Homilías

Miércoles, 04 abril 2018 11:53

Homilía del cardenal Osoro en la Vigilia Pascual (31-3-2018)

  • Print
  • Email
  • Media

Queridos hermanos obispos, don Juan Antonio, don José, don Santos y don Jesús. Queridos hermanos sacerdotes, cabildo catedral, vicarios episcopales. Queridos hermanos y hermanas.

Queridos hermanos de estas comunidades que venís hoy a celebrar aquí la Pascua, vestidos con ese traje blanco que es el que nos ha puesto Cristo, y que nos ayudáis a descubrir la palabra que acabamos de proclamar también con vuestra expresión externa. ¡Cristo ha resucitado!.

Queridos hermanos que os vais a bautizar, y que vais a recibir la vida misma de nuestro Señor Jesucristo, el triunfo de Cristo; vais a tener la vida del mismo Señor en vuestra vida, no para guardarla para vosotros mismos, sino para entregársela a los demás.

Queridos hermanos y hermanas que celebramos esta Vigilia Pascual. ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? Es Jesucristo nuestro Señor. Sí. Es Jesús. Este Dios que se ha hecho hombre. Este Dios que nos ha manifestado en la Palabra que acabamos de proclamar que ha sido creador de todo lo que existe; que se ha mostrado en el rostro mismo de Jesucristo hecho hombre para salvarnos a todos nosotros.

Este Dios que nos pide a nosotros que adhiramos nuestra vida a Él, con la fe de Abraham, que puso toda su confianza en Dios. Él desea y nos pide que pongamos la confianza en nuestro Señor Jesucristo. Este Dios, queridos hermanos, que entrega la libertad, que entrega la liberación verdadera, que entrega esa aspiración a la que tenemos derecho todos los hombres. Sí. Esa libertad que nos ha sido dada y regalada por Jesucristo nuestro Señor, y que Jesucristo quiere seguir ofreciendo a todos los hombres, a través de la Iglesia de la que nosotros somos parte; esa libertad que es engendrada dando la vida a nuestro Señor por los hombres. Este Jesús que, como hemos escuchado también, nos ha dado y nos da un corazón nuevo, un espíritu nuevo; nos entrega la novedad misma de Dios, no para que la guardemos en nuestra vida, sino para que se la entreguemos a todos los hombres.

Este Dios, queridos hermanos, que acabamos de escuchar hace un instante también en la carta a los Romanos: por el bautismo, hemos sido sepultados con Él; fuimos incorporados a su muerte, fuimos sepultados también nosotros, para que como Cristo fue resucitado, resucitemos con Él. Porque nuestra existencia está unida a Él. Cómo no vamos a cantar nosotros, queridos hermanos, lo que hace un momento decíamos juntos: aleluya. Aleluya. El triunfo es de nuestro Señor Jesucristo. El triunfo es de quien es fiel y acoge la vida del Señor para que triunfen todos los hombres. Nuestro triunfo no queda en nosotros, queridos hermanos; nuestro triunfo, que es el de Cristo, se lo queremos regalar a los demás.

El Papa Francisco, en el inicio mismo de su ministerio como sucesor de Pedro, nos invitaba a vivir a toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría; por esta alegría; esta misma alegría que nosotros hemos descubierto, que tuvieron aquellas mujeres que fueron a ver el sepulcro y descubrieron que la piedra estaba corrida. Aquellas mujeres que vieron aquel vestido de blanco, aquellos o aquel que les habló: «vosotras no temáis, sé que buscáis a Jesús el crucificado, no está aquí, ha resucitado». Pues esto es lo que estamos celebrando nosotros aquí esta noche, queridos hermanos. No busquemos en el sepulcro. No hay muertos. Cristo ha entregado la resurrección. Cristo nos ha dado la resurrección. Nos la regala. Nos hace partícipes de la misma. Venid a ver el sitio. Venid. Ha resucitado. Como les dijo las mujeres el ángel: id a Galilea, allí lo veréis. Queridos hermanos: ved el mundo, ved la historia de los hombres, ved dónde hay resurrección, ved dónde hay vida. Esta es nuestra Galilea: entreguemos vida, entreguemos la salud de Cristo, la resurrección de Cristo a los hombres. Vivir en la alegría pascual nos hace tanto bien. No huyamos nunca de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Jesús salió al encuentro de aquellas mujeres: alegraos; como esta noche sale al encuentro nuestro para decirnos también a nosotros: alegraos. Alegraos.

