Homilías

Jueves, 03 enero 2019 17:00

Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1-1-2018)

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Queridos hermanos obispos de Limoux (Francia) y obispo auxiliar de Breslavia (Polonia). Querido don Santos, obispo auxiliar de Madrid. Queridos vicarios episcopales. Cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos seminaristas. Hermanos y hermanas todos.

Celebramos esta fiesta de Santa María, Madre de Dios. Pero la Iglesia ha querido también celebrar en este día y orar por la paz. Celebrar la Jornada Mundial de la Paz, tan necesaria para todos los hombres en todas las partes de la tierra.

Quisiera pedirle al Señor lo que hace un instante todos cantábamos en el salmo responsorial: que el Señor tenga piedad y nos bendiga. Nos bendiga con ese corazón que tuvo la Santísima Virgen María, y precisamente por eso Dios la preparó y se fijó en Ella para que fuese madre y para que hiciese presente en esta tierra a Jesucristo nuestro Señor, rostro verdadero de la paz. Porque la paz, queridos hermanos, tiene rostro y tiene nombre: Jesucristo nuestro Señor.

Conocer los caminos de Dios es lo que es necesario que nosotros hagamos, tal y como decíamos en el salmo: que Dios nos bendiga, que ilumine su rostro sobre nosotros. Que Él nos dé su rostro. Aquella expresión que los pastores de Belén escuchaban mientras volvían de camino: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor.

Introduzcámonos en los caminos del Señor. Introduzcámonos en estos caminos. Cantemos a Dios todos los hombres. Y cantemos el modo en el que el Señor quiere que convivamos todos nosotros. Dejémonos iluminar por ese Dios que se nos ha manifestado en Belén. Y la Virgen María sabía tantas cosas, pensaba y vivía tantas cosas delante de Él que, como nos ha dicho el Evangelio, las guardaba también en su corazón.

Agradecemos a Dios su presencia entre nosotros, y su ayuda. Nosotros ahora ya no vivimos de una teoría o de una descripción abstracta de Dios, sino que se ha hecho hombre. Hemos visto cómo camina por estos caminos. Hemos visto cómo le entrega la paz. Cómo refleja Él esa credibilidad. Cómo refleja Él esa bondad y ese deseo de que los hombres y mujeres de este mundo estemos unidos, comprometidos en llevar a cabo ese cambio radical que nos ofrece, esa manera de ser y de estar entre nosotros.

Queridos hermanos: en esta fiesta de Santa María la Virgen, y en esta Jornada Mundial de la Paz, tres cosas quisiera deciros.

Primera: dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Jesús, y esto nos lo revela María. Ella dijo sí a Dios porque quería dar rostro humano a quien es la paz. Porque, como os decía hace un instante, la paz tiene nombre, tiene rostro: es Jesucristo. María en el magníficat proclama la grandeza de Dios, se alegra en Dios su salvador. Y se alegra porque cuando Dios entra en nuestra vida, naturalmente, nos hace vivir con otras fórmulas distintas. Fijaos: en la primera lectura, lo que hemos escuchado, cómo Moisés le dice Aarón y a sus hijos, y cómo de parte de Dios les dice que entreguen una fórmula; una fórmula: una manera de vivir y de estar en el mundo. El Señor bendiga y te proteja, ilumine tu rostro, te conceda su favor, te muestre su rostro, y te conceda la paz. Esa fórmula de bendición, queridos hermanos, para nosotros hoy se nos ha mostrado. Está en el rostro de Jesús. Jesús nos envía a los discípulos a la misión. ¿No recordáis aquellas palabras de Jesús cuando él dice: cuando entréis en una casa, decid paz a esta casa? Si hay paz en ella, descansará sobre ellos la paz, si no volverá a vosotros.

El centro de la misión de los discípulos es dar la paz. Es el centro de Santa María. Ella presta la vida y le dice a Dios sí: para mostrar la paz a los hombres en este mundo, para mostrar su rostro. Y el vehículo fundamental para edificar esta tierra y este mundo, esta actividad de todos los hombres, tiene que ser precisamente este servicio a la paz. Quien quiera ser el primero, que se haga el último y se haga servidor de todos, nos dijo un día a nosotros Jesús.

Como veis, imitando a María, nosotros, contemplando a Santa María nuestra Madre, descubrimos cómo la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Es más, cómo Ella presta la vida para dar rostro a la paz. Por eso, nuestra devoción mariana, queridos hermanos, que es grande, se tiene que fijar también en este aspecto que tiene especial importancia. Sí. El rostro de la paz. Darlo como lo dio María, hacer presente a Cristo, ser creíbles, realizar la voluntad de Dios, comprometernos en llevar a cabo ese cambio radical del corazón que nos hace ver hermanos entre nosotros. No enemigos. Hermanos. Con los que tenemos que construir este mundo y esta tierra. Sí. Que sabemos escuchar. Que no tenemos miedo. No. No tenemos miedo a entregar la paz, que es el mismo Jesucristo.

