Homilías

Miércoles, 21 julio 2021 14:38

Homilía del cardenal Osoro en las ordenaciones diaconales (19-06-2021)

  • Print
  • Email
  • Media

Queridos don Juan Antonio, don José, don Santos y don Jesús, obispos auxiliares de Madrid. Queridos vicario general, vicarios episcopales, deán de esta catedral. Permitidme un agradecimiento especial a nuestro rector del Seminario Metropolitano, don José Antonio, y a don Eduardo, rector del Seminario Misionero Redemptoris Mater. Gracias a vosotros y, en vosotros, a todos los formadores de nuestros seminarios, y directores espirituales.

Queridos hermanos sacerdotes. Queridos diáconos. Queridas familias de quienes se van a ordenar diáconos en este camino que les va a llevar a la ordenación presbiteral. Gracias también por entregar a vuestros hijos al servicio de toda la iglesia. Gracias de corazón.

Queridos hermanos y hermanas. Queridas Hermanas de Santa Marta, que sois las que estáis ahí, al cuidado de nuestro Seminario, y estáis haciendo de madres de todos los seminaristas. Gracias por vuestra entrega y por vuestro trabajo.

«Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia» hemos cantado hace un momento. Porque contemplamos sus obras; porque vivimos de su amor; porque esta contemplación y esta experiencia del amor de Dios nos quiere llevar a anunciarlo. Sí. Queridos Jesús, Pablo, Diego, querido Jorge, querido Juan, Esteban, Andrea, Enrique, Alejandro y Glayson Antonio. Contemplar al Señor, vivir su experiencia en nuestra propia existencia, lo que va haciendo en nosotros, nos lleva también a querer anunciarlo.

La palabra que el Señor nos ha regalado nos recuerda algo que es esencial esta tarde para vosotros en esta ordenación que la iglesia os regala, para que seáis diáconos de la iglesia. Servidores. Sí. Vais a ser servidores. Lo vais a hacer con una novedad. No con vuestros criterios, sino con los criterios de Nuestro Señor Jesucristo. Y lo vais a hacer también de una forma especial y singular en vuestra vida: con la fuerza y con la gracia de Jesucristo. No con vuestras fuerzas.

Esta palabra de Dios que se proclama hoy, en estas vísperas del domingo, y el domingo, en toda la iglesia, nos ha regalado estas tres realidades en esta tarde en que vais a ser ordenados. Queréis, es cierto, ser servidores. El Señor os ha llamado al servicio de su iglesia. Al servicio de todos los hombres. Es verdad que esta ordenación diaconal no va a ser permanente en vuestras vidas. Estáis llamados a ser presbíteros de la iglesia. Pero también es cierto que, para ser presbítero, necesitamos este ejercicio de ser servidores de los hombres.

¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salí impetuoso del seno materno? ¿Quién lo hizo? ¿Quién ha cerrado vuestra vida para que no sirváis a todos los hombres? «Hasta aquí llegarás». «Hasta aquí llegarás», decía el Señor en el libro de Job. Pero lo reinterpretamos nosotros en estos momentos, también, para vuestra vida. «Hasta aquí llegarás». Hasta poner tu vida entera al servicio de todos los hombres. Hacer verdad lo que el Señor, en el Padre Nuestro, nos enseña. Tenemos todos que aprender a rezar el Padre Nuestro. Porque decir que Dios es Padre es reconocer que Dios es padre de todos los hombres. Que no hay excepción. También de los que no creen. Aunque ellos no sean conscientes de que tienen un padre. Y decirlo nosotros como creyentes es afirmar que todos los hombres son hermanos nuestros. Todos. Sin excepción. Y a todos como tal les tenemos que tratar. Esto es lo que el Papa Francisco nos está recordando siempre, pero especialmente en la última encíclica que ha regalado a la iglesia, Hermanos todos, Fratelli tutti.

Vais a ser ordenados diáconos. Servidores de los hombres. Ciertamente. De los que pertenecen conscientemente a la comunidad cristiana, pero también de aquellos otros que desconocen a Jesucristo y que, en vuestro servicio, vais a hacer posible que se toque su corazón y que quizá vuelvan la mirada a Jesucristo. Servidores. Pero con una novedad. Esta que nos decía el apóstol Pablo en esta página que hemos proclamado de la 2ª carta a los Corintios: «Vuestro servicio lo haréis con los criterios de Jesucristo». Porque sois criaturas nuevas. Nos apremia el amor de Cristo. Nos apremia. Cristo murió por todos. Por todos. Para que sus seguidores, los que han conocido al Señor, los que se han dado cuenta de la vida que tienen, en este caso vosotros, viváis no para vosotros mismos, sino para el que murió, que es Jesucristo, y para el que resucitó, para dar vida a todos los hombres.

