Homilías

Martes, 10 diciembre 2019 10:28

Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad de la Inmaculada Concepción (7-12-2019)

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Queridos hermanos y hermanas: quienes estáis aquí en la catedral de La Almudena y quienes estáis siguiendo esta celebración en vuestros hogares a través de TRECE TV. Que la Santísima Virgen, en esta advocación de la Inmaculada Concepción, os haga tener abierto el corazón para acogerla y poder decir a Dios con Ella: «Hágase en mí según tu Palabra», tal y como hace un momento acabamos de escuchar.

¡Qué invitación más bella nos hace el salmo que hemos recitado! Cantad al Señor un cántico nuevo. Es el canto que hizo María dando su a Dios a favor de todos los hombres. Una Madre hace eso y más. Esta es nuestra Madre. La novedad de su canto está en decir a todos los hombres de la tierra: Dios hizo maravillas, no solamente hizo todo lo que existe y nos creó a ti y a mí, sino que revela una justicia de tales dimensiones que es desconocida por los hombres. Solo se conoce acercándonos a Dios. No es la justicia de los hombres, pues nos regala aún aquello que no merecemos. Su victoria está en que alcanza la vida de todos los hombres, también de los que no quieren saber nada con Dios, tanto si lo rechazan explícitamente como si lo hacen desde un desinterés tal que ni se plantean el problema de Dios. Es un Dios misericordioso que siempre nos alcanza; su fidelidad es total, nos regala su amor sin más. Nuestra Madre la Virgen Inmaculado contempló la victoria de nuestro Dios y por eso nos llama a aclamarlo, a gritar, vitorear y anunciarlo. El encuentro con Dios a través del ángel nos señala hasta dónde quiere llegar Dios para acercarse a nosotros los hombres.

Meditando la Palabra de Dios que hemos proclamado, quisiera acercaros tres aspectos que son constitutivos de nuestra existencia y que nos regala hoy el Señor a través de nuestra Madre:

1. Seamos conscientes de que por María pertenecemos a una nueva estirpe. Recordemos la pregunta que hizo el Señor a la mujer, a Eva: «¿Qué es lo que has hecho?». Y la respuesta que dio Eva: «La serpiente me engañó y comí». La afirmación de Dios es clara; por eso, al mal representado por la serpiente le dice: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya». Nosotros, desde que ha venido Jesucristo a este mundo, desde el momento en que en el vientre de María la Inmaculada Dios comienza a estar Dios con nosotros, aparece una nueva estirpe a la que pertenecemos. Cristo alcanzó para nosotros el triunfo sobre todo mal y nos regaló el bien supremo que es la misma vida de Dios.

Es por María, invadida por el Espíritu Santo, por quien tenemos y somos una nueva estirpe: somos de Dios, somos hermanos de todos los hombres, no somos enemigos. ¡Qué necesidad tiene esta humanidad de tomar conciencia de que somos una nueva estirpe, que lo nuestro es vivir de la vida de Cristo y regalar su paz! Nunca lo olvidemos, Jesucristo nos ha confiado una tarea: seguir prolongando esa vida y ese canto que hizo María nuestra Madre. Él nos la dio como Madre para que lo sigamos haciendo. Ello requiere mucho de nosotros, entre otras cosas pasar por este mundo haciendo el bien, a la manera de Jesucristo. No me cansaré de decirlo, somos de su estirpe. Trabajar por la paz, por el bien de todos, por la reconciliación, escuchar el gemido de los pobres que tienen hambre y sed de justicia, nos obliga en conciencia a ejercer lo que somos, estirpe de Cristo, que nació de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Recordemos que la primera palabra que pronunció el Señor después de la Resurrección fue «paz»; fueron también las palabras que después de su nacimiento en Belén cantaban los ángeles y escucharon los pastores, «gloria a Dios y paz a los hombres». La paz a la que dio rostro la Virgen María resuena en este Cenáculo que hoy se amplía a través de TV. Que de la mano de nuestra Madre la Virgen María, se encienda la luz de la esperanza que nos trae el Adviento. La paz es el primer don que Jesús nos regaló después de la Resurrección a la humanidad. La paz es condición fundamental para el respeto de los derechos de cada ser humano y para el desarrollo integral de todos los pueblos.

