Homilías

Miércoles, 28 octubre 2020 15:41

Homilía del cardenal Osoro en la toma de posesión de los nuevos canónigos del cabildo catedral (25-10-2020)

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Excelentísimo cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos hermanos Eduardo, José Antonio y Daniel. Queridos seminaristas.

Hermanos y hermanas todos que celebramos esta Eucaristía. En este contexto, acaban de tomar posesión como canónigos de la santa Iglesia catedral los dos rectores de nuestros seminarios, don Eduardo y don José Antonio, y el delegado de liturgia, don Daniel Escobar.

Quiero agradecerles no solamente el trabajo que vienen haciendo, sino el haber aceptado incorporarse al cabildo catedral, que en estos momentos, como siempre, son el grupo de sacerdotes que cuida, predica y alienta lo que significa el magisterio y la cátedra del obispo.

La catedral es la primera Iglesia. Es la iglesia madre de todas las comunidades. Es la iglesia de toda nuestra comunidad cristiana. En esta iglesia hay un grupo de sacerdotes que cuida especialmente, desde la predicación, desde el magisterio, la predicación y las orientaciones del señor arzobispo.

Os agradezco que hayáis aceptado este trabajo. Entre otras cosas también por vuestros trabajos principales, que son educar y formar a los futuros sacerdotes, en nuestra archidiócesis de Madrid, y para afuera también, en el Seminario Misionero. Gracias a todos. Y gracias a los acompañáis en este momento este acto, que tiene que tener un significado especial.

Cuando se habla de los canónigos, los que lo hemos sido lo sabemos, tiene un significado, si nos lo tomamos en serio, muy grande. Y en estos momentos quizás más. No vale predicar de cualquier manera. Hay que hacerlo en comunión, y acompañando los pasos también; como hace el obispo con los cristianos: acompañando sus pasos, caminando en sinodalidad y comunión, que no se pueden separar. Gracias por vuestra presencia.

Queridos hermanos todos. Hemos escuchado un Salmo que hemos cantado juntos: «Yo te amo Señor. Tú eres mi fortaleza». Sí. Te amo. Te amo porque en todos los momentos de nuestra vida, y en especial en este momento que está viviendo nuestra humanidad y que vivimos nosotros, me fortaleces; siento que estoy en un alcázar, que tú me cuidas; tú eres mi liberador, tú eres mi roca, y quiero reconocerte: es lo que hemos cantado. Quiero reconocerte porque tú eres el único que me ofreces seguridad en estos momentos. Eres fuerza, eres baluarte, eres peña, eres refugio y eres escudo para todos nosotros. Te amo. Te reconozco. Y te alabo.

Por eso, todos los que estamos aquí, en esta celebración, tenemos que decir juntos: Vive el Señor. Sí. Bendita sea esta roca que se nos ha revelado en Jesucristo nuestro Señor. Él tiene la victoria. Y nos la regala a nosotros. Y nos entrega también su misericordia. Viva el Señor.

Queridos hermanos: la Palabra que hemos escuchado en este domingo, en este día del Señor, de alguna manera viene a reforzar nuestra existencia. Quizás se pueda resumir lo que hemos escuchado en estas palabras: compasión, testimonio y amor.

Compasión. Pasar por la vida con compasión. Pasión por: por el hombre, por el ser humano. Es imagen de Dios. No podemos jugar con el ser humano. Nos reúne un Dios que precisamente se ha rebelado en Cristo nuestro Señor como compasivo y misericordioso. Un Dios que escucha a los hombres: no oprimirás, no vejarás al forastero como si fuese alguien secundario, no importante. No explotarás. No te quedarás con nada de lo que pertenece a otro. No seas usurero.

Queridos hermanos: si tomas algo de los demás, devuélveselo. Siempre. Pasar por la vida con compasión requiere esto que en el libro del Éxodo nos decía el Señor.

Queridos hermanos: en estos momentos junto a nosotros tenemos muchos forasteros; muchos inmigrantes; mucha gente que vino a España, incluso antes de la pandemia, por supuesto, para encontrar un trabajo y un porvenir para su familia. Que nunca nos estorben los demás, queridos hermanos. Que nunca nos estorben. Y menos los que más necesitan. Que no salgan de nuestra boca palabras que de alguna forma manifiesten opresión, malos juicios, explotación… Que no salgan estas palabras de nuestra boca.

