Homilías

Miércoles, 15 abril 2020 10:40

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia Pascual (11-04-2020)

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Queridos hermanos obispos don Jesús, don Juan Antonio, don José, don Santos. Queridos hermanos sacerdotes. Querido diácono. Hermanos todos.

Queridos hermanos que estáis siguiendo esta celebración desde vuestras casas. ¡Ha resucitado!. Estas son las palabras del ángel a las mujeres que fueron al sepulcro. Y son las palabras que el Señor hoy, en esta noche de Pascua, nos dice a todos nosotros. Son para cada uno de nosotros, en esta Pascua, palabras llenas de luz y palabras llenas de sentido para la vida humana. Precisamente en estos momentos que estamos viviendo en todo el mundo, fruto de esta pandemia, en este tiempo asfixiante, de miedo, de angustia, de dolor, surge hermanos la luz de la vida. Esta noche es más clara que el día. Esta noche, nuestra también, que estamos viviendo es más clara. Que la luz de esta noche disipe las tinieblas de nuestro corazón. Que disipe las tinieblas de nuestro mundo.

Lo habéis escuchado: al alborear del día primero de la semana, dos mujeres, María Magdalena y la otra María, van al sepulcro. El amor madruga más que el sol. Hace ver cuando está oscuro, el amor. El amor hace testigos de lo invisible. Ellas han testimoniado la muerte y la sepultura de Jesús. Son representantes del compromiso y la fidelidad a Jesús. Y en este momento aparece el ángel del Señor: un temblor de la tierra, y un ángel corrió la piedra y se sentó encima.

Significa esto la victoria sobre la muerte. Significa que Jesús ya no está aprisionado en poder de su muerte. Significa que nuestra vida no puede ser ahogada por la muerte. 

La piedra que cerraba el sepulcro es símbolo de todas las piedras y de todos los bloqueos que detienen nuestra vida, queridos hermanos. Muchos hombres y mujeres hoy tienen la sensación de llevar una piedra encima que no les deja vivir. Esa piedra puede ser el lastre de un pasado doloroso, de heridas, de sufrimiento, que quizá nos impide levantarnos del camino. Esa piedra es también la injusticia que pesa por el mundo, como una losa. Esa piedra es el desentendimiento, el  desentendernos de los demás. Quizá hemos intentado muchas veces liberarnos del peso de esa piedra. Pero, mirad: esa piedra sigue siendo hoy el miedo, la inseguridad que estamos viviendo durante esta pandemia. Y la pregunta que quiero haceros esta noche es esta: ¿qué piedra ahoga mi vida? ¿Tengo un deseo de vida profunda? ¿Tengo deseo de sentido de la vida? ¿Me atreveré a dejar el sepulcro?.

Qué preciosas son las palabras que hemos escuchado del ángel a las mujeres: no temáis. Que son las palabras que nos dice a nosotros también en nuestro sepulcro: no temáis. Ya se qué buscáis: sentido a la vida. En el fondo buscáis a Jesucristo crucificado. No está aquí: ha resucitado.

Yo esta noche os quiero decir esto: ha empezado algo nuevo, Jesús no está entre los muertos. No se puede encontrar en la muerte al que vive. Quizá, como nosotros, aquellas mujeres no comprendían nada. Pero no salían del asombro. Habían ido al sepulcro simplemente para cumplir un deber entrañable de recuerdos y homenaje a quien habían querido.

El ángel hoy se dirige a nosotros. A todos nosotros. Y nos dice como a aquellas mujeres: no está aquí. Ha resucitado. Jesús no es un personaje del pasado. Él vive. Vive. Es una presencia en nuestra vida.

¿No habíamos pensado que todo se desvanece con la muerte? ¿Que todo termina en nada? ¿Dónde apoyamos la esperanza, queridos hermanos? ¿Dónde apoyamos nuestra esperanza? ¿Cuál es el punto más sólido de mi vida? ¿Qué significa para mí esta noche? ¿Qué significan estas palabras: ha resucitado? Cristo ha resucitado. La muerte no tiene la última palabra.

Por eso, hoy, en esta Pascua, necesitamos renovar la certeza profunda de que la vida prevalece sobre la nada. Que el sentido prevalece sobre el absurdo. Que la verdad prevalece sobre la mentira. Que la justicia está por encima de la injusticia, y que el amor puede a la violencia. Y ese tiene un nombre, y tiene un rostro: Jesucristo. Y si le acogemos en nuestra vida y en nuestro corazón, queridos hermanos, damos rostro a través de nuestra vida, la certeza profunda, el sentido de la vida, la verdad que tiene la existencia humana, el conseguir a toda costa que el amor mismo de Dios que ha entrado en nuestra existencia venza sobre la violencia y liquide toda injusticia.

