Homilías

Miércoles, 27 abril 2022 15:32

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia Pascual (16-04-2022)

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Queridos obispos auxiliares, don José y don Jesús. Queridos vicarios episcopales. Deán de la catedral. Hermanos sacerdotes. Seminaristas.

Queridas comunidades de Santiago, Nuestra Señora de Valvanera y Nuestra Señora de las Nieves: gracias por vuestra presencia esta noche aquí, en esta celebración de la Pascua.

Queridos hermanos que os vais a bautizar esta noche: que el Señor os bendiga y os guarde en este momento sublime para vuestra vida, donde vais a recibir la vida misma de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas: La Palabra que el Señor nos ha regalado esta noche tiene una significación especial.

En primer lugar, el Señor, con su resurrección, nos invita a que no permanezcamos prisioneros del pasado. Lo nuevo ha comenzado. Cristo vive. Cristo ha resucitado. Cristo nos da nueva vida. Y Cristo nos da nueva vida para que se la entreguemos a los hombres; para que hagamos de este mundo esa historia bella y nueva que proviene siempre de la vida que entrega Jesucristo a los hombres. Es vida siempre. No es muerte. Nosotros desterramos de nuestra existencia todo aquello que no haga crecer al ser humano en todas las dimensiones que el ser humano tiene: como hijo de Dios y como hermano de todos los hombres. El título que nos ha entregado Jesucristo: somos hijos en el Hijo, pero somos también, precisamente por eso, hijos de un mismo Padre, y con una capacidad singular y especial que nos ha entregado Jesucristo de ser hermanos de los demás, entregando siempre y viviendo con la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Esta noche santa de Pascua nos invita precisamente, en primer lugar, como os decía, a no permanecer prisioneros del pasado. L nuestro es la novedad que trae Jesucristo.

En segundo lugar, hoy el Señor nos invita a tomar una decisión fundamental. Decídete por Jesucristo, y decídete por vivir con su amor. Sí. Por Jesucristo. No tienes una idea: tienes una persona que ha entrado en tu existencia, que ha entregado su vida a tu propia existencia. Como bautizado que eres, decídete por Él y decídete por vivir como Él. Durante toda esta semana pasada hemos estado celebrando los misterios más bellos de nuestra fe. Pero lo más grande, lo más sublime, ha sido ver cómo este Dios que se ha hecho hombre, no solamente nos ha regalado su amor, sino que nos enseña a vivir con su amor; nos enseña a descubrir que el arma que tenemos los seres humanos para establecer un mundo diferente, nuevo, distinto, con capacidad y que todos podamos sentirnos hermanos, es precisamente el amor mismo de Jesucristo.

No permanecer prisioneros del pasado. Decidirnos por Jesús. Por su amor. Y, en tercer lugar, llevemos la resurrección a la vida cotidiana. Sí, queridos hermanos: a la vida cotidiana. A nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones; con obras de paz, con obras de reconciliación, con obras de compasión, con obras de amor; construyendo y no rompiendo la fraternidad, que es lo que ha venido a entregarnos también Nuestro Señor Jesucristo. Esto es llevar la resurrección. Esto es, queridos hermanos. La fuerza que tiene el Evangelio que hemos proclamado es precisamente que el sepulcro estaba vacío. No había muerte. Cristo había resucitado. Esto conmovió a todo: todo lo que existe. La novedad que ha traído Jesucristo a este mundo es tan bella, es tan grande, es tan hermosa, es tan fuerte que ojalá que la belleza que el Señor ha entregado a su Iglesia, la lleven los discípulos de Cristo por todos los caminos del mundo. Y la Iglesia no es un ente, queridos hermanos. Entre otros, somos nosotros, miembros de la Iglesia que tenemos que llevar precisamente esta noticia y esta vida de resucitados a la vida cotidiana. Con obras de paz, con obras de reconciliación, con obras de compasión, de amor, de fraternidad.

En un momento decisivo para la historia de la humanidad, es importante que empeñemos nuestra vida en regalar la paz de Jesucristo Nuestro Señor. El mundo, en todas las partes de la tierra, está en lucha. Hay situaciones de guerra; haay situaciones de violencia; hay situaciones de injusticia; hay situaciones en las que de verdad no podemos decir que ahí hay hermanos. No. Porque están luchando entre ellos; porque se están pegando; porque están perdiendo vidas. Obras de paz. Entreguemos los discípulos de Jesús la reconciliación. La que trajo Jesucristo. Sí. Eliminó el pecado, y trajo la gracia. Esta es la reconciliación que el Señor nos pide, en esta Pascua, que nosotros entreguemos. Hagamos obras de compasión. ¡Cuántas personas a nuestro alrededor tenemos en la vida que necesitan la pasión y la generosidad de nuestra existencia para salir de los atolladeros en los que en estos momentos viven y están! Vivir la compasión de Jesús. Vivir la pasión por la restauración del ser humano. Por sacarle de los atolladeros que le hacen ser menos persona. Eso es algo a lo que en esta Pascua el Señor nos está invitando.

