Homilías

Domingo, 11 abril 2021 13:15

Homilía del cardenal Osoro en la ordenación episcopal de Luis Marín, OSA (11-04-2021)

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Queridos hermanos cardenal Amigo, arzobispo emérito de Sevilla; Manuel Herrero OSA, obispo de Palencia; cardenal Omella; arzobispos y obispos; superior general de los Agustinos, padre Alejandro; provincial de España, padre Domingo; hermanos sacerdotes, religiosos de la Orden de San Agustín; miembros de la vida consagrada...

Deseo tener un recuerdo especial hacia el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, que hubiera querido estar aquí entre nosotros presidiendo esta ordenación episcopal.

Querida familia de monseñor Luis Marín de San Martín.

Hermanos y hermanas:

Querido Luis Marín: el Santo Padre, Papa Francisco, te nombró el pasado 6 de febrero obispo titular de Suliana y subsecretario del Sínodo de Obispos. Agradezco al Señor que te ordenes obispo en la Iglesia particular de Madrid, a la que de diversos modos estás vinculado. En esta Iglesia que camina en Madrid naciste un 21 de agosto de 1961 y aquí creciste y te formaste. Estudiaste en el Colegio de San Agustín de esta ciudad y allí conociste a la Orden de San Agustín. El Señor te llamó a ser sacerdote y miembro de los Agustinos. Emitiste los votos solemnes el 1 de noviembre de 1985 y el 4 de junio de 1988 fuiste ordenado sacerdote.

En esta Iglesia diocesana trabajaste entre 1988 y 1990 en los diversos servicios que los obispos pidieron a la Orden de San Agustín. Fuiste destinado a la parroquia de Nuestra Señora de la Vid en San Sebastián de los Reyes, párroco in solidum de las parroquias de la zona de Montejo de la Sierra y párroco de la Santa Ana y la Esperanza de Madrid.

Como a san Agustín entre los años 391 y 395, te llegó una etapa de grandes sorpresas. Él era conocido como un gran converso, como profesor ilustre, pero en el año 391, en una celebración dominical, el anciano bispo Valerio anunció la necesidad de ayuda para desempeñar su ministerio. Los fieles de común acuerdo convencieron a Agustín para ser ordenado sacerdote. Él tenía otros proyectos, como establecerse en su monasterio de Tagaste. Pero recordó las palabras del apóstol san Pablo y aceptó: «No vivas para ti mismo sino para aquel que murió por todos» (Cor 5, 15). A ti el Papa Francisco te ha llamado para que seas obispo y asumas la tarea de ser subsecretario del Sínodo de Obispos. Viene bien recordar aquí las palabras de san Agustín en uno de sus sermones: «Yo hice todo lo posible por asegurar mi salvación en una posición humilde para no incurrir en el grave riesgo de una más elevada. Pero como ya os dije, el siervo no debe oponerse a su Señor» (Sermones 355, 2). «El Señor me ha dado un cargo que me impone una estricta rendición de cuentas, un cargo basado en la grandeza del Señor y no en el mérito mío» (Sermones 46, 2).

La Palabra de Dios que se proclama en toda la Iglesia este segundo Domingo de Pascua nos ayuda a entender aún mejor tu llamada y el encargo que el Papa Francisco te entrega como Sucesor de Pedro. Hay tres aspectos fundamentales: el Señor te invita a comenzar un camino, obispo y pueblo; el Señor te manda que repares su casa, y el Señor propone la sinolidad.

1. Hagamos camino: el Señor hoy te pide e invita a comenzar un camino como obispo con el pueblo real. «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (cfr. Hch 4, 32-35).

Querido Luis, serás obispo junto a pueblo de Dios. Un pueblo que está en camino, que se pone en camino siempre para dar la Buena Noticia, pues este es el mandato del Señor. Es un pueblo al que Dios no abandona. Y no hay identidad plena del ser humano sin esta pertenencia a la que hemos de invitar los que formamos parte del mismo. Qué bien viene escuchar estas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles: «Los hermanos constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común en la fracción del pan y en las oraciones […] vivían unidos y lo tenían todo en común, […] repartían según la necesidad de cada uno». Hay que vivir la primacía de la caridad. No es un sueño, no.

