Homilías

Miércoles, 19 junio 2019 12:42

Homilía del cardenal Osoro en las bodas de oro y plata matrimoniales (16-06-2019)

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Queridos responsables de nuestra Delegación de Laicos, Familia y Vida. Queridos matrimonios que habéis venido hoy a esta catedral para celebrar vuestras bodas de oro y plata con nosotros. Hermanos y hermanas todos.

Es un día especial para celebrar, para hacer esta celebración. Es la solemnidad de la Santísima Trinidad, este Dios único y verdadero que nos ha mostrado su rostro como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y nos la ha mostrado a los hombres. Por eso, hemos cantado al inicio de la celebración: «Señor Dios nuestro, qué admirables tu nombre en toda la tierra».  Sí, es admirable este Dios que se acuerda de nosotros. Se acuerda del ser humano. Nos ha hecho poco inferior a los ángeles, pero nos ha coronado de gloria y dignidad, haciéndonos a su propia imagen. Nos ha creado a imagen de Dios. Y nos ha dado el mando sobre todo lo creado. Nos ha puesto para que organicemos este mundo y esta tierra. Porque todo lo ha puesto bajo nuestros pies, como nos decía el salmo 8 que acabamos de proclamar.

Queridos hermanos: todos nosotros somos un sueño de Dios. Pero, hoy que estáis aquí los matrimonios, el matrimonio es el sueño que Dios quiere alcanzar ya en esta tierra mostrándonos que la comunión en el amor es lo más grande que se puede aportar a este mundo. Y a esta tierra. Cuando un hombre y una mujer unen sus vidas para siempre, la aportación que hacen es, en definitiva, esa que hoy celebramos en esta fiesta de la Santísima Trinidad. Sueño de Dios. Sueño para todos nosotros, queridos hermanos.

Hoy nosotros celebramos este sueño, que muchos habéis vivido como una realidad presente en la vida, junto a los vuestros, durante estos 25 años, o 50 años que algunos celebráis.

Yo quisiera acercar a vuestra vida la Palabra de Dios que acabamos de proclamar. Y de una forma sencilla. Dios Padre es ese Dios que, al llamarle así, nosotros tenemos necesidad de mirar a los demás como hermanos. Esta es la gran sabiduría que Dios nos regala a todos nosotros. Y que alcanza precisamente su máxima delicadeza y su máxima fuerza en la unión del varón y la mujer, y en la descendencia, en los hijos, y en los nietos también. Cuando ese amor se expande y se hace concreto en personas concretas, el Señor nos remite a que lo tengamos que hacer también con otros.

Dios Padre. Pero no se conformó con esto, Dios. Dios quiso venir a esta tierra. Quiso hacerse hombre. Quiso hacerse presente entre nosotros. Quiso darnos la mano a todos nosotros. Por la fe, hemos tenido acceso a esta gracia. Tenemos la paz del Señor. Pero nos ha alcanzado Jesucristo nuestro Señor. Ese Dios Hijo nos ha alcanzado en nuestra vida. Y nos ha alcanzado porque nos aproxima con su propia vida cómo tenemos que vivir y relacionarnos en este mundo. Recordad aquella parábola del hijo pródigo. O también aquella otra parábola del buen samaritano. O también esa otra parábola del fariseo y del publicano. Son realidades que nos presenta el Señor, donde nos aproxima cómo tenemos que ser, porque lo hemos visto en Él cuando se hizo hombre y estuvo en esta tierra.

En la parábola del samaritano, él nunca se desentendió de nadie. Aquel que estaba tirado en el camino. Cuando le preguntaba aquel doctor de la ley a Jesús «quién es mi prójimo», él relata esa parábola, y pone ese ejemplo. Un hombre tirado en el camino. Pasan muchos. Pero solamente uno se detiene a recogerlo, a curarlo, a llevarlo en su cabalgadura a la posada, a no desentenderse de él… ¿Quién es mi prójimo? La familia quizá es donde mejor vivís esta experiencia. En la familia, estáis siempre al lado de quien tiene más necesidad. Siempre. Y lo hacéis de corazón. Y especialmente los padres. Porque sentís y quisierais que eso que estáis viviendo, incluso sucediese en vuestra vida antes que en vuestros hijos, vuestros nietos…

La parábola del hijo pródigo que se marcha de casa, o el otro que se queda, pero los dos están en ingratitud. Uno porque quiere vivir por su cuenta, quiere vivir independientemente de Dios, que representa el padre; y el otro que se queda, pero quiere vivir como único. Al único que se atienda. No hay más necesidades que atender. De tal manera que cuando regresa a esa casa, la postura del padre es la que nos aproxima Jesús que hemos de tener nosotros. Dios que se alegra, que sale corriendo en busca del hijo que llega, y un Dios que cuando el otro protesta también le dice: «Pero hijo, ¿no te das cuenta de que tú estás siempre conmigo, y que estás recibiendo lo mejor de mí?».