Por eso, vosotros no vais a servir valorando a las personas por los criterios humanos. Vais a servir valorando al ser humano por los criterios que nos ha dado Jesucristo Nuestro Señor. «El que vive con Cristo es ya -como nos decía el apóstol- una criatura nueva». Servidores con una novedad. Yo os diría que, para mantener esta novedad, os invito a que tengáis cuatro cercanías, que son esenciales en la vida. Cuatro cercanías. Que las tenemos que tener todos, especialmente lo sacerdotes. Pero vosotros también, como diáconos. La cercanía con Dios: en la oración, en los sacramentos. Estar cerca del Señor. Hablad con el Señor. Él se hizo cercano a nosotros en su Hijo. Cerca de nosotros siempre. El camino de vuestra vida ha de estar así, situado en la cercanía con Dios a través de la oración, para estar también cercanos a todos los hombres. Estad cerca del pueblo santo de Dios. Cerca. Y, lo primero para estar cerca de Dios, es la oración. Una oración sincera. Que no se hace como una carta, al gusto de uno. Es ese diálogo con el Señor que te saca de ti mismo, que te sitúa, por supuesto ante Dios, y por supuesto ante los demás, con todas las personas.

Esta novedad la tenéis que vivir también en la cercanía al obispo. Estad cerca. En el obispo tendréis unidad. No dispersión. Sois, de alguna manera, cercanos al obispo para servir a los hombres. En los momentos quizá más difíciles. No se trata de vivir la vida diciendo: esto me gusta o no me gusta, o este me gusta… No. No. Seamos humildes. Y vivamos también esta cercanía al ministerio del obispo. Trabajando como servidores para todos los hombres.

La tercera cercanía es entre vosotros. Cercanía entre vosotros. No habléis nunca mal de nadie. No se os ocurra. Eso no es vuestro. Si tenéis algo contra otro, poneros los pantalones bien puestos y decídselo. Os ayudará. No viváis en el cotilleo. No viváis en la charlatanería. No caigáis en los chismes. Servid en la vedad y en la unidad.

Cercanía a Dios. Cercanía al obispo. Cercanía entre vosotros. Y cercanía al pueblo de Dios. Después de Dios, quizá la cercanía más importante es al pueblo. Al pueblo de Dios. Al estilo de Dios. Hay que buscar esa cercanía al estilo que Dios mismo tiene. El estilo de Dios, ¿cuál es? Es la compasión y la ternura. Es lo que leemos en el Evangelio, cuando meditamos las páginas del Evangelio, de cómo Jesús se acerca a todos los hombres y en todas las circunstancias. Lo hace con compasión y con ternura. No cerréis el corazón a los problemas. No. Habrá muchos. Habrá muchos. Os contarán. Acompañad. Perded tiempo. Sirviendo. Mostrando el amor de Dios a todo el que se acerque a vosotros. Sí. La compasión es esencial. Compasión de hermano. Compasión de hermano que sabe que el otro es mi hermano. Y que te va a hacer sentir también las cosas que Dios quiere que hagas por Él. Por eso, esta es la novedad que tenéis que mostrar. Pero hacedlo desde estas cuatro cercanías.

Y, en tercer lugar, no solamente el Señor -como os decía hace un instante- nos invita a todos nosotros a ser servidores. Y hoy os consagra así, de esta manera. Y os da su fuerza y sabor para hacerlo. No solamente os pide que viváis con una novedad. Sino que os da la gracia y la fuerza para hacerlo. Por la ordenación. Hemos de tener una experiencia que rompa nuestros criterios para coger los criterios de Cristo. Y esto os lo da la gracia y la fuerza que el Señor os entrega en esta ordenación.