Hoy María Inmaculada nos convoca y nos habla de cómo prestó su vida a Dios para hacer posible que se iniciase en este mundo una nueva estirpe, fruto de la gracia y del amor mismo de Dios. Acojamos las preguntas que el Señor hizo a nuestro primeros padres: ¿Dónde estás? ¿Qué es lo que has hecho? El gemido de tantos hombres que tienen hambre y sed de amor, de justicia y paz, nos obliga y compromete a ponernos en el camino y dirección que Jesús conquistó para todos nosotros.

2. María nos invita a vivir en esperanza. Cuando la humanidad estaba perdida y se había aliado con el mal, Dios encuentra y elige a una mujer a quien propone colaborar en devolver la esperanza a los hombres. Esto es lo que nos dice san Pablo: «No nos falte la alegría». No nos falte «el vivir en buen acuerdo según el espíritu de Cristo Jesús», es decir, no nos falte la fraternidad, conquistada «según el espíritu de Jesús». No nos falte el vivir «con un mismo entusiasmo», acogiéndonos unos a otros como Cristo nos acoge para gloria de Dios. De ahí que el verdadero compromiso del Adviento sea llevar la alegría a los demás, llevar la esperanza que nos da Jesucristo. ¿No es la alegría el verdadero regalo de la Navidad? Pues el tiempo de Adviento nos invita a todos los creyentes a tomar conciencia, a despertar para llevar la alegría más profunda, la alegría de haber conocido a Dios.

Vivamos en esperanza y demos la esperanza, no cualquier esperanza. La venida del Señor por la Encarnación en María es singular. Y sin embargo, no existe solamente la venida al final de los tiempos. Pues en cierto sentido, el Señor desea venir siempre a través de cada uno de nosotros. Hoy llama a la puerta de nuestro corazón y nos dice: ¿estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo, tu vida? Es la voz del Señor que quiere entrar en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros y busca una morada viva. ¿Estás dispuesto a imitar a nuestra Madre la Virgen María y hacerle sitio en tu vida y a través de tu vida comunicarlo a los demás? Lo que deseamos aprender en este Adviento es que el Señor pueda venir a través de cada uno de nosotros. Tengamos siempre el anhelo de un mundo mejor; es un tiempo apto para vivirlo en comunión con todos los hombres que esperan un mundo más justo y más fraterno. Con María hoy nos unimos a todos los hombres. Ella es Madre de todos, aunque no todos la conozcan. Madre, ayúdanos a saber decir Adviento, es decir, presencia, llegada, venida. Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. No nos falte la esperanza. Nos conceda vivir de acuerdo, en fraternidad, con entusiasmo y sirviendo a todos los hombres, como hizo nuestra Madre María.

3. Como María, atrevámonos a vivir en la alegría, la comunión y la misión. La página del Evangelio que hemos proclamado tiene tal densidad y fuerza que entra en nuestro corazón por sí misma. Estoy seguro de que eso ha sucedido con quienes la acabáis de escuchar. Tres miradas aparecen de parte de Dios sobre María, son las miradas que quiere tener el Señor sobre cada uno de nosotros.

