Homilías

Lunes, 15 junio 2020 11:01

Homilía del cardenal Osoro en la solemnidad del Corpus Christi (14-07-2020)

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Queridos hermanos obispos auxiliares de Madrid, don Jesús, don Juan Antonio, don José y don Santos. Queridos vicarios, vicario general y vicarios episcopales. Hermanos sacerdotes. Queridos representantes de la vicepresidencia de la Asamblea de Madrid, representante de la Asamblea y representante del Ayuntamiento de Madrid. Queridos representantes de Cáritas Diocesana, también delegados de Laicos, Familia y Vida. Hermanos sacerdotes. Hermanos todos. Queridos seminaristas de nuestro Seminario Redemptoris Mater, Seminario Misionero.

«Glorifica al Señor, Jerusalén». En el fondo es ese grito que el Señor desea que la Iglesia haga. Glorifica. Glorifica al Señor, nueva Jerusalén. Da a conocer a Cristo. Queridos hermanos.

Yo quiero agradecer necesariamente a Telemadrid que transmite esta celebración de la Eucaristía, como viene haciendo estos domingos durante toda esta pandemia. Y agradecer también a quien nos hace esta traducción al lenguaje de signos para que puedan seguir esta celebración quienes tienen dificultad para hacerlo a través del lenguaje normal. Gracias a todos de verdad.

Glorifica. El Señor quiere que los hombres alaben a Dios. El Señor quiere que todos los seres humanos encuentren la paz, encuentren la bendición, encuentren ese mensaje que llena el corazón y que llena su vida. El Señor desea que anunciemos a todos los hombres los decretos, los mandatos, en definitiva, la vida de nuestro Señor. Este día, el Señor nos llama a mantener la identidad, nos llama a penetrar en este mundo, nos manda expresar que este mundo puede ser diferente si en él nosotros metemos esta vida que nos entrega Jesucristo nuestro Señor, si hacemos posible que Él sea nuestro alimento.

Tres expresiones son las que constituyen la síntesis de esta palabra que el Señor nos ha regalado en este día del Corpus Christi: un camino, un proyecto y un alimento, para hacer ese proyecto y para hacer también ese camino.

Un camino. Queridos hermanos: lo habéis escuchado en la primera lectura que hemos proclamado del libro del Deuteronomio: no solo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. Abramos las puertas de nuestra vida, de nuestra existencia, de nuestros proyectos, de nuestras realizaciones. Abrámoslas a Dios. Dios no es estorbo. Dios es luz. Dios no retira a nadie del camino. Dios cuenta con todos. Dios es fraternidad. Dios es comunión. Y hace posible que todos nosotros vivamos también y mantengamos esa comunión. Un camino para la humanidad nos ofrece el Señor. Él, como nos decía, puso a prueba al pueblo antiguo de Israel. Conocía sus intenciones. Es verdad: pasó hambre, pero Dios lo alimentó. Pasó dificultades, pero Dios le sacó de aquellas dificultades. Y Dios ha querido venir en estos últimos tiempos a este mundo, hacerse hombre, vivir con nosotros, darse a conocer, y darnos a conocer también aquello que hace posible que los hombres de este mundo nos demos la mano los unos a los otros, y podamos hacer un camino juntos. No un camino para poner dificultades a los demás, sino al contrario: para hacer posible que ese camino sea fácil, sea de construcción de vida para todos los hombres, sea de construcción de fraternidad; sea de construcción en la que todos, y los que más necesiten, puedan vivir y hacer posible lo que en este día celebramos.