Nunca os olvidéis que están perdidas las cosas. Volvamos la vida a Jesucristo. Nos ama. Nunca se cansa de perdonar. Nunca se cansa de decirnos adelante. Siempre carga con nuestras vidas sobre sus hombros. Él no se desilusiona de nosotros. No se desilusiona de devolvernos la alegría, como lo hace esta noche, y como lo acabamos de escuchar: no tengáis miedo. He resucitado. Id a comunicarlo a los hombres.

Queridos hermanos: ¿sabéis lo que supone decir a todos los hombres que ha llegado la vida? ¿Que la vida está en Cristo? ¿Que ha sido vencida la muerte?.

Queridos hermanos: nunca, nunca, nos convirtamos en discípulos quejosos, que tengamos la tentación de no dejar espacio a los demás; que siempre tengamos espacio para los demás como lo tiene Cristo para nosotros. Tenemos su vida. Hagamos espacio a los demás en nuestra vida, especialmente a los que más lo necesitan: a los más pobres, a los más abandonados, a los que están más tirados, a los que se les ha robado la dignidad. Estemos a su lado, hagámosles sitio en nuestra vida. Cuando comenzamos a quejarnos, cuando vivamos con resentimientos, cuando no damos todo lo que somos, dejamos de tener la alegría de la resurrección.

No podemos decir aleluya. Solo se puede decir así -¡Aleluya, Cristo ha resucitado!- cuando entregamos el gozo de esa alegría que provoca el sentirnos amados por un Dios que se hizo hombre por nosotros, que dio la vida por amor a nosotros, que ha resucitado, que el sepulcro está vacío.

Por eso, el evangelio que hemos proclamado queridos hermanos fundamentalmente nos recuerda tres cosas: renovemos permanentemente nuestro encuentro con el resucitado. Siempre. Ello supone tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él, como se dejaron encontrar por Él aquellas mujeres. Y esto no es para unos escogidos: todos los hombres pueden hacerlo. Todos los hombres están invitados hacerlo. Acercarse a Él. Dejarse encontrar por Jesucristo.

Hay que estar abiertos a este encuentro. Cuánto bien hace volver a Jesús, queridos hermanos. Cuánto bien hace en nuestra vida volver a dejarnos amar por el Señor. Qué diferencia más abismal existe y se da en la vida de un ser humano cuando se deja encontrar por Jesús, y se deja abrazar por Jesús, y se deja iluminar. Descubre algo decisivo en la vida: que el Señor nunca se cansa de perdonarme. Que el Señor siempre está con ternura a mi lado; siempre en medio de las oscuridades que tenga para darme luz, para hacerme vivir esa alegría desbordante que ilumina la vida personal y la de todos aquellos que estén a nuestro lado.

En segundo lugar, queridos hermanos y hermanas, no solamente renovemos permanentemente el encuentro con Cristo Resucitado, sino llevemos a todos los lugares de la tierra donde estén los hombres la dulce y confortadora alegría del evangelio. El bien siempre se comunica. Y cualquier ser humano que tenga la experiencia del encuentro con Cristo, adquiere tal hondura en su vida que se siente tan a gusto,  descubre tal manera de vivir y estar junto a los demás, que no puede guardarla para sí mismo. La quiere comunicar. El bien. El bien supremo es Cristo Resucitado. Y esto se comunica no solo con palabras, no solamente diciendo aleluya, sino con lo que esta palabra significa con obras para los demás.

Es más, hermanos: cuanto más nos llenemos del Resucitado, más sensibilidad tenemos para las necesidades de los demás. Por eso, más quieres conocer al otro, más quieres ir hacia los otros, más deseas reconocer la verdadera dignidad, más y mejor buscas el bien del otro.

La resurrección de Cristo nos lleva a descubrir que la vida se acrecienta dándola. Y nos hace ver que, al margen de la vida del Resucitado, reteniendo la vida, guardándolo para uno mismo, se debilita. Se muere. Y viene el sepulcro. Y en el sepulcro, cuando estamos así, no hay vacío: estamos muertos, queridos hermanos. Y matamos a los demás.

