Homilías

Martes, 18 abril 2017 11:49

Homilía del cardenal Osoro en la vigilia pascual (15-04-2017)

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Ilustrísimo señor deán, cabildo catedral, hermanos sacerdotes, hermanos y hermanas de las comunidades neocatecumenales que termináis el Camino y que os incorporáis a esta Pascua, hermanos y hermanas que vais a ser bautizados y vais a recibir la vida de Cristo. Hermanos todos:

 Feliz Pascua, Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado, está entre nosotros, aquí y ahora, en la catedral de la Almudena. La resurrección es la alegría que llena de asombro a todos los hombres. Es una alegría que viene de dentro, no es un maquillaje; el corazón está inmerso en la fuente de ese gozo que es el mismo Jesucristo. Inmerso en el corazón de aquellas dos mujeres que van al sepulcro y ven la piedra corrida y un ángel que está encima de ella. Y descubren, también, cómo Jesús se acerca a ellas y les dice: Alegraos, id a Galilea, anunciad que he resucitado.  

El triunfo de Cristo es el triunfo del hombre y todos los hombres tienen que conocer este triunfo. Y a nosotros, miembros vivos de la Iglesia, el Señor nos hace experimentar el gozo de este triunfo en esta noche santa, desde ese inicio donde hemos bendecido el fuego, donde hemos encendido el cirio pascual que representa a Cristo, del cual hemos tomado nosotros la luz; haciendo ver, para nosotros y para los demás, que tenemos la misma luz de Cristo.

Hemos escuchado la Palabra del Señor, donde se nos habla de la Creación, donde se nos ha hablado de la fe de Abraham, de la liberación de la esclavitud del pueblo de Israel, de que el Señor hará un pueblo grande, escogerá de todas las naciones. Lo hemos escuchado del apóstol Pablo hace unos instantes: somos ese pueblo, somos esa nación consagrada, somos la Iglesia de Cristo. Somos quienes experimentamos que nos tenemos que convertir en  testigos del Señor, como nos decía el Evangelio que hemos proclamado. Se lo decía a María Magdalena y a la otra María: «Alegraos, no estéis tristes, habéis triunfado». Y eso es lo que nos dice el Señor. El triunfo hoy de la humanidad es el triunfo de Cristo, que nosotros celebramos; no es una noche cualquiera, es la noche santa por excelencia, donde se revela la acción de Dios en medio de nosotros, donde experimentamos que los capítulos de los Evangelios que nos hablan de la Resurrección resuenan a través de la Iglesia en todo el mundo. El Señor también nos dice hoy a nosotros: «No temáis, no temáis, estoy con vosotros, os he regalado mi vida, tenéis mi vida y mi triunfo. Enseñad a los hombres que buscan. Enseñadles y dadles mi vida. He resucitado». Esta es la culminación, queridos hermanos, de esa Buena Noticia por excelencia: Jesús el crucificado ha resucitado, el que ha dado la vida por los hombres, el que ha dado la vida por amor, quiere hacernos iguales a Él: que demos la vida por amor. Este acontecimiento de la Resurrección es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza.

Si Cristo no hubiera necesitado, el cristianismo, nosotros perderíamos todo el valor, no significamos nada… ¿Una asociación que hacemos memoria de alguien que vivió y fue un gran hombre? No, toda la misión de la Iglesia se quedaría sin la fuerza que tiene, pues desde la Resurrección ha comenzado y reemprende siempre de nuevo el anuncio de Cristo Resucitado.

Es el de Jesús, es el amor encarnado, es la noticia de quien murió en la cruz por nuestros pecados pero Dios Padre lo ha resucitado y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús el amor ha vencido el odio, la misericordia ha roto y destruido el pecado, el bien, que es el mismo Cristo, ha vencido al mal; la verdad que es Cristo vence a la mentira; la vida que es el Señor vence a la muerte. “No temáis queridos hermanos”, decían los primeros cristianos, tenéis la vida, nadie la puede quitar, os la ha dado Dios mismo, Cristo. Somos resucitados, por eso en esta noche santo os invito a que digamos lo mismo que decían los apóstoles, lo mismo que dijo el Señor cuando los llamó y lo que siguen diciendo los apóstoles y lo que decimos nosotros: venid y veréis.

En toda situación humana marcada por la fragilidad, por el pecado, por la muerte, la Buena Noticia que es Cristo resucitado no es solo una palabra, es un testimonio del amor gratuito y fiel, es un salir de uno mismo para ir al encuentro del otro, es estar al lado de todos los heridos de la vida, es compartir con quien carece de lo necesario, es permanecer junto al enfermo, junto al anciano, junto al excluido… “Venid y veréis”. Demos este testimonio, queridos hermanos. Esto manifiesta que creemos en la resurrección, que la tenemos en nuestra vida, que la hemos experimentado, que el amor es más fuerte, que el amor da vida, hace florecer la esperanza incluso en el desierto. Venid y veréis nuestro compromiso, esto es lo que en esta noche santa como arzobispo de Madrid, como pastor vuestro quiero entregar a toda nuestra diócesis, deciros que todos nos pongamos en esta disposición, venid y veréis.

Pero, queridos hermanos, esto adquiere un compromiso para nosotros, el que nos decía el apóstol Pablo en la carta a los romanos, hemos vuelto a la vida, tenemos la vida de Cristo, sí, tenemos el amor más fuerte, tenemos el amor que da vida, tenemos el amor que hace florecer la esperanza en toda la humanidad, entreguemos esta esperanza, no seamos tacaños. Si el Señor se ha desbordado de amor con nosotros, no vale tacañería. No vale para un cristiano maquillarnos de vez en cuando y hacer no sé que cosas, no vale. Cristo ha hecho posible que nazcamos de nuevo, por eso, con esa gozosa esperanza, nos dirigimos al Señor resucitado y le decimos: Señor, ayúdanos, que podamos amarte y adorarte; ayúdanos a derrotar todo lo que trae la muerte a esta humanidad con tu resurrección, manifiesta a través de nosotros que el hambre, los conflictos armados, los derroches pueden acabar si mostramos la resurrección, si cambiamos el corazón de los hombres y lo podemos hacer con tu fuerza., Señor. Venid y veréis,

Te pedimos que nos confortes, que nos confortes y confortemos a todos los que nos encontremos por el camino.

Hermanos, que sepamos decir a los hombres hoy que buscan más que nunca esta humanidad tiene hambre de Dios y lo busca, se cree que con las fuerzas nuestras se va a arreglar, lo estropeamos, las guerras, los conflictos, las destrucciones, las salidas de familias enteras de los países de origen, no solo por necesidades sino para salvar sus vidas manifiestan la necesidad de la presencia de Dios y del Dios que ha resucitado y ha vencido a la muerte.

Es necesario que nosotros, con nuestra vida, podamos decir las mismas palabras de Jesús: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Porque cuando digamos esto, quienes estén a nuestro lado, vean de verdad que vivimos, que anunciamos la vida.

Sí, hermanos, venid y veréis,

Feliz Pascua. Santa Pascua a todos.

Amén. 

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