Queridos hermanos: nuestra Cáritas Diocesana celebra el Día de la Caridad. Lo ha celebrado siempre. Desde hace 60 años viene celebrando este día en la calle gracias a muchas personas voluntarias dispuestas a compartir su experiencia en una jornada de cuestación con puntos de información y de recaudación. Justo este aniversario, que se estaba preparando con toda ilusión, tendrá que celebrarse por los caminos que nos ofrecen las nuevas tecnologías. Hoy lo celebramos también a través de esta transmisión que está haciendo Telemadrid. Sí. Y lo hacemos en medio de una crisis sin precedentes, generada por la pandemia. Cáritas Diocesana está viviendo esta crisis como testigo directo: en la calle, acompañando y ayudando a las personas y familias afectadas por las dolorosas consecuencias que ha traído a sus personas y a sus familias. En estos tres últimos meses, las peticiones de ayuda a Cáritas Diocesana de Madrid se han triplicado. Las ayudas económicas han aumentado un 94 %. A este respecto, yo os escribía una carta titulada Dios es nuestra esperanza. Hoy más que nunca es momento de aunar esfuerzos, de hacer visible de manera inédita que nuestro Dios cuida de todas las criaturas, especialmente en unos tiempos difíciles de incertidumbre que entre todos, con todos y para todos transformemos en tiempo de gracia. Y lo podemos hacer, queridos hermanos. Nos lo ha dicho el Señor, como habéis visto en la primera lectura: «No te olvides. No te olvides de tu Dios. Te sacó de Egipto. Te sacó de la esclavitud. Te sacó del sequedal, donde no había una gota de agua. Te sacó del desierto, y te acompañó por el desierto dándote el alimento necesario». Un camino que podemos hacer juntos, queridos hermanos. Que es necesario. Y, permitidme este desahogo, solo la Iglesia de Cristo, solo en nombre de Jesucristo, Dios y Señor nuestro, se puede hacer este camino juntos dándonos la mano. Cuando lo hacemos por ideas, dejamos de dar la mano. Cuando lo hacemos por la persona de Jesucristo, que entra en nuestra vida, de la que nos alimentamos, en la que creemos, en la que saboreamos lo que es la fraternidad humana y lo que debe ser la gran familia de los hijos de Dios, entonces hacemos este camino juntos.

En segundo lugar, un proyecto. Lo habéis escuchado en la lectura segunda de la primera carta a los Corintios. Lo estamos celebrando. El cáliz de bendición, el pan que partimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? ¿No es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno. Nosotros somos muchos, pero formamos un solo cuerpo. Comemos del mismo pan. Y aquello que decía san Agustín a los primeros cristianos del norte de África; después de celebrar la Eucaristía, le decía, les incitaba: aquello de lo que habéis comido, dadlo. No deis otros retales. No deis otras cosas. Dad de lo que coméis. Si os alimentáis de Jesucristo, dad a Jesucristo. Formamos un solo cuerpo. Comemos de un mismo pan. Siempre con un proyecto de comunión. Un proyecto. Somos muchos, es verdad, pero comemos del mismo pan y entregamos al mismo Señor.

Y, en tercer lugar, un alimento. Siempre alimentados por Cristo. Han sido unas palabras bellísimas las que el Señor nos ha entregado en este Evangelio que se proclama en este día del Corpus Christi. El pan vivo bajado del cielo. Jesús afirma que Él es el pan de vida. Pan bajado del cielo. Pan que se entrega para dar vida al mundo. Para que todos nosotros vivamos. Ciertamente Jesús alimenta nuestra vida. En el lenguaje coloquial, el pan es símbolo de todo alimento que el ser humano necesita para vivir. Esa tradición que tenemos nosotros en los pueblos: guarda este pan para el hambriento. Dale un trozo de pan. De tu pan. Dáselo. En el lenguaje coloquial, quienes escuchan a Jesús, podían comprender que el pan del que Jesús hablaba era el pan de la palabra. Reparte tu pan. Da un trozo de tu pan. Pero Jesús desea hacerles ir más lejos. Y desea que todos nosotros vayamos más lejos. Él no es tan solo la palabra de Dios que ilumina los corazones, sino que es palabra hecha carne, deseosa de entregarse totalmente. Por eso dice: «El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Jesús habla de su carne. ¿Qué quiere decir Jesús? Quiere decir que el Espíritu no se da fuera de la realidad humana. Por tanto, la carne de Jesús no es solo lugar donde Dios se hace presente, sino que se convierte en la expresión de amor del Padre a la humanidad. Dios no está en el más allá. Se ha hecho presente aquí, en esta tierra, en Jesucristo. Dios da su Espíritu, pero es su carne la que lo expresa. La persona de Jesús hace presente a Dios en la historia. Los judíos, como nosotros a veces también, se preguntaban: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Las palabras de Jesús no solamente provocan una crítica, sino una pelea entre los judíos. No entienden su lenguaje. La mención de Jesús de su carne los ha desorientado y, a la vez, les ha quitado la seguridad.