Llevemos a todos los lugares el amor inmenso de Cristo Resucitado. Ello nos hará romper esquemas aburridos en los que nunca cabe la creatividad divina. De ahí, queridos hermanos, que la mejor manera de renovar nuestra vida, de renovar esta historia, de transformar este mundo, es entrar en esta corriente de la resurrección que arrasa y nos lleva siempre a volver a la fuente y a recuperar la frescura del evangelio. Porque esa página del evangelio que acabamos de proclamar es para nosotros, queridos hermanos. Nosotros somos también esas mujeres que van al sepulcro. Y somos nosotros, si acogemos la vida de Cristo en nuestra vida, que vemos que está vacío. Hay vida, hay fuerza, hay dignidad para entregar a todos los hombres. No tengáis miedo. Id a comunicar a mis hermanos esta noticia.

Y, en tercer lugar, mantengamos vivo el anuncio de Cristo, queridos hermanos. Sí. Lo dijo el Señor, nos lo ha dicho el Señor: Id y anunciad el evangelio a todos los hombres. Mantenedlo vivo. La fuente de las mayores alegrías para todos los cristianos es el anuncio de Cristo Resucitado. No tengáis miedo, queridos hermanos. Los cristianos y los discípulos de Jesús podemos tener metodologías distintas, incluso espiritualidades diferentes que nos llevan a Cristo, pero se nos pide que seamos coherentes todos con el mandato del Señor: salid, id, anunciad, proclamad con vuestra propia vida. Y para ello hay que ser atrevidos. Y hay que ser osados, queridos hermanos. Atrevidos para no instalarnos en la comodidad de decir «si así ha sido siempre, para qué complicarnos la vida… Que vengan».

Queridos hermanos: no basta abrir las puertas de la catedral. Tenéis que salir a las plazas; a los hombres; a esas periferias que llama el Papa, que a veces son existenciales: situaciones existenciales de los hombres que no creen, que nunca tuvieron un amor, alguien que los abrazase, que los quisiera como son. No como nosotros quisiéramos que fuesen. Como son. En su pecado. Abrazados. Como los abraza Cristo. En su indiferencia. Abrazados, como los abraza Cristo. En su ideología, que a lo mejor es la nuestra. Abrazados, como los abraza Cristo.

Seamos valientes. El Papa Francisco nos lo ha dicho: hay que llegar a todos los hombres, de tal manera que no hay Pascua al margen de la misión. Pascua y misión están unidos. La alegría de la resurrección, o es misionera o no es alegría del resucitado. O salimos de aquí con ganas de llevar la noticia de Jesucristo, o la resurrección nuestra cojea por alguna parte queridos hermanos.

Algo hay en el sepulcro todavía de muerte. El Señor ha vaciado el sepulcro. Entreguemos esta alegría. Sed valientes, queridos hermanos. Sí. Y sed osados. Osados. Es importante que los discípulos de Cristo sepamos que nuestra vida es para exponerla; para darla, hasta en el martirio, como testimonio de Jesucristo; como en estos momentos de la historia lo están haciendo también muchos hombres y mujeres en muchas partes de la tierra. La celebración de la Pascua nos está llamando a todos los cristianos a vivir una reforma permanente, una conversión continua: la que el Señor nos pide cuando nos ponemos delante de ese espejo único del ser humano que es Jesucristo. Qué bien lo expresa el cirio pascual que representa a Cristo: puestos a su luz, y con su luz, vemos a los demás. Al margen de su luz, no vemos a nadie. Al margen de su luz, uno más. Y no es uno más, hermanos: es mi hermano.

Queridos hermanos y hermanas: feliz Pascua. Qué tareas más bellas nos propone nuestro Señor Jesucristo. Aquí y ahora, en este altar, se hacen verdad las palabras del Resucitado: allí me verán. Pues aquí le vamos a ver. Se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía. Y nos dice el evangelio que se proclama mañana que, cuando Pedro y Juan entraron al sepulcro, «vio y creyó». Al hacerse presente el Señor aquí, entre nosotros, vemos y creemos que el que había de resucitar está con nosotros. Nos da su vida. Os la va a dar a vosotros, queridos hermanos y hermanos, que vais a recibir el bautismo. La vida de Cristo.

Feliz Pascua. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search