Homilías

Viernes, 26 abril 2019 13:03

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia Pascual (20-04-2018)

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Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio, don Jesús, don Santos y don José. Hermanos sacerdotes. Queridos hermanos y hermanas todos, especialmente los que hoy os vais a bautizar y os vais a incorporar a la Iglesia. Queridos hermanos de estas comunidades: Valvanera, la Paloma, Santa María del Parque y Santa María la Blanca de Montecarmelo. Hermanos todos.

Damos gracias al Señor porque es bueno y tiene misericordia con nosotros. Y damos gracias porque la Iglesia siempre cante esta misericordia, este amor que tiene Dios a todos los hombres, que se manifiesta hoy en esta Pascua. En este paso del Señor por esta tierra y por este mundo, que ha cambiado todo lo que existe. Lo ha manifestado desde la creación: todo lo puso al servicio de los hombres, hasta el habernos creado a su imagen y semejanza. Cristo ha recuperado esta imagen para todos nosotros. Que la Iglesia sepa cantar en medio de esta historia, en las circunstancias concretas en las que vivimos, este triunfo de Dios, esta resurrección de Jesucristo. Sí. Él nos regala. Nos regala su resurrección para que nunca más podamos morir. Y podamos contar y hacer ver con nuestra propia vida, releyendo sus hazañas. Y, acogiendo sus hazañas en nuestra vida, y el favor que nos hace el Señor, mostremos a todos los hombres su rostro.

Queridos hermanos y hermanas. Lo acabáis escuchar hace un instante:  «el primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas. Y ellas se encontraron corrida la piedra del sepulcro, y a dos hombres con vestiduras blancas que les decían y les preguntan: “¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?”».

Queridos hermanos: el ser humano busca constantemente. Sí, está rastreando en este mundo y en esta tierra el modo y la manera de encontrarse a sí mismo. De encontrar lo que tiene que hacer, y de encontrar la felicidad. Cristo nos lo ha manifestado, y ha encontrado para nosotros la dicha.

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Ha resucitado». A Jesús el resucitado hay que buscarlo en la vida donde hay vida, no en lo que ya está muerto. Y muchas cosas están ya muertas. Ya no nos sirven. No tenemos que buscarlo en los sepulcros vacíos de sentido. Hay muchas formas de vivir y de funcionar que están muertas. Que no llevan a la vida. Al resucitado no tenemos que buscarlo en una fe rutinaria y vacía de experiencia. Jesús no es un muerto. Está vivo, y nos hace vivir.

Queridos hermanos: por eso, hemos escuchado de una manera especial las primeras cuatro lecturas que hemos proclamado. De un modo singular. Cristo ha logrado que la creación sea nueva. Todo lo ha hecho Dios. Nos ha creado a nosotros. Pero este Dios, que lo ha hecho todo, y que nos ha creado a nosotros, fruto de la incomprensión que nosotros teníamos y hacíamos creyéndonos poderosos y dueños de todo lo que existe, ha querido enviar a su hijo Jesucristo para entregarnos a nosotros la verdad de dónde tenemos que situarnos en la creación.

Sí. Imagen y semejanza de Dios somos los hombres. Y todo al servicio del hombre. El hombre en el centro, pero sabiendo que Dios lo ha hecho todo. Y a Dios tenemos que recurrir permanentemente con la misma fe de Abraham, como nos decía la segunda lectura, que no reservó nada para sí. La adhesión a Dios fue lo que él realizó con toda su existencia. Dios le pedía y él daba. No se resistía. Él sabía que tenía que fiarse de este Dios. Fiándonos de Dios porque nunca se retira de nosotros. Como nos decía la tercera lectura que hemos escuchado. Sí. Los israelitas salieron de Egipto, y tuvieron miedo porque venían a perseguirles los egipcios. Pero Dios estaba con ellos. Dios les pidió que se fiasen de Él. Y nos pide a nosotros también que nos fiemos de este Dios que ha hecho todo para nosotros, que nos ha puesto en el centro. Que no utilicemos a nadie. El ser humano en el centro. Y Dios junto a nosotros, entregándonos su amor. Sí, queridos hermanos: ese amor que nos hace ser un pueblo nuevo, como nos decía el profeta Ezequiel. Un pueblo que ha sido recogido de todas las naciones. La iglesia extendida por toda la tierra. En todos los continentes presente la Iglesia de Cristo. Manifestando que este pueblo nuevo, recogido entre las naciones, reunido de todos los países, es un pueblo que, viviendo en la confianza absoluta en Dios, queriendo realizar el camino que cada uno de nosotros tiene, en la versión sincera y absoluta a Dios, vamos integrando en nuestra vida lo que el Señor nos ha dicho en la primera lectura, cuando nos dice que todo fue hecho para nosotros. Pero que no utilicemos a nadie. Que mantengamos el derecho del ser humano a pasear por esta tierra y por este mundo que ha creado Él para nosotros. Que conquistemos para todos esa fraternidad que Dios quiere que tengamos los hombres, y que a veces rompemos por nuestros egoísmos, por mirarnos a nosotros mismos, por buscar nuestros propios intereses…