Queridos hermanos: mientras Jesús se mantuvo en la metáfora del pan podían aún interpretar que se trataba de un maestro de la sabiduría enviado por Dios. Pero ese pan es su misma realidad humana. No es una doctrina. Ellos no entendieron lo que puede significar comer su carne. Y buscan una explicación. También nosotros, como aquellos oyentes, estamos turbados ante esta afirmación. Esto es una locura. Y, sin embargo, Jesús no tiene ningún miedo de escandalizarnos. ¿Qué significa comer su carne? Para los judíos, carne de una persona significa la persona entera, con todo su ser. Jesús está ofreciéndonos a todos una relación personal e íntima con Él que nos va a llevar a la vida plena. Comer su carne equivale a asimilarse a Él: a sus actitudes, a su estilo de vida. Y es lograr la vida, en definitiva. No podemos seguir comulgando nosotros con el Señor siendo, o continuando siendo, egoístas, violentos, intolerantes, indiferentes. Necesitamos tomar conciencia de que comulgar la carne de Jesús nos lleva a ser generosos, pacientes, comprensivos, comprometidos, como Jesús, que ha venido para la vida del mundo. Ha venido para la vida del mundo. Alimentarnos de Jesús es eso que os decía hace un instante, recordando a san Agustín: si coméis del Señor, si Él es generoso, si Él es entrega-fraternidad, dadlo. Dadlo. Retengamos las palabras de Jesús en el Evangelio: «Si no coméis mi carne y no bebéis la sangre, no tenéis vida en vosotros». Ciertamente, la Eucaristía es para experimentar en qué consiste la vida verdadera. Una vida que sacia nuestro deseo más profundo. Es la vida eterna. No se refiere en primer lugar a la vida después de la muerte, sino que designa una calidad de vida, aquí, ya y ahora. Algo que podemos experimentar ahora. Es una vida que va más allá de nosotros mismos,. Que nos sobrepasa. Y a partir de esta experiencia personal de vida, podemos verificar que nuestra vida puede ser más libre, más gozosa, más llena de sentido; que podemos hacer una revolución extraordinaria en este mundo y en esta tierra.

Un camino y un proyecto, pero con un alimento: Jesucristo nuestro Señor. La Eucaristía nos impulsa a entregar nuestra vida. La Eucaristía es una fuerza de transformación del mundo. El que participa en la Eucaristía está llamado a ser fermento de solidaridad. Por ello, necesitamos salir de nosotros mismos, acercarnos al que sufre, protestar contra la injusticia, irradiar el amor compasivo de Jesús en nuestra sociedad. Y esto urge, queridos hermanos. Esto no se hace solo con ideas: se hace con la vida. Mi carne. Como lo hizo Jesús. Y quien participa de la vida de Jesús, lo hace también con su vida. Si partimos el pan, es para que todos podamos compartir y repartir nuestra vida. La Eucaristía es banquete festivo. Es una protesta profética contra el hambre en el mundo, contra la falta de verdad, contra la falta de justicia, contra la falta de fraternidad. Es un banquete. Es protesta profética, queridos hermanos, grabando con esto la promesa de una humanidad renovada por el amor del Señor en este mundo.

