Homilías

Jueves, 01 junio 2023 09:09

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia de Pentecostés (27-05-2023)

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Queridos vicarios general, deán de la catedral, hermanos sacerdotes. Querido diácono. Hermanos y hermanas.

«El que tenga sed que venga a mí y beba».

Hoy contemplamos a Jesús, en este día de Pentecostés, en el último día de la fiesta de los Tabernáculos, cuando puesto en pie comenzó a gritar el Señor: «El que tenga sed, que venga a mí». «El que cree en mí, que beba». Como dice la Escritura, «De su seno correrán ríos de agua viva».

Estas palabras, queridos hermanos y hermanas, son para nosotros hoy, en esta víspera de Pentecostés, éstas, «El que tenga sed que venga a mí», «El que cree en mí que beba», repito, son para nosotros. Sí. La sed es el gran deseo de vivir que todos los seres humanos llevamos dentro. En lo profundo de nuestro ser hay un deseo inmenso de vida. Ahí se encuentra la aspiración más profunda. La aspiración a vivir. La aspiración a existir. La aspiración a crecer. La aspiración a realizarnos como personas.

Esta sed es la que yo quisiera que esta tarde nos reuniese aquí. Es la sed que nos sostiene en nuestro camino. «Solo la sed nos alumbra, aunque es de noche», dice una de las canciones que a veces cantamos en la Iglesia. Ese deseo nadie lo puede llenar. Nadie puede ser todo para nadie.

El texto que hemos proclamado comienza el último día, el más solemne de la fiesta. ¿Qué sentido tienen aquí esas palabras, el último día? Tienen un doble sentido: por una parte, es el último día de la fiesta que celebraban los judíos en Jerusalén recordando la liberación de Egipto. Y, por otra parte, el último día, en el lenguaje simbólico de san Juan, significa la muerte y resurrección de Jesús. En definitiva, hermanos, el último día es el día de la Resurrección del Señor. Ese es el verdadero último día, en el que todos vivimos. El tiempo humano está marcado por la Pascua. Por la Resurrección. Vivimos en este último día del tiempo pascual. Jesús, el Resucitado, es una presencia en nuestra vida. Aunque no seamos conscientes de ello, hay una cosa que es cierta, queridos hermanos, y es que el Señor nos acompaña en el camino de la vida como acompañó a los discípulos de Emaús. A veces no nos damos cuenta, pero el Señor nos acompaña.

Y nos ha dicho el Evangelio que Jesús, puesto en pie... ¿Por qué dice: puesto en pie?. Es sencillamente el símbolo del Resucitado. Es el que en ese día grita: «Si alguno tiene sed, que se acerque a mí y beba» Para comprender estas palabras de Jesús, hay que tener en cuenta que Jesús está haciendo referencia a los ritos de la fiesta judía en Jerusalén. Cada día se celebraba por la mañana una procesión llevando al templo agua de la fuente de Siloé. «Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación». En el contexto de esta fiesta hay que entender este pasaje que acabamos de escuchar de Jesús. En el que Jesús se presenta gritando y ofreciendo el agua del Espíritu. El agua de la vida. Porque solo de Él fluyen los ríos de agua que dan vida. Y Jesús, en este día de Pentecostés, nos invita a acercarnos a Él. Nos ofrece una vida nueva. Y ofrece una vida nueva para todo ser humano.

Recordad el libro de los Hechos: cuando en aquella estancia están los discípulos, y viene la invasión del Espíritu Santo sobre ellos, había una multitud de gentes esperando, nos dice el Libro de los Hechos, y salieron, y comenzó Pedro a predicar y a anunciar al Señor.

La expresión «Si tienen sed que vengan a mí» quiere decir que la fe es un acercamiento. Es una adhesión a la persona de Jesús. Esto es lo que habéis hecho esta tarde en estas vísperas de Pentecostés, queridos hermanos: acercaros a Jesús, poner la confianza en Él, en cuya persona se realizan todas nuestras esperanzas y todas nuestras aspiraciones.

«El que cree en mí que beba» ¿Qué significa esto: que beba? Significa recibir una vida a través de su presencia. Recibir una vida a través de su amor. De entrar en una relación de confianza absoluta con Él. En definitiva, significa dejarnos configurar por Jesús. A esto venimos a la celebración de la Eucaristía: a dejarnos configurar por Jesús; a dejarnos transformar por Él. «El que tenga sed que venga a mí y beba». La condición es sentir la sed. Y esta sed no solo implica la necesidad de agua, sino denota una carencia mucho más profunda. El que vive en una cultura de bienestar, satisfecho, instalado, que parece que lo tiene todo resuelto, que satisface todas sus necesidades, que tiene formas múltiples de llenar un vacío, pero que nunca lo acaba de llenar... Jesús, sin embargo, ofrece la verdadera vida. La vida plena. Otras ofertas no apagan la sed. Hoy tenemos múltiples ofertas. Y cada vez en nuestra oferta hay más vacíos, que no se llenan. Y hay más deseo de vida en los seres humanos. Ofrezcamos el agua del Señor. «El que bebe de esta agua que estáis cogiendo vosotros, vuelve a tener ser. Pero el que bebe del agua que yo le daré nunca tendrá más sed».