En segundo lugar, veis, no solamente el Señor nos muestra que esa paz está en el centro de la misión del discípulo de Cristo. La primera discípula, su Santísima madre, le da rostro. Sino, en segundo lugar, el Señor nos invita a generar confianza: entre nosotros, entre todos los hombres. Hacer una participación, hacer un sí a la paz, que es Cristo, en nuestro corazón. Habéis visto en la segunda lectura que hemos proclamado, de la carta a los Gálatas, cómo cuando llega la plenitud de los tiempos, que es Cristo mismo que nace de mujer, que nace bajo la ley, Él mismo nos manifiesta que todos los hombres somos hijos de Dios; que todos los hombres tenemos, como el Señor nos ha regalado, esa voz, ese espíritu que nos hace decir: papá, Padre, y descubrir que todos somos hermanos; que no somos esclavos, que somos hijos, que somos herederos de la voluntad del Señor, de la voluntad de Dios; que somos herederos de esa voluntad de Dios que quiere entregar vida a los hombres. La que nos trajo Cristo, que nos rescató, que nos hizo hijos.

Queridos hermanos: ¿y cómo hacer esto?. Pues mirad: si de verdad acogemos a nuestro Señor en nuestro corazón y en nuestra vida, no nos aprovecharemos de los demás, no habrá corrupción en nuestro corazón, no engendraremos corrupción a nuestro alrededor; no. No negaremos el derecho a nadie, a nadie, porque es hijo de Dios. No justificaremos el poder por la fuerza. No. No seremos… Entre nosotros no habrá racismo, no habrá xenofobia, habrá cuidado de esta tierra, cuidado de la convivencia, cuidado de darnos la mano los unos a los otros; no habrá explotación, no habrá desprecio de nadie. Diremos siempre no a la guerra. Y no por estrategia, sino porque nosotros, queridos hermanos, todos los que estamos aquí, y mucha gente, todos, hemos sido bautizados, tenemos la vida de Cristo, llevamos en nosotros a Cristo, y no podemos entregar otra cosa más que la paz de nuestro Señor Jesucristo, que es su rostro verdadero. Por eso hemos de decir los cristianos, con fuerza, no a la guerra, no a la división, no a la estrategia del miedo. Y la paz no es reducible solo a un equilibrio: yo no te hago, tú no me haces. No es eso, hermanos. No es eso. Es tener el corazón mismo de Cristo. Y no hace falta decir: yo no te hago, o te quiero. Eres mi hermano. Yo te doy la mano. Yo no te puedo matar. Yo no puedo aprovecharme de ti.

Queridos hermanos, cuántas cosas podemos hacer en nuestra vida. Cuántas cosas.

Anoche, en la oración con los jóvenes de Taizé, se nos decían cosas muy sencillas. El hermano Alois decía a los jóvenes, cuando les hablaba de cómo construir la paz, algo tan sencillo como empezar a quitar de una manera sencilla la brecha que existe entre ricos y pobres. ¿Cómo? Mirad: estad atentos a las situaciones de pobreza y, por una parte, comenzar pues alomejor visitando a una persona que está sin hogar, o a una persona que está sola en casa, o que no tiene a nadie que le visite, que la ayude, a una persona anciana, o a un niño abandonado… Así también se construye también la paz, queridos hermanos. Con la acogida de quien viene de fuera, del emigrante, del refugiado. Apoyemos esas iniciativas locales, internacionales, que brindan más seguridad y más justicia. Que la seguridad, queridos hermanos, hay que garantizarla, no por la fuerza, no, sino porque yo abro mis brazos y mis manos para dar la mano a los otros.

La paz requiere también respeto a la creación. A esta creación que Dios hizo para disfrute de todos nosotros. Porque nuestro planeta sigue amenazado por la explotación de sus recursos, por diferentes formas de contaminación. Demos pasos concretos en la construcción, queridos hermanos, de la paz. Sí.

Y en tercer lugar, María también nos dice y nos enseña a dar prioridad a Dios. Sí. Estamos celebrando los 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, mirad, por mucho que se promulguen, los digamos, si no hay un cambio de corazón, si no hay una conversión de corazón, no haremos nada hermanos. ¿No habéis visto, en el Evangelio, a los pastores, que llegan a Belén, y ven al Señor, ven que lo que han oído está cumplido allí, y marchan? Pero marchan de otra manera. Marchan oyendo ese canto impresionante: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor.