O la parábola, queridos hermanos, del fariseo y el publicano. El fariseo representa a ese hombre que parece que no necesita a Dios. No sé para qué va al templo, porque no necesita a Dios. Se presenta como el bueno, en la máxima grandeza de su obra. Y no es verdad. El otro se siente, y ni se atreva a mirar hacia lo alto. «Soy un pobre pecador, Señor, pero acógeme».

Queridos hermanos: el Padre nos hace ser familia. Descubrir que todos somos hermanos. El Hijo nos enseña cómo se hace familia. Y el Espíritu Santo nos entrega también, queridos hermanos, el amor. El amor mismo de Dios se hace presente. Quiso Jesús que lo tuviésemos nosotros. Y nos prometió que nos enviaría el Espíritu Santo. Este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo es el que recrea hoy el matrimonio, queridos hermanos.

¿Qué significa el misterio de la Trinidad que hoy celebramos? Pues, queridos hermanos, que el Dios en quien creemos, que se nos ha revelado en Jesús el Señor, no es un Dios solitario; es un Dios comunión, es un Dios amor, un amor que se da, un amor que se relaciona y se unifica. El misterio que hoy celebramos, es un misterio de amor y de comunión de personas. Que, quizá, donde mejor lo entendéis, es precisamente en el matrimonio. Comunión de personas, que no se reservan absolutamente nada para sí mismas. Como lo manifiesta este misterio.

Jesús no predicó la Trinidad. Pero nos abrió el camino que conduce hacia el Padre. Y nos legó el Espíritu Santo para que viviésemos siempre de su amor. Pero no estamos hablando de tres en uno, sino de una única realidad, que es relación y que es amor. La Trinidad no es un crucigrama para cristianos, queridos hermanos. Es el misterio de un Dios que es amor. Y que es comunión. Y que nos pide a nosotros que vivamos esa comunión en nuestra vida. Y que en la máxima realidad donde se percibe esa comunión es precisamente en el matrimonio.

Creer en el misterio de la Trinidad es creer que la comunión y el amor entre los seres humanos es posible, queridos hermanos. Y lo manifestáis vosotros, los que hacéis hoy esta celebración de la bodas de oro y plata de vuestro matrimonio. El amor y la comunión es el dinamismo que rompe nuestro aislamiento; que vence todo: vence el narcisismo, vence el egoísmo, y posibilita el encuentro entre las personas. Es la comunión que hace posible el crecimiento auténtico. Nos realizamos en comunión y en relación.

Qué maravilla, queridos hermanos, que esto lo podáis presentar a este mundo. Y lo que hacéis sin algaradas de ningún tipo. En la vida diaria y corriendo. Entre vuestras gentes. Sí. Nos realizamos en la comunión y en la relación. Es creer que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios y se relaciona en la medida en que se encuentran dos seres humanos.

Queridos hermanos: Dios es un despliegue de amor personal. Como es vuestra vida: un despliegue de amor personal. Entre vosotros, hacia los vuestros y hacia fuera de los vuestros. Vivir y realizar en definitiva es entrar en el ministerio de Dios, que es comunión y que es amor. Dejar que esa vida de Dios circule entre nosotros, entre todos los seres humanos. Siempre que sentimos necesidad de amar y de ser amados, siempre que buscamos acoger y ser acogidos, recordad lo que es el matrimonio cristiano.

Queridos hermanos. Hace muy pocos días, en mi último libro, que dedico a la familia, la familia iglesia doméstica, precisamente digo algo que me parece que es esencial en nuestra vida: es dar a conocer el amor y la verdad. Y esto no es teoría. Hay que hacerlo en la vida matrimonial. Es donde mejor se da a conocer el amor y la verdad. Y el amor en concreto. El amor que sabe crecer perdonando. El amor que sabe crecer disculpándose. El amor que sabe crecer comenzando. La Iglesia quiere llegar al corazón de todos los hombres. Y quiere dar noticia de este amor. Y la mejor noticia para dar este amor sois vosotros, queridos matrimonios. Para entregar esta noticia del amor, sin teorías de ningún tipo, sois vosotros. Estamos llamados a vivir de otra manera. Al desarrollo integral del ser humano. Por eso, el matrimonio cristiano es la propuesta que hacemos a este mundo y a esta tierra. Es la propuesta que el Papa Francisco, con tanto valor y con tanta fuerza, ha querido manifestar en estos momentos de la historia que estamos viviendo. Ha hecho dos sínodos sobre la familia: uno extraordinario, y el otro del cual salió esa exhortación apostólica que abre perspectivas, Amoris laetitia.