Por eso, en este día del Corpus, hagámonos esta pregunta: Señor, ¿nos dejamos transformar por ti en el misterio de la Eucaristía? En la fiesta del Corpus, que es el Día de la Caridad también, ¿tenemos presente de manera especial el drama del hambre, que atormenta a millones de seres humanos, y también a los casi cinco millones de parados en España, más de un millón de familias donde ningún miembro tiene ingreso alguno?. ¿Queremos quitar la soledad de los ancianos? ¿Queremos eliminar las adversidades que afrontan los emigrantes y tantas personas que necesitan de nuestro apoyo, de nuestro servicio, de nuestra solidaridad?.

Y, queridos hermanos: ¿veis? Nos manda a la calle. Nos manda transformar el corazón. A dejar que entre Jesús en vuestra vida. Aentrar en comunión y alimentaros por la carne de Cristo, que transforma nuestro corazón, nuestras ideas, nuestra forma de relacionarnos con los demás. Sí. Nosotros necesitamos apoyar, servir, ser solidarios. Hoy la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que celebramos con el Santo Sacramento que Jesús dejó a la Iglesia, el misterio de su presencia y de su amor entregado por nosotros, Cristo está presente en el pan de cada una de las Eucaristías. Sí. Es una presencia irresistiblemente atractiva, que fue, y con la que hizo su vida entregada por todos. Así lo hizo Jesús. Y nos pide, a quienes entramos en comunión con Él, que hagamos lo mismo. Cada vez que celebramos la Eucaristía, podemos dejarnos alcanzar por ese amor de Cristo. Hoy, cuando adoramos al Señor en el misterio de la Eucaristía, cuando en las procesiones llevamos al Señor, lo que hacemos es decirle al Señor: Nosotros deseamos seguirte, Señor. Queremos tener tu corazón. Queremos incitar en nuestra vida una forma nueva de vivir. El amor se ha hecho carne, y quiere hacerse carne en nuestra vida. Esto nos lleva también a la confianza y a la alegría. Si nos transformamos, estas realidades de las que os he hablado, queridos hermanos, de todo tipo.., realidades que afectan a familias, a ancianos, a inmigrantes, a personas… pueden cambiar. Pueden cambiar. Porque, lo mismo que Jesús nos alimenta, nosotros, con nuestra vida, también alimentaremos a los demás.

Que el Señor nos bendiga. ¿Veis? Como os decía, teníamos que hacer un camino, tenemos un proyecto que se nos entrega en la Eucaristía, y tenemos un alimento. Y cuando nos dejamos alimentar por el Señor, nuestra vida cambia; y nuestras realidades y relaciones cambian absolutamente. Permitidme que recuerde por un instante a un santo español, san Manuel González, el obispo del Sagrario. Cuando él era sacerdote, le mandaron a un pueblo muy difícil: no iba nadie ni a Misa, ni nada. Y aquel hombre pensó que todo se podía transformar con la Eucaristía. Y ciertamente lo transformó: transformó las familias, transformó las relaciones, transformó el pueblo. Y cuando un sacerdote joven le preguntaba a él: «¿qué es lo que tengo que hacer yo para cambiar esta tierra?», él decía: «pasa en adoración horas junto al Señor, aliméntate de Él, y eso entrégalo a los demás. Transformarás este mundo». Y, ciertamente, hay datos reales de este santo que hacen posible decir que la Eucaristía transforma nuestras relaciones entre los hombres.

Que el señor os bendiga, queridos hermanos. Es un día grande. Es verdad que no lo podemos celebrar en las calles, pero es verdad que lo podemos celebrar aquí, ahora, y poderlo transmitir y comunicar a otras gentes que lo están escuchando por la televisión, por Telemadrid. Y que hace posible que yo pueda decir que este proyecto, hermanos, este camino que el Señor nos pide hacer, se puede realizar si nos dejamos alimentar por el Señor y regalamos lo que el Señor nos da a los demás. Que el Señor os bendiga y os guarde. Amén.

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