Qué bonitas son las palabras que Jesús, cuando sale al encuentro de estas mujeres, les dice -como nos dice a nosotros esta noche-, qué bonitas: no temáis. Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán. Id a comunicar que Cristo ha resucitado. Esta tierra, este mundo, esta historia, este momento de la historia que vivimos los hombres, necesita hombres y mujeres que se lancen a anunciar que Cristo ha resucitado. Que la vida tiene sentido. Que tiene profundidad. Que no estamos solos. Que Dios  nos acompaña. Que Dios nos alienta. Que Dios nos da luz. Siempre. Siempre.

Podéis decir al mundo, queridos hermanos, que todavía existe la esperanza. Que hay futuro. Sí. Que la vida es más fuerte que la muerte. Que la pasión del mundo no ha de ser la nuestra: ha de ser la de Cristo.

Demos gracias a Dios que ilumina esta historia con la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

En esta Pascua de Resurrección del Señor del año 2020 deseo acercarme a todos vosotros, a todos los que quizá de una u otra forma me estáis escuchando. Los que creéis y aquellos que quizá podéis mirar a distancia esta gran fiesta de la Iglesia. Y lo quiero hacer para hablaros a lo más hondo de vuestro corazón. Quiero hacerlo como pastor de esta archidiócesis de Madrid, que el Señor ha querido entregarme, asumiendo la responsabilidad y la entrega en esta tarea. Los que creéis sabéis que hoy es un día grande, el más grande, en el que el Señor nos habla con fuerza especial, Cristo ha resucitado. Hemos de ser fieles a su palabra. Confesar la resurrección es para todos nosotros decir con seguridad que lo que solo parecía un sueño bonito es una auténtica realidad. El amor es más fuerte que la muerte.

A los que quizás estéis más fríos en la fe, por las circunstancias que fuere, o estéis apartados de ella, os invito a que me escuchéis. A que escuchéis este mensaje de Pascua, que quiere ser todo un proyecto dador de esperanza y generador de creatividad para este presente. Para lograr que esta historia sea distinta. Pues, mirad: el amor en el que todo ser humano cree, el amor que necesitamos para vivir, requiere perpetuidad. Imposibilidad de ser destruido. Más aún, es un grito que pide perpetuidad, pero que no puede darla por sí mismo. Un grito que demanda eternidad.

Desde aquí entendamos la resurrección. Comprendamos lo que significa la resurrección. Pues el amor es más fuerte que la muerte. Hay dos expresiones del Nuevo Testamento especialmente importantes: Jesús ha resucitado, y Dios Padre ha resucitado a Jesús. Ambas expresiones coinciden en que el amor total a los hombres que llevó a Jesús a la cruz se realiza en el éxodo total del Padre, y que aquí es más fuerte que la muerte, porque al mismo tiempo está sostenido por Él.

He sentido la necesidad de tomar la palabra, como lo hizo el apóstol Pedro, para deciros hoy también, como lo hizo hace 21 siglos: que este Jesús que murió en la cruz, este, ha resucitado. Que vive con nosotros, hermanos. No estamos solos. Testigos de ello fueron aquellos que vivieron con Él en el lugar de los hechos, y nos lo han predicado y nos lo han testificado con sus propias vidas. Lo habéis escuchado en el Evangelio: no os hablo en el nombre de un muerto, sino que os hablo en nombre de Cristo muerto en la cruz y resucitado al tercer día.

Los cristianos, cuando decimos que hemos resucitado con Cristo, lo hemos de mostrar con nuestros hechos. Podemos resucitar con Cristo. Yo os digo, os invito a todos a resucitar con Cristo. ¿Qué significa esta resurrección en nuestras vidas? ¿Qué traducción tiene en mi vida? ¿A qué nos invita la resurrección del Señor?. Mirad, no os invito a un optimismo ideológico que es sustituto de la esperanza cristiana, y que también es distinto de un optimismo de temperamento y de disposición. El optimismo de temperamento y disposición es importante, es hermoso, incluso útil en las angustias que llegan a la vida más tarde o más temprano. ¿Quién no se deja, o no se regocija, ante situaciones buenas de la vida, y sobremanera aquellos que por natural tienden a la alegría? Pero tampoco os invito al optimismo ideológico. Procede de donde sea. Quizá crece en el desarrollo de la historia guiada científicamente, o mediante movimientos dialécticos de luchas o revoluciones. Ni optimismos temperamentales ni ideológicos. Yo os invito, y entrad en vuestro corazón cuando digo estas palabras, a algo mucho más profundo, más puro, que no se queda en la fachada. La fachada puede ser bonita, pero si no hemos cambiado el edificio por dentro, no hemos hecho nada. Aquí se trata de cambiar al hombre por dentro. Esto es lo que trae la resurrección de Cristo. Y a esto os invito. Yo os invito a unir vuestra vida y el mundo con Dios. Pero no por nuestras fuerzas, sino con el poder y con el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesucristo.

Entrad en el sepulcro. Entrad en este mundo como lo hicieron los primeros discípulos del Señor. Os invito a entrar en este año, en este momento en que estamos viviendo esta pandemia. Seamos honrados para distinguir lo que desde nosotros podemos ver y lo que se ve desde el Señor. Esto es fundamental para retomar la vida de otra manera.