Sí, queridos hermanos. Estamos llamados a vivir de otra manera. Para eso ha venido el Señor al mundo. A vivir de otra manera. Con otra fuerza. Y el matrimonio cristiano lo manifiesta. Vivir con amor, vivir en la entrega mutua, vivir olvidándose de uno mismo, vivir pensando en los demás, vivir ayudándonos unos a otros, vivir dándonos la mano. Esta es la propuesta. Este es el escaparate que Dios ha puesto en esta tierra, para que nos demos cuenta de lo que Dios quiere de todos nosotros.

Por otra parte, el matrimonio cuida la vida. Entrega un nuevo humanismo, queridos hermanos. Cuidar la vida significa cuidar que se desarrolle todo lo humano. En su plenitud. Para los cristianos, este humanismo tiene un origen. Tiene una meta. Cristo. Jesucristo. Por eso, acoger a Jesucristo en vuestra vida ha sido esencial. Y hoy, a los 25 y 50 años, os quiero decir queridos hermanos que ofertéis a todos los hombres el cuidado de la vida, dando la posibilidad de que se desarrolle este humanismo nuevo que nos enseña Cristo. La familia, la iglesia doméstica en sus entrañas más íntimas, quiere cuidar desde el amor. Quiere cuidar al ser humano. Quiere cuidar a la vida. Y, por tanto, quiere cuidar el mundo. Quiere cuidar la historia. Quiere elaborar la luz. Y entregar la luz que viene de Jesucristo.

El Papa Juan Pablo II nos lo recordaba a todos nosotros cuando nos decía que era importante reconocer y promover en el matrimonio esto que el Papa Francisco nos está diciendo. ¿Dónde se da la cultura del encuentro en su máxima realidad?. ¿Dónde? En el matrimonio. En las familias creadas, queridos hermanos. En el matrimonio. Por eso, yo os invito que… hay muchas amenazas, quizás. Y hay gente que está hablando todo el día de esas amenazas. Es verdad que está ahí. Pero, frente a todas, está la gran oferta, que es presentar un hombre y una mujer que se quieren, que se aman, que se construye, que se perdonan, que viven la vida y todos los problemas de la vida juntos, que engendran hijos y los traen a este mundo, y les regalan la mejor visión que puede tener un ser humano; esa visión que aparece cuando nos sentimos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres; esa visión que engrandece la vida humana, queridos hermanos.

Yo, en este día, en esos dibujos que suelo hacer, he puesto algo: es un matrimonio con hijos que va a la casa de los abuelos. Los abuelos son importantes, queridos hermanos. Y los que estáis aquí, celebrando las bodas de oro, sois abuelos. Y sabéis lo que significa en vuestra vida extender ese amor también más allá de los propios hijos. Por eso, he puesto en el dibujo: Abuelos, padres e hijos, sed escuela viva del Evangelio. El Evangelio se transmite por ósmosis. Y un matrimonio cristiano lo transmite así. Bendito sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo que en su comunión, que hoy nos muestra este Dios en quien creemos, nos muestra realidades de comunión. La más bella, que es el matrimonio. Y los hijos que engendra.

Que el Señor os bendiga, queridos hermanos. Este Jesús que vino a este mundo, que paseó con nosotros, que nos habló de esas realidades que como os decía antes tenemos que vivir: el prójimo, dónde está, cómo le tengo que tratar, quién se marcha o quién se queda, qué es lo que tiene que descubrir en la vida. Y, sobre todo, qué es lo que nosotros tenemos que decir. Como el publicano: Señor, aquí nos tienes; quizás con defectos, pero queremos vivir con tu amor. Ese amor que hoy se manifiesta en Jesucristo, que se hace presente en este altar dentro de un momento, con el cual vamos a entrar en comunión.

Que el Señor bendiga, desde esta catedral, a todos los matrimonios en nuestra Archidiócesis de Madrid. Que caiga y recaiga su amor. Que haga experimentar en todos la grandeza y la belleza del matrimonio cristiano, en el cual entra Dios también. Es más, Dios es el fundamento de la entrega mutua y de la salida hacia los otros también en nuestra vida.

Que el Señor os bendiga. Amén.

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