El Dios de la misericordia, ese Jesús que se nos ha mostrado grande de corazón y misericordioso, hoy nos invita a que seamos Él en medio de este mundo mostrando compasión hacia todos los hombres. ¿Y cómo? Él quiere que demos testimonio. Él quiere que lo hagamos no solamente solo con palabras, y fundamentalmente con palabras, sino pasando por la vida siendo testigos de Él. Son bellísimas las palabras del apóstol Pablo en este texto que hemos proclamado de la primera carta a los Tesalonicenses, cuando él mismo dice: pasé entre vosotros para vuestro bien; no para aprovecharme: para vuestro bien. Que cada uno de nosotros, queridos hermanos, también pasemos así: en nuestra familia, entre nuestros vecinos, entre las personas que nos rodean, en el trabajo que tenemos… Pasemos haciendo el bien.

El apóstol les dice a aquella comunidad: habéis seguido mi ejemplo, porque pasar haciendo el bien supone también acoger la palabra que viene de Dios, y no cualquier otra palabra; y acoger la alegría que viene del Espíritu Santo, que no es la alegría del triunfo de la vida. Sabéis que la alegría puede tener origen en varios manantiales. La alegría del triunfo de la vida: triunfamos. O la alegría que tenemos esta mañana nosotros de sabernos queridos por Dios; de saber que el Señor nos ha incorporado a su pueblo; de saber que el Señor nos ha dado ya escrito, ya dicho con su propia vida, un relato de lo que tiene que ser nuestra propia existencia. Por eso, el apóstol dice: estemos unidos, y seamos Iglesia; que resuene en medio de este mundo la palabra del Señor; que anunciemos el Evangelio. Sí. Y lo hagamos desde una acogida, desde un abandono de los ídolos de este mundo, y volvamos nuestra mirada a Dios.

Queridos hermanos: el Señor nos invita a salir por este mundo con compasión y con nuestro testimonio, como nos dice el apóstol Pablo. ¿Y cómo hacer todo esto? ¿Cómo salir con compasión y siendo testigos?. Pues mirad: sostenidos por este amor, que nos identifica con Cristo.

Habéis escuchado el Evangelio: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo. Esta es la respuesta de Jesús a aquel maestro de la ley cuando le pregunta cuál es el mandamiento más importante. Sabéis que en aquella época los judíos habían codificado 613 mandamientos. Tenían 613 mandamientos. Y discutían cuáles eran los mandamientos más importante y cuáles eran los secundarios. Quizá en este momento nosotros también tenemos muchos mandamientos, queridos hermanos.

Responder a esta pregunta para Jesús no era sencillo, porque la mayoría de los juristas de su época consideraban que todos los mandamientos tenían la misma importancia. Y otros defendían que guardar el sábado era lo primero de todo. También había algunos otros que decían que el amor al prójimo era el principal.

En realidad, la pregunta que le hacen a Jesús es una pregunta por lo esencial: ¿cuál es el mandamiento más importante? ¿Qué es lo esencial de nuestra vida? Es a lo que quiere responder Jesús. Para nosotros hoy, en estos momentos. Para que hagamos una salida con compasión y siendo testigos. Por eso necesitamos preguntarnos nosotros también. Porque, fijaos: nuestros días están llenos de asuntos pendientes, de proyectos, de llamadas… Tenemos la impresión de estar dispersos en tantas direcciones… Nuestra sociedad posmoderna está fragmentada. Los medios de comunicación nos bombardean con spots publicitarios, vendiéndonos mil productos importantes, como una medicina para resolverlo todo. Por eso, esta mañana es bueno que el Señor nos siente y nos diga: ¿qué es lo importante en tu vida? ¿Qué es lo que da sentido a tu existencia? ¿Qué es lo prioritario para ti?. ¿Me doy tiempo para ver que es lo prioritario, o me enredo en mil historias dejándome llevar?. ¿Adónde caminamos, queridos hermanos, con ese individualismo moderno, donde lo importante es «estar bien», pero desconectados de lo que es esencial?.