Constatemos que el optimismo que viene al margen de Dios es pura fachada. Una fachada ilusoria que quiere esconder a veces los propios fracasos, la irracionalidad de los actos, las violencias, los miedos...

Entremos desde Jesucristo. Entremos con la experiencia de la resurrección en nosotros. No podemos quedar impasibles ante las situaciones del mundo. Hay que entrar en el sepulcro. Es decir, hay que entrar en este mundo con la actitud de Pedro y del otro discípulo que viendo que no había más que vendas en el suelo creyeron en la resurrección del Señor. Experimentaron la vida de una forma absolutamente nueva, e intentaron decir a los hombres el modo nuevo en que debían vivir.

Os quiero decir, con todo mi cariño y mis fuerzas, con toda la pasión que el Señor ha puesto en mi vida para cuidar a todos, a todos, a los que creéis, quizá a los que estáis al margen... pero quiero que lleguen estas palabras a vuestra vida.

Quiero que lleguen. Os quiero decir: si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está sentado Cristo a la diestra de Dios .La experiencia de la resurrección significa no solo que Jesús después muerto vive, sino que Jesús es lo que realmente pretendía ser para el pueblo y ahora lo ha llegado a ser en una plenitud insospechada. Significa que la causa de Jesús sigue vigente.

Estoy convencido, queridos hermanos, que este tiempo que hemos comenzado es un tiempo de testigos; es un tiempo de místicos; un tiempo de hombres y mujeres que se entregan al proyecto de Jesús con el optimismo que viene de la resurrección; un tiempo para los jóvenes, a quienes desde aquí, esta noche, quiero recordar especialmente; a los miles de jóvenes que venís los primeros viernes de cada mes a orar aquí conmigo. Creéis en la resurrección. Anunciar la resurrección de Jesucristo. Os convoco a ser testigos de la resurrección. Porque la resurrección en primer lugar nos invita a que aportemos con nuestras vidas, en este mundo y en esta cultura, el valor y la importancia que tiene el reconocimiento de Dios para la fundamentación de la vida social, cultural y moral. No aparquéis a Dios. Yo sé que los que creéis no queréis aparcarlo. Pero nadie aparquéis a Dios. El reconocimiento de Dios da un fundamento a la vida social, cultural y moral. Creamos esto. Solamente el vacío espiritual es innatural. A menudo pueden decirnos a los cristianos que nuestra vida, en muchas maneras de expresarse, es innatural. No lo creáis. Lo que es innatural, y así se ha demostrado, ha sido el grito que todas las dictaduras totalitarias realizan o han realizado. Nadie habla de los traumas que está creando el vacío espiritual en nuestro mundo.

No ha perdido actualidad aquella frase de Bertolt Brecht que en el año 1955 decía: aún es fecundo el seno de donde salió eso. No ha perdido esta actualidad. Quizá hubo una tentación: creer que las cosas humanas iban a seguir siendo más o menos iguales después de eliminar a Dios de la vida. Es más, quizá pensaron que podían ser más humanas. Pues no. Las cosas y el hombre no son igual al margen de Dios. No son igual al margen de quien ha dado las medidas humanas. No nos engañemos. Hoy se nos invita a ser testigos de lo divino en una sociedad en la que quizá podemos tener la tentación de crearnos otros dioses. Hoy Cristo resucitado nos invita a protagonizar de forma clara la vida desde Él. Rehagamos la vida desde Cristo. A la manera de Cristo resucitado. La resurrección del Señor es una luz que cambia la vida. Nos hace reconocer a la persona humana como bien supremo del mundo. Como imagen de Dios en el mundo, que no podemos manipular a nuestro capricho.

La resurrección de Cristo provoca defender la vida, que en su esencia es amor. Y si no, los que estáis en las casas, los esposos, los hijos, los abuelos, mirad si no digo la verdad: la esencia de la vida es el amor.

Os invito a todos a que pongamos a disposición del Señor lo que somos, para anunciar su resurrección. Porque la resurrección nos invita a realizar una gran aportación en la fundamentación de una moral objetiva, no según las conveniencias personales. Vivir según Cristo es una llamada que esta noche escuchamos fuertemente.

Una alegría. Yo os invito a que conmigo hagáis este canto. Este canto que tantas veces hemos escuchado: Pascua sagrada, oh fiesta de la luz, despierta tú que duermes, y el Señor te alumbrará, Pascua sagrada, oh fiesta universal, el mundo renovado canta un himno a su Señor.

Con esta alegría de Pascua os digo: dejemos el hombre viejo, revistámonos del Señor.

Feliz Pascua a todos, queridos hermanos. Quiero entrar en vuestra casa. Pero no solo. Quiero entrar con Jesucristo. Acogedlo. Probadlo. Todo es diferente, porque Cristo ha resucitado. Amén.

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