A) La mirada de elección que se vislumbra en estas palabras del ángel a María: «Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo». Ese alégrate, Jaire, es mucho más que alégrate, pues quiere decir, exulta de gozo, baila, danza. Os diría más, alégrate es la primera palabra de Dios a toda criatura; nos la dice a cada uno de nosotros. Y es muy bueno que, en estos tiempos no fáciles, nosotros escuchemos esta palabra en lo más profundo de nuestro corazón. Cuando hay incertidumbres y oscuridades, lo primero que se nos pide es que no perdamos la alegría. Sin la alegría la vida se hace difícil y dura. No es una alegría engañosa. Se trata de tener la alegría que se funda en la certeza de que Dios me ama. Es la certeza del amor de Dios, de sentirnos amados por Dios. Esta es la alegría que se le pide a María que experimente en su vida: Dios la ama. Y la ama tanto que ha sido elegida para dar rostro humano a Dios por obra del Espíritu Santo. Y en este Adviento celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción porque Dios quiere que tú y yo tengamos una experiencia viva del amor de Dios. Dios ama a los hombres, Dios no es un extraño, Dios nos quiere a cada uno. Y se acerca a través de nuestra Madre, para decirnos: «Alégrate». Y lo hace con el mismo entusiasmo con que visitó a María nuestra Madre. Con todos los que estáis celebrando esta Misa, estéis aquí o en vuestras casas, sabed que Dios os dice: «Alégrate, te amo». Atrévete a vivir en la alegría, en la comunión y en la misión.

B) La mirada que toca el corazón y es causa de conversión y que se ve en estas palabras del ángel a María: «No temas, María, has encontrado gracia ante Dios». Por una parte, la llama por su nombre, «no temas María». Tiene una importancia grande llamarla por su nombre, pues en la cultura bíblica es expresión del amor de Dios. Tengo nombre y me lo da Dios mismo. Dios toca el corazón cuando nos llama por el nombre. Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre porque nos ama personalmente, nos ama como si fuésemos los únicos. Y esto no son palabras vacías; podemos experimentar el amor de Dios. Solamente Dios puede amar así. Y además, siempre que irrumpe en nuestra vida, escuchamos: «No temas». Él y solamente Él nos libera de los miedos. ¿Quién no ha tenido miedos? Solamente Dios puede libertarte de los mismos, por ti mismo no lo puedes hacer. El miedo te hace sospechar de los demás. Dios engendra confianza. Es muy malo vivir con miedos, pues nos paralizan y nos dominan la vida. Sin embargo, la voz de Dios a través del ángel, engendra en María una gran confianza. Que esa voz de Dios engendre confianza en ti. Pues hoy te dice: «No temas».

C) La mirada para la misión, que en María se manifiesta con aquella propuesta, «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo». Y también en aquella respuesta de María: «Aquí está la esclava o la sierva del Señor, hágase en mí según tu Palabra», donde Maria expresa con un la respuesta radical a Dios. La respuesta de María fue clara, pues ella conocía las normas morales que le impedían tener relaciones antes de los desposorios. Y por eso pregunta: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». Es la pregunta que hacemos nosotros también: ¿Cómo podremos comenzar una vida nueva? ¿Podremos superar aspectos de nuestra vida que no están en consonancia con Dios? ¿Podremos abrirnos a la ternura y al amor de Dios, a los deseos de felicidad que llevamos dentro? Una vez más la respuesta es muy sencilla, pues será Dios quien se encargue de todos: «El Espíritu del Señor te cubrirá con su sombra», es decir, la fuerza poderosa de Dios actuará, lo imposible se hará posible, como en el caso de Isabel la prima de María.

Las mismas miradas de Dios a María, son las que tiene el Señor con cada uno de nosotros: mirada de elección, mirada que traspasa y toca el corazón, mirada para la misión. Déjate mirar por Jesucristo que nos ha hablado y se hace presente realmente en el misterio de la Eucaristía. Hoy siente como Él te ha elegido, te quiere tocar el corazón una vez más y te quiere para la misión. Haz que tu vida sea, como en María, un Adviento. Es decir, regala esperanza a la humanidad. Ante Jesucristo en el misterio de la Eucaristía descúbrete en lo que eres: un ser necesitado de amor, al que el Señor ama, y desea que regales y hagas presente este amor. Amén.

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