La paz es una conversión del corazón. La paz es una conversión del alma. Esa paz que María Santísima hoy nos recuerda cuando se nos dice que conservaba todas estas cosas en su corazón. Es el admirable silencio de María. Un silencio contemplativo. María está callada ante el misterio. María acoge dulce y amablemente la palabra que se nos revela en el Hijo. Nosotros estamos necesitados también de la interioridad de María. A vivir interiorizados como María, escuchando la palabra. Escuchando esa palabra que da vida al corazón. La palabra que nos hace vivir en la verdad. Y la verdad es la que nos ha dicho el Señor hace un instante: sois hermanos, no lo olvidéis. Construid la paz. Y eso a veces, queridos hermanos, con el vecino de al lado, de la puerta de al lado, que a veces piensa de formas distintas, y yo digo: a este no le puedo hablar. No se construye la paz así. Ahí no hay conversión de corazón. Ahí no ha habido encuentro con Jesucristo. Ha habido encuentro con unas ideas. Pero el Señor no es una idea: es una persona que cambia nuestro corazón.

¿Quién en estos días toma tiempo para ello? En estos días del misterio de Navidad, pongamos como María al Señor en el centro. Necesitamos poner a Dios como una prioridad en nuestra vida. Dios es de primera necesidad, queridos hermanos. Es de primera necesidad. No es algo secundario. Si Dios desaparece de nuestro horizonte, por más ilustrada que sea nuestra vida y nuestras ideas, todo se derrumba. Se nos derrumba lo esencial, y nuestro mundo no puede cambiar.

No desplacemos a Dios. Tiene que estar como en María, nuestra madre: en el centro. No lo arrinconemos poniéndonos modernos.

Hoy, en esta Jornada Mundial de la Paz, el Papa Francisco nos ha dicho así estas palabras: «la paz es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia». Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva siempre al abuso y a la injusticia. Por eso, seamos instrumentos de construcción de la paz. Santa María nos lo enseña. La paz conmigo mismo. Qué bonito es ver a la Virgen: guardaba estas cosas en su corazón. Fuera la intransigencia, fuera la ira, fuera la impaciencia; la paz con el otro: con el familiar, con el amigo, con el extranjero, con el pobre, con el que sufre. Atrevámonos al encuentro, escuchando siempre el mensaje del otro, y sobre todo el mensaje que nos viene de Jesucristo. Y la paz en toda la creación: redescubrir la grandeza del don de Dios y la parte de responsabilidad que cada uno de nosotros, queridos hermanos, tenemos y añoramos.

Yo quisiera deciros en este día algo que es importante para nuestra archidiócesis de Madrid y para el mundo entero. Sabéis que san Juan Pablo II inició aquellas oraciones de Asís y se las encomendó a la Comunidad de Sant'Egidio. Y se van haciendo por diversos lugares de la tierra. Este año, en septiembre se hizo en Bolonia. Yo estaba en el Sínodo de los obispos y pude escaparme una tarde para poder asistir al finalizar ese encuentro. Y a poder decir también que el próximo encuentro, en septiembre de este año, será aquí, en Madrid.

En este primer día en que se celebra la Jornada de la Paz, os quiero anunciar que en el mes de septiembre de 2019 celebraremos en Madrid el encuentro internacional de oración por la paz en el Espíritu de Asís. Del 15 al 17 de septiembre. Nuestra Iglesia de Madrid acogerá la 33 edición de estos encuentros internacionales que comenzó san Juan Pablo II en 1986, y que organizará la archidiócesis de Madrid junto con la Comunidad de Sant'Egidio, parte también de nuestra iglesia diocesana.

Acudirán a nuestra ciudad centenares de representantes de todas las religiones mundiales y exponentes del mundo de la cultura, junto a miles de peregrinos de todo el mundo, para dar vida a tres días de intenso diálogo, en espíritu de encuentro, de amistad y de oración, en el horizonte común de la construcción de la paz.

Quiero anunciároslo hoy porque, como dice el Papa Francisco en este mensaje de hoy, de la Jornada Mundial de la Paz, dar la paz está en el centro de la misión de los discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y de la historia humana.

Yo os invito a todos ya desde ahora a participar en este evento y a preparar ya desde hoy el corazón para que Madrid sea siempre espacio de paz y de reconciliación, y desde aquí elevemos una gran invocación para que la paz, que es Cristo, que se hace presente aquí en este altar dentro de un momento, que llegue a todos los rincones de la tierra, y que llegue con las medidas mismas que nos regala a nosotros nuestro Señor Jesucristo.

Feliz año 2019 para vosotros, para vuestras familias, para toda nuestra archidiócesis de Madrid, para toda España. Que el Señor nos bendiga, nos guarde, y sepamos ponernos de rodillas delante de quien es la paz, de quien tiene vida para cambiar nuestro corazón, modelar nuestra existencia. Hagámoslo como lo hizo Santa María, nuestra Madre, que guardaba estas cosas en su corazón, pero convencida de que Ella había dado rostro a la paz, que es Cristo. Que el Señor os bendiga.

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