Cristo ha resucitado. Y nosotros, queridos hermanos, hemos encontrado al viviente. Al resucitado, como nos decía el evangelio que hemos proclamado. Y nosotros, como hace un instante el apóstol Pablo nos decía, hemos encontrado también en Cristo una existencia nueva. Bautizaros. Tenemos la vida del Señor. Vais a tener, los que os vais a bautizar hoy, la vida misma de Cristo. La existencia unida a Cristo en su muerte, muertos para el pecado y vivos para tener la vida de Cristo. Vuestra vieja condición va a ser crucificada. Fue crucificada la nuestra con Cristo. Fue destruida nuestra personalidad de pecadores por el bautismo, entregándonos la libertad de los hijos de Dios. Libres de toda esclavitud. Muertos con Cristo, vivimos con Él. La muerte, queridos hermanos, no tiene dominio sobre quienes hemos recibido la vida del Señor. Por eso, hoy, nosotros nos dejamos preguntar también: ¿por qué buscamos a veces, entre los muertos, al que vive?.

Que la luz pascual ahuyente las tinieblas de nuestros miedos, queridos hermanos. Nuestro corazón hoy está lleno de alegría, en esta noche, al descubrir que la muerte ha sido derrotada por la resurrección de Cristo. Que se ponga fin con la fuerza el Señor resucitado a los conflictos que siguen provocando destrucción y sufrimiento, y no siguen poniendo en el centro al ser humano, imagen y semejanza de Dios. Que se alcance la paz en todos los pueblos. Que se alcance la reconciliación imprescindible para el desarrollo absoluto de los hombres. Nuestra vida tiene sentido. Es posible la alegría. Es dar la palabra central de la historia para todos los cristianos: «No está aquí. Ha resucitado». Resucitado el Señor. Sí. Jesús está ahí siempre como una luz en medio de la oscuridad del mundo.

Qué maravilla ha sido cuando, al inicio de la celebración, entraba el cirio encendido. Solo el cirio. Representando a Cristo nuestro Señor resucitado. El cirio del cual hemos tomado la luz cada uno de nosotros. Es la luz del bautismo. Es la luz de la resurrección.

Celebrar la Pascua es creer que ningún ser humano vive olvidado. Que ninguna queja cae en el vacío. Que ningún grito deja de ser escuchado. Y ya no tenemos que devorar el tiempo, como si no hubiera nada más. Podemos vivir en la confianza. Nuestra vida tiene sentido. Y es posible la alegría.

Queridos hermanos y hermanas: que la luz de Pascua ahuyente las tinieblas. Las tinieblas del miedo, de la tristeza. Que rompa las cadenas de la violencia y del odio. Que la alegría se imponga sobre la tristeza. Que la solidaridad prevalezca sobre la injusticia. Que la esperanza pueda al desencanto.

Este mundo nuestro puede cambiar. Es posible la vida y la esperanza si llevamos la resurrección de Cristo. Si mantenemos viva la resurrección de Cristo. Desde que la tumba de Cristo fue encontrada vacía y te vieron resucitado, ha comenzado desde entonces el tiempo en el que toda la creación canta tu nombre. Desde que tu tumba fue encontrada vacía, cantamos tu nombre. Toda la creación. Que nos alientes en el compromiso de construir un mundo más humano, más solidario. Un mundo donde brille tu justicia, tu paz, y que ésta empape la tierra. Que acojamos las palabras del papa Francisco que dirige a los jóvenes: «Vive Cristo, esperanza nuestra. Y Él es la más hermosa juventud del mundo. Él está en ti y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el resucitado llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas aventajado por la tristeza, por los rencores, por los miedos, por las dudas, por los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza».

Por eso, queridos hermanos, podemos decir: Oh noche más clara que el día. Oh noche más luminosa que el sol. Oh noche que no conoce las tinieblas. Oh Cristo, luz del mundo, enciende nuestras lámparas apagadas. Rompe nuestras cadenas. Alienta en nosotros tu vida nueva. Renueva en nosotros el deseo de seguirte siempre, y de dar la luz de la resurrección en esta tierra. Aquí y ahora. Entre los nuestros. En los caminos por los que vamos. Con las personas con las que nos encontremos. Que demos tu luz. Luz que no se apaga y que calma la sed de todos los hombres.

Queridos hermanos: por Jesús, este Jesús que se ha hecho piedra angular. Dio la vida para que nosotros la tengamos. En Él, y desde Él, podemos construir un edificio. El de nuestra vida. El de nuestra sociedad. Él ha resucitado. Su triunfo es nuestro triunfo. Nuestra vida, acogiendo la suya, se hace un milagro patente para todos los hombres.

Amén.

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