡Qué grande es Dios! Se acerca a nosotros, viene a darnos su luz y a regalarnos su amor; viene a darnos su entrega y su fidelidad; nos da su cuidado y nos regala su salud. Como nos recuerda el apóstol Pablo, «en la vida y en la muerte somos del Señor». O como nos recuerda el mismo Jesucristo, cuando se acercaba Marta a decirle en aquel encuentro lo insatisfecha que estaba porque si hubiese estado allí no habría muerto su hermano, y Jesús le respondió con esas palabras que tantas veces hemos escuchado: «Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Y le pregunta a Marta: «¿Crees esto, Marta?». Ella respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres la Resurrección y la Vida». Sí. Él viene. Él viene porque quiere y desea liberarnos del mal y de la muerte, quiere apartar de nosotros todo aquello que impide el que no entreguemos la felicidad verdadera. Dios viene a salvarnos y a darnos esperanza aquí y ahora.

En el Evangelio que hemos escuchado se nos pide que estemos atentos, que estemos vigilantes y velando, «pues no sabéis -nos dice el Señor- ni la hora ni el momento». «No sabéis el momento». Se nos invita a prepararnos para vivir esta experiencia de la venida del Señor a nuestra vida. Mirad, nos decía el Evangelio. Vigilad. Estas palabras de Jesús, en estas vísperas de este primer domingo de Adviento, de invitación a la vigilancia, son una manera de llamarnos a vivir lúcidamente, sin dejarnos arrastar por la superficialidad que parece invadirlo todo. Jesús nos pone de relieve cuál tiene que ser la actitiud ante el momento de su venida que nosotros preparamos y esperamos: permaneced despiertos, vigilantes, en vela, respecto al momento que vivís. ¿De qué momento se trata? En griego, queridos hermanos, hay dos palabras que traducimos al español por «tiempo». Esas palabras son «kairós» y «kronos». Kronos significa el tiempo astronómico, es decir, los años o las semanas que pasan, las horas del reloj. Kairós, sin embargo, sería el tiempo psicológico, el momento oportuno, el momento de tomar una decisión. El momento. Kairós. Este momento de la venida del Señor ante el que tenemos que tomar una decisión. Si el Señor viene constantemente a mi vida, un día vendrá de manera definitiva. Él sigue viniendo en cada momento a nuestra vida. Si dormimos, no lo oímos. Si huimos, no lo encontramos. Solo el que permanece en vela, despierto, vigilante, lo encuentra. Es el momento en el que necesitamos estar despiertos para acoger su venida permanente a nuestra vida.

Qué bien nos lo dice el ejemplo que nos ponía el Señor en el Evangelio. Ese hombre que va de viaje y dio a cada uno de sus criados una tarea, encargando al portero que velara. El pasaje del Evangelio que hemos escuchado repite tres veces el verbo «velad». Y una vez el sinónimo: vigilad. También se menciona el verbo «estar dormidos». Es que es una llamada a estar depiertos, con los ojos abiertos, lúcidos. ¿No tendríamos que despertar quizá de muchas cosas que nos rodean, que nos impiden escuchar la voz de nuestra propia conciencia?

Queridos hermanos: se nos invita a preparanos para la venida del Señor. A permanecer pendientes, a tener un corazón libre, como nos decía el Papa Francisco en el Adviento del año pasado. Yo os digo que comprendo las dudas y temores que en estos momentos tenemos. Pero que no tuvieron quienes entregaron su vida por salvar a quienes estaban afectados por el coronavirus, y que hoy estamos celebrando la Eucaristía por su eterno descanso. Os invito queridos hermanos a todos a ir más allá de esas reacciones que condicionan nuestra manera de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en personas cerradas. Los miedos nos privan del deseo y de la capacidad de encuentro con los otros para darles vida siempre. La verdadera sabiduría, la que nos enseña Jesucristo, supone el encuentro con la realidad y escuchar la voz de Dios en estos momentos: la voz de los pobres, de los enfermos, de preservar a los demás del contagio. Supone transformar nuestro estilo de vida. La pandemia nos ha permitido rescatar y valorizar a tantas personas, compañeros de viaje de nuestra vida, que en el miedo donaron su propia vida. Os invito, hermanos y hermanas, a acoger a este Dios que viene junto a nosotros y que nos da esperanza, que nos da audacia; que nos invita a saber mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirnos a esos grandes ideales que hacen cuidar de la vida de los demás, y que hacen también que caminemos con esperanza.