Unidos y convocados a la oración, a celebrar la misma Eucaristía, a alabar, viviendo en la alegría de la Resurrección, compartiendo lo que somos y tenemos según las necesidades de cada uno… Esto fue lo que retomó el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen gentium. La primacía de la caridad: es así cómo se ha de reflejar la catolicidad y así hemos de recuperar para la Iglesia la noción de communio, de la unidad en la diversidad de las iglesias locales. De ahí que obispo y pueblo están unidos, son inseparables. Es urgente recordar que orar por el pastor no es algo anecdótico, es esencial. Como también lo es recordar que el sacerdocio común de todos los bautizados ha de estar en el centro de nuestro modo de vivir la Iglesia. ¡Qué belleza adquiere la Iglesia cuando nos sentimos todos parte del pueblo santo! Para ello el Señor nos da tres tareas: escuchar con constancia la enseñanza de los apóstoles, vivir con intensidad la vida en común, y celebrar la Eucaristía alimentándonos del mismo Señor y firmes en la oración. En estas tareas ha de estar el obispo con el pueblo, con el rostro que este tenga. El Señor nos invita hoy a ti, Luis, y a todos nosotros a asumir la tarea de comprender a nuestro pueblo, sus valores, su corazón, su trabajo, su historia, sus tradiciones.

2. Trabajemos reparando. El Señor te manda que repares su casa: «Conocemos que amamos a los hijos de Dios, si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos» (cfr. 1 Jn 5, 1-6).

Querido monseñor Luis Marín, el Papa Francisco ha puesto en el centro de su ministerio la apasionada unión que hemos de tener y vivir con Jesucristo; una unión que lleva además al amor a los más pobres, a los últimos de la sociedad. Es imposible asumir la tarea de reparar sin este encuentro con el Señor. Lo cual supone hacer propia la espiritualidad del samaritano que, como muy bien explicaba el Papa san Pablo VI, produce «una oleada de a simpatía amorosa hacia el mundo». El Papa te entrega una misión como obispo y recuerda que él mimo, cuando asumió su misión como Obispo de Roma, recurrió a las palabras de Jesús a Pedro sobre el amor. Deja que el Señor te las diga a ti hoy y a todos nosotros: «¿Me amas?», «¿me quieres?», «apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas». Como subrayaba san Agustín, que nos conozcamos como el Señor nos conoce y que queramos lo que Él quiere.

Además, el Santo Padre te ha dado la misión de ser subsecretario del Sínodo de los Obispo y trabajar junto al cardenal Grech. Como señaló el Concilio Vaticano II, la Iglesia siempre encuentra caminos nuevos para acercarse a todos los hombres y para hacerles descubrir la respuesta a la pregunta del apóstol san Juan: «¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?». ¡Qué fuerza ha de tener para ti como obispo trabajar en la Secretaría del Sínodo de los Obispos el tema de la sinodalidad! Desde esa óptica de la sinodalidad, el perfil y la manera de vivir la misión del obispo en la Iglesia local, la misión del presbítero en el corazón de las comunidades parroquiales y la misma formación de los candidatos al ministerio sacerdotal adquieren nuevas perspectivas. El Papa Francisco nos dice que la sinodalidad lleva a la Iglesia unida a crecer en armonía con el servicio del primado. La sinodalidad es el marco interpretativo más adecuado para comprender el ejercicio del ministerio jerárquico en todos los niveles de la vida eclesial. Debemos caminar juntos, laicos, pastores y Papa. Y esto tiene que predicar la Iglesia.

El Papa Francisco, después de imponer los palios a varios obispos del mundo en junio de 2013, habló al hilo del lema Confirmar en la fe, en el amor y en la unidad. Entre otras cosas dijo que confirmar en la fe es un servicio del Sucesor de Pedro y está fundado en la confesión de fe en Jesucristo; que confirmar en el amor es esa misión de haber sido llamado a dejarse consumir por el Evangelio al servicio del santo pueblo fiel de Dios, y que el palio es signo de la comunión de la Iglesia, una comunión que no significa uniformidad. «Debemos andar por la vía de la sinodalidad, crecer en armonía con el servicio del primado. Debemos permanecer unidos en la diferencia. Este es el espíritu católico, el espíritu cristiano: unirnos en las diferencias» (Cfr. EG 117).

Es necesario que asumamos en nuestra vida y misión que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenecen a todo el pueblo de Dios (cfr. LG II, 9-14). Qué belleza tienen las palabras del Papa Francisco cuando nos dice que el santo pueblo fiel de Dios es aquel al que, como pastores, estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir.

3. Realicemos una terapia: la sinodalidad. El Señor nos propone una línea de acción a los discípulos: «Paz a vosotros, como el Padre me ha enviado, así os envío yo» (cfr. Jn 20, 19-31).

La sinodalidad es un concepto lleno de significado en el lenguaje teológico, que el Papa ha convertido en santo y seña de la reforma eclesial y misionera de la Iglesia. La Comisión Teológica Internacional nos dio a conocer en el año 2018 un documento importante, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia. La Iglesia es constitutivamente sinodal: hay que caminar juntos. El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, prosigue escuchando a los pastores y culmina escuchando al Obispo de Roma. Una Iglesia en salida es una Iglesia sinodal. El 17 de octubre de 2015, con ocasión del quincuagésimo aniversario de la institución del Sínodo de Obispos por Pablo VI, el Papa Francisco nos dijo: «El camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».

