Homilías

Miércoles, 04 mayo 2022 15:28

Homilía del cardenal Osoro en la solemne Misa de Pascua de Resurrección (17-04-2022)

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Queridos obispos auxiliares, don José y don Jesús. Deán de la catedral. Vicario episcopal de esta vicaría de centro. Rectores de nuestros seminarios. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas.

Sí. El primer día de la semana, al amanecer, cuando estaba aún oscuro, la losa estaba quitada. Es el momento en el que hay luz. Es difícil conciliar esa luz que existe cuando nos dice el Evangelio que aún estaba oscuro. Quizá lo que nos quiere expresar es cómo María va al sepulcro poseída por una falsa concepción de la muerte; es decir: con la muerte acaba todo. Y no se da cuenta de que el día ha comenzado. Y esto es lo que estamos celebrando nosotros, queridos hermanos.

¿Nosotros somos conscientes de que el día ha comenzado, o vivimos en la oscuridad? María ha ido solamente a visitar el sepulcro. Ella va a buscar a Aquel que es la vida. Pero le va a buscar como si fuera un cadáver. ¡Qué equivocación! Al llegar, ha visto la losa quitada del sepulcro, y el sepulcro vacío. El sepulcro vacío, queridos hermanos, indica el triunfo de la vida sobre la muerte. Cristo ha resucitado y vive para siempre. Y esto es lo que estamos celebrando nosotros aquí, queridos hermanos. No somos un grupo que se reúne en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos. Seríamos los más desgraciados de los hombres. Nos reunimos esta mañana aquí, en esta catedral de Madrid, porque Cristo ha resucitado. Sí. Cristo ha resucitado. Así lo comprobaron Pedro y Juan cuando llegaron al sepulcro. «Vio y creyó».

Queridos hermanos: no permanezcáis, en primer lugar, prisioneros del pasado. No. La novedad es total. Tenemos presente: el que nos entrega a Cristo. Presente para actuar y trabajar en este mundo, y para entregar aquello que el Señor quiere que entreguemos: vida, y no muerte. Y tenemos futuro, porque sabemos que el Señor ha conquistado para nosotros la eternidad. El Señor nos ha hecho eternos.

Por eso, yo os invito, en segundo lugar, en este día, a decidiros por Jesucristo Nuestro Señor. A decidiros por Jesús y por su amor. Por su entrega. A decidiros por tener una vida ilusionante, no solamente para vosotros, sino para los demás. A hacer el bien. Pasar por la vida haciendo el bien. Considerar al hermano el más importante. Descubrir que lo nuestro no es la destrucción del otro; es eliminar todo aquello que destruya a la persona, porque nosotros nos hemos decidido por Jesús y hemos decidido vivir en su amor. Por eso, fuera las presiones del pasado. Decididos por manifestar el amor de Jesús.

Y, en tercer lugar, queridos hermanos, llevemos la resurrección a la vida cotidiana. Sí. A nuestra familia, a nuestra profesión, a lo que hacemos día a día junto a los demás. Esa vida cotidiana en la que son necesarias obras de paz, de reconciliación, de compasión, de amor y de fraternidad. Esto es lo que la Iglesia de Jesucristo, de la que nosotros somos una pequeña parte, está decidida a entregar en todas las latitudes de la tierra donde la Iglesia se está haciendo presente. Llevar la resurrección de Jesucristo. Llevar la vida verdadera. Llevar la reconciliación entre los hombres. Llevar la pasión porque el ser humano viva en todos los lugares con la dignidad que tiene que vivir. Y esto no lo hacemos con cualquier fuerza: lo hacemos con la fuerza del amor. Sí. Ese amor que no nace en nosotros, sino que nos lo regala Nuestro Señor Jesucristo. Y es con su amor, a pesar de los recortes que nosostros podamos hacer del mismo, con el que nosotros caminamos por el mundo y construimos la novedad y la belleza que la Iglesia realiza en todas las partes de la tierra, en los caminos del mundo por donde va, y donde entra.

Queridos hermanos: esto es lo que estamos celebrando. Sí. Os lo decía: no estamos aquí en nombre de un muerto. Sería una desgracia. Estamos en nombre de alguien que vive. Y que nos ha llamado a nosotros a la pertenencia eclesial. Somos miembros vivos de la Iglesia. Con otros cristianos de todas las razas, de todas las culturas... En todas las partes de la tierra hay discípulos de Cristo que, como en el principio, entran, entran en el sepulcro; pero para darle vida, para darle luz, para entregar amor. Todo aquello que mata en este mundo no es nuestro. Nosotros entregamos vida. Y así anunciamos la belleza: la belleza de Cristo, de la vida de Cristo.

¡Qué bueno es esta Iglesia, de la que somos parte todos nosotros, cuando entramos por los caminos del mundo de esta manera, anunciando al Señor! Esto es, queridos hermanos, lo que nos reúne a nosotros aquí esta mañana. Después, nos ha dicho el Evangelio que entró en el sepulcro, vio y creyó. De Pedro no se dice nada más que entró, pero de Juan subraya que vio y creyó. Es el discípulo. El modelo de discípulo. El modelo de todos nosotros. Es el que ha acogido el amor del Señor. Es el que ha hecho en su vida experiencia de ese amor, y se siente amado. «Ve y cree». Ve. Sí. Ha hecho experiencia de la vida. Cree. Da significado a esta experiencia en las obras que Él realiza. Queridos hermanos: Cristo ha resucitado. Vive y no morirá jamás.

Yo os hago esta pregunta: ¿Estamos dispuestos, estoy dispuesto yo, a dar un paso de la muerte a la vida? Para no entregar muerte, sino la vida de Jesucristo. La resurrección de Cristo es un sí a la vida de todo ser humano. Un sí a nuestra vida. A nuestras aspiraciones más profundas. A construir un mundo nuevo. Un mundo de amor y de paz. Un mundo donde brille la paz y la justicia. Sí. La vida nueva brota del sepulcro vacío. Es el amor. Es la resurrección. Es amar hasta el final. El que no ama, sigue en el sepulcro. Y el que no ha descubierto el amor de Jesucristo, sigue y se mantiene en el sepulcro. Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Y por eso no se puede entender en este mundo, queridos hermanos, que nos matemos los unos a los otros. No se pueden entender las guerras. Los discípulos de Cristo no podemos entender esto. Y tenemos que hacer todo lo posible con nuestras vidas, con nuestro ejemplo, con nuestro testimonio, que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos, y esta es nuestra distinción. Queridos hermanos: no nos quedamos cuando vemos a un ser humano si es de esta manera o de esta otra... Es mi hermano. Es mi hermano. Y le amo.

Ojalá la Iglesia de Jesucristo, en esta Pascua, trabaje también para que la paz sea un don pascual, viviendo en la verdad. Irradiemos la paz de Cristo, allí donde esté o se sienta amenazada. Esa paz de Cristo en nuestras familias, en nuestra ciudad, en nuestra nación, en el mundo entero. Ha resucitado el Señor. Y Él nos dice: «Y estoy con vosotros». Acoged a Jesucristo Nuestro Señor.

Feliz Pascua, queridos hermanos. Qué bonito es celebrar un día como este, sabiendo que nuestra vida tiene un sentido profundo. Que lo nuestro es la vida y no la muerte. La que nos ha regalado Cristo. Y la que queremos implantar en este mundo la Iglesia de Jesús, de la que somos parte, recorriendo los caminos del mundo: donde estemos, implantando la vida de Jesús.

Hermanos: Cristo ha resucitado, y está en vuestra vida y en vuestro corazón. Anunciadlo.

Que así sea.

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