Hermanos y hermanas. En estos momentos de dolor pendientes de la evolución sanitaria de la pandemia, de las posibles vacunas, de los efectos económicos y sociales, yo os invito a vivir con la certeza que el Señor nos da. Él viene. Quiere provocar en nosotros un deseo de entrega y de confianza en Él. Nos alienta a no conformarnos con mirar lo inmediato, lo próximo. Quiere llevarnos a divisar lo que hay más allá del horizonte, y que requiere que hagamos una pregunta ante la realidad que estamos viviendo; aquella pregunta que le hizo Jesús al ciego Bartimeo: «¿qué quieres que haga por ti?». O acoger aquella afirmación que hizo el Señor a Zaqueo, texto que en este año yo he querido recoger, titulando mi carta pastoral, y haciendo esta afirmación esta noche aquí con vosotros: «Quiero entrar en tu casa». Hemanos, conozcamos más y mejor a Jesús. «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». «En la vida y en la muerte somos del Señor», nos decía san Pablo. Consolaos con estas palabras. Conozcamos más y mejor a Jesús. Vamos a prestar nuestra vida para ser «buena noticia» con palabras y obras.

Permitidme que os diga una vez más: tomad la luz, que es Jesucristo. Buscad y ofreced una luz en medio de este momento que estamos viviendo. El Señor nos ofrece algunos aspectos que son importantes en nuestra vida. Vivamos teniendo la experiencia de paternidad. Dios es nuestro Padre, sale a nuestro encuentro, practica la justicia, se acuerda de  todos nosotros en nuestros caminos concretos. Somos arcilla y Él es el alfarero. Somos obra de sus manos. Vivamos participando de la vida de Cristo. Que la gracia y la paz de Dios y de Cristo esté en nosotros. Hemos sido enriquecidos en todo: en el hablar, en el saber. No careceremos de ningún don, porque se nos hace participar de la vida de Cristo. Que con la experiencia de paternidad, y de la vida de Jesús entre nosotros y en nosotros, vivamos con esperanza, siempre vigilando, siempre mirando y siempre velando. En cierto modo, la profesión médica es así. En la entrega diaria a quienes sufren, muchas veces expuestos a la propia enfermedad y a la muerte, todo el personal sanitario sabe precisamente que en esta entrega absoluta por los demás está el compromiso y la confianza en que ni la muerte ni el dolor tienen la última palabra. La última palabra la tiene Jesucristo: «Yo soy la Resurrección y la Vida».

En este tiempo de Adviento que hoy comenzamos, y en el que recordamos y hacemos memoria y oramos y ofrecemos la Eucaristía por nuestros hermanos médicos, os invito a que nos hagamos estas preguntas: ¿estamos dispuestos a acoger al Salvador, también hoy, en esta Eucaristía por todos los médicos fallecidos? Este Señor que nos pregunta: ¿tú estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida, por hacerme presente? ¿Me dejas entrar en tu vida? ¿Me dejas entrar en tu corazón, y a través del tuyo, entrar en todos los que encuentres tú en la vida? Viene bien oír y recordar el salmo que hemos recitado hace un momento, el samo 79: Señor, escúchanos, resplandece, despierta tu poder, que lleguemos a percibir tu salvación. Vuélvete, fíjate, ven a visitar este mundo que Tú creaste y que deseas que a través de cada uno de nosotros se perciba tu presencia y tu amor. Protégenos, fortalécenos, danos tu vida. Tu presencia real en el misterio de la Eucaristía nos hace aún más conscientes de que tu amor por nosotros es grande y que nunca nos dejas solos.

Amén.

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