Para entrar en el camino sinodal es necesario un encuentro radical con Jesucristo. El Papa Bendicto XVI nos recordó que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Caminemos juntos para encontrarnos con Jesucristo y entreguemos a Jesucristo. Esto es lo que el Señor nos dice hoy también en el Evangelio (Jn 20, 19-31):

3. A. Acojamos la paz del Señor. El Señor se acerca y nos dice: «Paz a vosotros». Estas son las primeras palabras de Jesús Resucitado a sus discípulos y también a nosotros para hacer un camino sinodal. Estamos necesitados de abrirnos a esa paz que el Señor Resucitado nos ofrece en un mundo en el que hay múltiples conflictos y tremendas violencias. Sin esta paz estamos de noche, tenemos oscuridad. «Al anochecer de aquel día estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo». El miedo inundaba a los seguidores de Jesús. ¡Qué desilusión sentían! El miedo les hizo cerrar las puertas, atrancar puertas. El miedo cierra al Resucitado, que es el que ofrece siempre Vida. El miedo nos cierra a una verdadera transformación y nos hace buscar sistemas defensivos.

3. B. Acojamos su presencia en medio de nosotros. «Y en esto entró Jesús y se puso en medio». Se puso en medio de la comunidad. Toda la comunidad se hace en referencia a Jesús. La noche se convirtió en día. Jesús libera del miedo, de la angustia. Ante su presencia los desencantados recuperan la esperanza. De ahí la urgencia de salir juntos para dar esperanza a todos los hombres. Nos dice «paz a vosotros», que es como si nos dijera: deja tus miedos, deja de dar vuelta a tus debilidades, deja tus tristezas, mantén viva la certeza de que Jesús está en tu presencia…

Les enseñó las manos, que representan la actividad liberadora de Jesús, y el costado abierto, que es símbolo del amor sin límites. Y ellos se llenaron de alegría al ver al Señor. Siempre nos tenemos que preguntar: ¿dónde está la alegría del Evangelio que llena la vida y el corazón de los que se encuentran con Él? (EG). ¿Qué me queda de esa alegría? Solo Él puede llenar nuestro corazón de alegría.

3. C. Acojamos su misión y su envío. Nos dice el Señor: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». La misión es la tarea urgente de todo discípulo de Cristo; estamos llamados a ser presencia de Jesús en el mundo y a liberar a todos los que encontremos por el camino de las barreras del miedo y del desamor. Y para ello no nos deja solos: «Exhaló su aliento sobre ellos. […] Recibid el Espíritu Santo»; nos da la fuerza de la Vida, nos impulsa a salir y anunciar esta Vida, el perdón, la paz para el mundo…

3. D. Resolvamos todo con señales evidentes. Hay un caso difícil y problemático: es el caso de Tomás que andaba frustrado y se había apartado de la comunidad. Había puesto en marcha un mecanismo de huída, de evasión ante la frustración. Cuando vuelve al grupo y le dicen que «hemos visto al Señor», la respuesta de quien se había encerrado en un funcionamiento racionalista y se resistía a confiar, fue: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no lo creo». Con Tomás, Jesús hace una terapia de choque: «Aquí tienes mis manos […] y trae tu mano y métela en mi costado». Así superó todas sus dudas y sus actitudes pragmáticas y racionalistas. Y balbuceó de rodillas: «Señor mío y Dios mío».

Hermanos, Jesús, el mismo que se apareció a los discípulos, se hace presente en el misterio de la Eucaristía. Lo acogemos con alegría y le pedimos que vuelque su gracia y su amor en monseñor Luis Marín. Que su ministerio sea fecundo y que se hagan realidad en su vida los mismos deseos de san Agustín: «Oh, Dios, te he buscado con todo mi corazón, con toda la energía que tú me has dado y he deseado entender todo lo que creo. Oh, Señor, mi Dios, mi única esperanza, escúchame, no permitas que mis afanes sean obstáculo a mi deseo de buscarte y seguir buscando siempre tu rostro. Tú me hiciste para que te encontrara y me diste ánimo para buscarte. Mi fuerza y mi debilidad están en tus manos: preserva mi fuerza y ayuda a mi debilidad. Donde tú has abierto una puerta, déjame entrar, donde esté cerrada, abre cuando yo llame. Ayúdame a progresar recordándote siempre, conociéndote y amándote, hasta que me transformes según tu voluntad» (De Trinitate XV, 6, 51).

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