Construyamos, queridos hermanos, la fraternidad. ¡Qué frágil a veces es la fraternidad! Cerca de nosotros estamos viendo la guerra, la lucha, la división, la muerte... Los discípulos de Jesús no somos hombres y mujeres para implantar esto en el mundo. Lo nuestro es construir la fraternidad. Y ello requiere fundamentalmente que vivamos del amor de Cristo. Sí. De ese amor que, durante estos días pasados, hemos descubierto cómo era. Es el amor que le llevó a la cruz, a dar la vida por nosotros. Es el amor que Él daba sin pedir a cambio nada. Daba aquello que siempre da vida. Aquello que construye, no que divide y rompe. Lo nuestro es construir la fraternidad desde el amor.

¿Os imagináis, queridos hermanos, hoy, a la Iglesia de Jesucristo, extendida por toda la tierra? En todos los lugares del mundo hay discípulos de Cristo. La belleza de este pueblo del que somos parte, de la iglesia, que va caminando por todos los caminos del mundo, y va regalando el amor de Jesucristo. Va construyendo la fraternidad. Va regalando aquello que más necesita el ser humano hoy. Esta es nuestra tarea y esta es nuestra misión.

Gracias, queridos hermanos que vais a ser bautizados, porque con el bautismo os incorporáis también vosotros a dar belleza a la Iglesia de Cristo y a caminar por este mundo regalando aquello que el Señor hoy os regala a vosotros: la vida suya. La vida que todos los discípulos de Cristo tenemos.

Queridos hermanos: hemos escuchado hace un momento, en el Evangelio, que el primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas. Las mujeres van al sepulcro guiadas por el amor. Los aromas representan precisamente ese amor. Pero la sorpresa fue grande: la piedra estaba corrida. El sepulcro estaba vacío. El Señor nos invita a abandonar los sepulcros. Son lugares de muerte. Son lugares vacíos. En esta noche de Pascua, el Señor nos invita a la vida; a la verdad; a la justicia; a la libertad; a la fraternidad; a no buscar al difunto, sino a vivir del viviente: de Jesús, del resucitado. No busquéis entre los muertos al que vive, queridos hermanos. No. No. Ha resucitado. Hay que buscarlo en la vida; donde hay vida; no en lo que ya está muerto. Hay que hacer posible que los sepulcros, vacíos de sentido, adquieran sentido en la vida. Hay muchas formas de vivir y de funcionar que están muertas, que no llevan a la vida. Lo nuestro no es entrar en esas formas: lo nuestro es entrar con la vida de resucitados. No tenemos que buscarlo en una fe vacía de una experiencia de Jesús, sino todo lo contrario. Buscarlo en este Jesús que vive. Esta noche, nosotros, de formas diversas, con las luces, con los cantos, estamos manifestando que no estamos reunidos aquí en nombre de un muerto que vivió hace 21 siglos, sino en nombre de alguien que vive, que os ha dado vida, que nos ha dado vida para que la regalemos a los demás.

No busquemos entre los muertos al que vive. No nos instalemos en la tristeza frente al futuro. La muerte está vencida. Ha resucitado. Esta es la palabra central de la historia para todos los cristianos, y es la noticia que tenemos que dar a todos los hombres. En el comienzo, en el inicio del cristianismo, esta fue la gran revolución que fueron instalando y metiendo en la historia de los hombres los discípulos de Cristo. Vivían y entregaban la vida de alguien que había resucitado; de un Dios que había bajado a este mundo; que se había hecho compañero del hombre; que se había hecho compañero para entregar vida, y que había hecho compañeros, entre los cuales estamos nosotros hoy. Compañeros de Jesucristo para seguir mostrando, a través de la Iglesia, en los lugares en los que estamos, la vida misma de Cristo.

Al Cristo resucitado. Al que hace maravillas y obra maravillas entre los hombres. Porque elimina las rupturas. Elimina las envidias. Eimina los rencores. El resucitado nos hace vivir una vida nueva. Acojámosla, queridos hermanos. Porque no solamente seremos felices nosotros. Haremos felices a los demás. Y haremos un mundo nuevo, un mundo distinto. Esto es lo que extrañó en el inicio del cristianismo: aquello que traían, la novedad que traían aquellos hombres y mujeres que, saliendo del solar de Palestina, iniciaron la misión por todas las partes de la tierra. Gracias a ellos, hoy, nosotros estamos aquí. Pero no para guardarnos a Jesucristo, sino para lanzarnos a la misión en los lugares donde estamos o donde vayamos.

Queridos hermanos: estad alegres. No estamos reunidos aquí en nombre de un muerto. Estamos reunidos en nombre del resucitado. Que nos da la vida. Que se hace presente entre nosotros. Que quiere entrar en comunión con nosotros, para que ya nunca más vivamos de nosotros mismos, sino de Él. Y, con Él, haremos posible un mundo diferente: el que a menudo soñamos y tenemos necesidad de hacer vida desde nuestra fe y desde nuestra adhesión a Jesucristo Nuestro Señor. Esto es lo que vais a recibir también por el Bautismo. Y os incorporáis a esta Iglesia de Jesús, extendida por toda la tierra.

Que el Señor nos bendiga a todos, queridos hermanos. Y Feliz Pascua.

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