La respuesta de Jesús al maestro de la ley sigue siendo válida para todos nosotros, queridos hermanos. Jesús responde recitando las palabras que todo israelita piadoso recitaba dos veces al día. Jesús añade una referencia más: prescribe también amar al prójimo como a uno mismo. Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. Pero el segundo es semejante a él: amarás al prójimo como a ti mismo. Es como si Jesús nos dijese a nosotros esta mañana, aquí reunidos, en la catedral: lo único importante es que ames la verdad. La vocación del ser humano es vocación al amor profundo. Si nos falta el amor, nos falta todo.

Jesús quiere poner de relieve que el amor es la verdadera fuerza para vivir y para lograr vivir con sentido, queridos hermanos. En pocas palabras, Jesús ha concretado la medida sin medida del amor: amar con todo el corazón, amar con toda el alma, amar con todas las fuerzas. La palabra «todo» la repite tres veces. Y expresa la adhesión total a Dios y el empeño por amar la verdad.

Pero el segundo mandamiento es semejante a él, nos dice. Semejante. Indica que el mandamiento del amor al prójimo es de igual rango que el primero de los mandamientos, que el amor a Dios. Y esto da un valor insospechado. Jesús, qué bonito es esto queridos hermanos, une lo divino y lo humano. Lo une. Lo hace inseparable lo uno de lo otro. De manera que es una ilusión y un engaño pensar que uno vive en buena relación con Dios si se desentiende de los hermanos.

Queridos hermanos: en una sociedad como la que vivimos, amar como a ti mismo introduce la radical exigencia de igualdad. Todos somos iguales, y estamos invitados a superar nuestras desigualdades. El amor a uno mismo puede degradarse. Es una premisa necesaria sentirse amado y saberse amado. Es una condición indispensable para amar. Por eso, sentir hoy el cariño de Dios en nuestra vida, que es Jesús mismo el que nos habla, que es Jesús mismo el que se va hacer presente, es garantía si lo metemos en nuestro corazón para amar al prójimo.

El Evangelio de hoy es una invitación a centrarnos en lo esencial. Nos experimentamos valiosos cuando somos realmente amados por alguien.

Permitidme, queridos hermanos, que os cuente esto: siendo arzobispo de Oviedo, escribía un libro a la Santina de Covadonga, Ahí tienes a tu madre. Y pedí que el prólogo me lo hiciese uno de los chicos que tuve en una casa que fundé siendo sacerdote en mi diócesis de Santander, en Torrelavega, que todavía existe: la Casa de los muchachos. Para chavales que no tenían familia, que salían del reformatorio y no tenían dónde ir. Y le pedí a uno que me lo hiciese. A Pedro. Y solamente, por que él no era precisamente un intelectual, solamente ponía esto, y a mí eso se me ha quedado también en mi vida: Gracias Carlos. Porque cuando entró en la Casa de los muchachos había una imagen de la Virgen en la entrada, y yo le dije: déjate querer por Ella, y serás feliz. Es tu madre. Pero me decía: me quedé con esa frase, pero sobre todo me quedé que tú me lo decías convencido. Dejarse amar, queridos hermanos, para poder entregar amor. Hoy es un padre de familia extraordinario. Dejarse amar para entregar amor.

Centrémonos en lo esencial. Liberémonos de lo que nos distrae. Y vivamos en la referencia a aquello que nos construye, que nos humaniza, que llena de sentido nuestra vida. Es un amor vivido en confianza. Es amor sin límites el que nos ofrece Jesucristo. Es Él, un rostro de ternura y de compasión. Por eso, esta mañana, aquí, en esta celebración, y desde esta catedral, le decimos al Señor: Señor, haz que todos los cristianos de nuestra archidiócesis de Madrid sepamos acoger este amor tuyo. El que tú nos ofreces en cada instante. Que vivamos de lo esencial. Que es lo más importante. Que todos los que nos rodean se sientan amados de verdad, porque hemos entendido lo que tú nos dices hoy: que no vivamos de presiones, de atosigamientos. No. Que nos preguntemos: qué es lo importante en mi vida y qué es lo importante para los demás. Porque la respuesta del Señor sigue siendo válida: amarás a Dios con toda tu alma, con todo tu corazón, con todo tu ser, y al prójimo con ese mismo amor.

Que el Señor nos bendiga. Y que esta semana sea para nosotros una semana que iniciamos en este domingo con nuestro Señor Jesucristo y con la palabra que nos manifiesta la dirección que tiene que tener nuestra vida.

Que así sea.

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