Como veis, queridos hermanos, la fe es un encuentro con Jesús Resucitado como dador del agua, del Espíritu; dador de la vida plena que nos impulsa a salir de toda indiferencia y de toda pasividad. El auténtico discípulo de Cristo ha de sentirse solidario con el hermano que sufre. Que nos interpela ante la creciente brecha que existe y se da en nuestro mundo de ricos y pobres. Que nos cuestiona frente a criterios y estructuras que se inspiran en principios de pura utilidad económica, sin tener en cuenta la dignidad del ser humano. «El que cree en mí —como dice la Escritura— tendrá vida plena». «Del que cree en mí manarán ríos de agua viva». Es decir, de lo más profundo, de lo interior. Cuando el Espíritu entra en nuestro interior hace brotar vida. Es la vida en plenitud que Dios nos ofrece por su Espíritu.

Por eso, queridos hermanos, tiene una fuerza extraordinaria hoy esta fiesta de Pentecostés. Cuando los discípulos, reunidos en una estancia, reciben lo que Jesús les había prometido, «os enviaré el Espíritu Santo», aquellos hombres no pueden guardarlo para sí. Sale Pedro el primero a anunciar a Jesucristo, Nuestro Señor. El Espíritu nos impulsa a anunciar al Señor. Sí, queridos hermanos: es la vida en plenitud que Dios nos ofrece. Solo Dios puede dar sentido a nuestra vida, a la sed que todos llevamos dentro de nuestro corazón. Solo Dios puede dar sentido a nuestro deseo, a nuestro gran deseo. Jesús nos viene a decir: «Si tienes sed de vida, acércate a mí, yo puedo ofrecerte una vida plena».

Acerquémonos, queridos hermanos, a la fuente viva, que es el Señor. Él está dispuesto a verter sobre nosotros ese agua que apaga toda sed profunda de vida que llevamos en el corazón. Ofrezcámoslo. El empeño grande de la Iglesia de Nuestro Señor siempre, pero en este momento que vive nuestra humanidad, es el empeño por salir a ofrecer el agua viva que ofrece nada más que Jesucristo, Nuestro Señor. El Señor está dispuesto a verter este agua en tu vida y en la mía. Quiere quitar la sed que existe en nuestro corazón. Hoy al Señor, en esta fiesta de Pentecostés, le podemos decir, sin lugar a dudas: «Tú, Señor, eres la fuente eternamente deseada; solo en ti puedo apagar mi sed y dar el verdadero sentido que tiene que tener nuestra vida».

Queridos hermanos, escuchemos a Jesús: «El que tenga sed, que venga a mí y beba». ¿Cómo será esto, queridos hermanos? ¿Cómo puede ser esto? El Espíritu Santo sigue actuando en la vida de la Iglesia. El Señor sigue alegrando a los hombres con Espíritu salvador. El Espíritu Santo sigue mostrando la necesidad de salir de nosotros mismos para entregar a todos los demás la fuerza y la gracia que viene de Jesucristo, Nuestro Señor. Pentecostés. Sigue siendo Pentecostés. El Señor no ha dejado la Iglesia sin la fuerza del Espíritu Santo. Sigue siendo Pentecostés para todos nosotros.

Nos decía el Señor: «El que tenga sed, que venga a mí y que beba». ¿Qué pasa, queridos hermanos? ¿Qué nos pasa para no saber lo que nos pasa? Y valga la redundancia. ¿Qué nos pasa? El encuentro con Jesucristo es esencial. Quien se encuentra con Jesús no guarda para sí mismo ese encuentro. Lo regala. Lo reparte. Lo manifiesta. Lo expresa con obras, no solamente con palabras, aunque necesite palabras para explicar las obras que hace. Este encuentro con Jesús en estas vísperas de Pentecostés, lo tenemos nosotros aquí en la celebración de la Eucaristía, donde Él se va a hacer realmente presente: el Señor, el mismo Señor que nos ha dicho que vayamos a Él si tenemos sed. Y nosotros venimos a Él. Queremos beber de su fuente: Queremos vivir de su amor. Queremos regalar esta manera de vivir y de ser y de estar en el mundo. Una manera de ser que no nos cierra en nosotros mismos, sino todo lo contrario: nos abre absolutamente a los demás.

Y esto, queridos hermanos, es lo que pedimos en este día al Señor. «Señor, que tu Espíritu invada la Iglesia. A los que somos miembros de la Iglesia. Ese Espíritu que hizo posible que aquellos primeros saliesen por los lugares conocidos de la tierra para anunciar tu Evangelio y lo hicieron, no con fuerzas extrañas, sino con la tuya. Con tu fuerza, con tu amor, anunciándote en tiempos difíciles». No son iguales, es verdad, pero lo anunciaban con su testimonio de vida; engendraban valor en el encuentro con Cristo para decir a los demás que el único camino que existe, que la única verdad y lo que da vida de verdad al ser humano es Jesucristo, Señor Nuestro, a quien vamos a recibir en este altar dentro de unos momentos; a quien hemos escuchado en su Palabra.

Que en esta fiesta del Apostolado Seglar se manifieste que esto es una obra que tiene que hacer toda la Iglesia. Toda la Iglesia recibe el Espíritu del Señor. Y toda la Iglesia, dispuesta y con la fuerza del Espíritu, dice a los hombres: «Él, Jesús, es el Camino, la Verdad y la Vida». Amén.

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