«Se levantó un fuerte huracán. Y las olas rompían contra la barca, hasta casi llenarla de agua». Este episodio del Evangelio de hoy tiene como escenario el mar de Galilea. La tempestad que describe es la tempestad de nuestra propia vida. De nuestra propia existencia. ¿Qué significa la tempestad? El Evangelio encierra un significado muy profundo. La comunidad de los discípulos está expuesta a las fuerzas oscuras que amenazan la vida. La tempestad se puede aplicar a los acontecimientos humanos, a nuestros procesos personales, a veces a las situaciones dramáticas que podemos atravesar en la vida... La tempestad, el despertar de las fuerzas de la naturaleza, se interpretaba en aquella cultura como símbolo de todo aquello que parece amenazar la vida. ¿Quién no ha conocido algunas de estas tempestades? Los que somos de tierra de mar sabemos lo que es esto, sobre todo si alguna vez hemos salido a pescar con los pescadores. Sabemos lo que es esto. ¿A qué podemos agarrarnos cuando hay tempestad, y se oscurece, y la barca va haciendo como agua por todas partes? Y Dios parece ausente. Está dormido ¿A qué podemos agarrarnos? Nos dice el Evangelio que Él estaba a popa, durmiendo sobre un almohadón. ¿Quién puede dormir en la tormenta? El Evangelio hace suponer que el cansancio de Jesús era tan grande que duerme profundamente, aun con el vaivén de la barca. Es la única vez que el Evangelio presenta a Jesús durmiendo. Y en esta circunstancia dramática. Pero el sueño de Jesús expresa además su gran confianza con el Padre, y su paz interior. A pesar de todas las circunstancias. Hay confianza con el Señor. Y hay paz. Los discípulos le dicen: «Maestro, ¿pero no te importa que nos hundamos?». Los discípulos reprochan al Señor el drama que ellos están viviendo, y al que Jesús parece que está ajeno. Este grito nace de una situación límite. «¿No te importa que perezcamos?». Naturalmente que le importa al Señor. Él está aquí. Y ha venido a nosotros como testigo de un amor profundo que solo Él conoce. El Señor está presente en la barca de nuestra vida. El Señor está, en este momento de la historia, con nosotros. La prueba es que Jesús, nos dice el Evangelio, que increpó al viento. Y utiliza dos verbos: silencio, cállate. Los dos verbos constituyen la orden de Jesús. Y están en singular.

La palabra de Jesús es eficaz: al instante produjo la bonanza. El viento y el mar le obedecen. Vienen la serenidad y la paz sobre un lago tranquilo y llano. Pero Jesús les sorprende. Y les dice a sus discípulos: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Y nos lo dice a nosotros el Señor, hoy. Estas dos preguntas que Jesús dirige son también para nosotros, en estos momentos de la historia. «¿Por qué sois tan cobardes? ¿No tenéis fe?». Nosotros nos encontramos a veces como los discípulos de Jesús. Ante las dificultades, parece y tenemos la impresión de que estamos abandonados. Experimentamos el desánimo y la duda. Y nos impide ver el futuro con esperanza. Todos sentimos esto. Y en un momento de nuestra vida, esto tiene mucha más fuerza que en otros momentos. En un mundo atormentado, en una sociedad en la que cada uno va buscando el tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros vaya abriéndose el vacío de sentido y la falta de hondura para vivir una existencia, necesitamos hoy más que nunca escuchar las palabras de Jesús. Y vosotros vais a hacer ese servicio. También a través de la predicación que vais a hacer. De la cercanía al servicio de quienes encontréis. En este mundo, es necesario escuchar las palabras de Jesús: «¿Aún no tenéis fe?». «¿Aún no tenéis confianza?», se podría traducir también. Podemos preguntarnos nosotros, queridos hermanos, todos, y vosotros, que vais a ser ordenados: ¿Yo tengo confianza en el Señor? ¿En Jesús Resucitado? ¿Tengo confianza? ¿A pesar de las turbulencias que puedan aparecer? ¿O de las turbulencias que quieran presentar algunos? Los discípulos, al contemplar la tempestad, recordad que exclamaron todos: «¿Quién es este, que hasta el viento y el agua le obedecen?». ¿Quién es este que domina las amenazas mortales que nos rodean? ¿Quién es este que es capaz de hacernos superar las dificultades que parecen hundirnos? ¿Quién es este que me libera del miedo y de la angustia? Es Jesús Resucitado.

Servid a los hombres como lo hizo Jesús. Se darán cuenta, los hombres, de quién es este. Porque solo Jesucristo aporta estabilidad a la barca de nuestra vida. Solo Jesucristo. Solo Él tiene palabras que nos hacen vivir. Solo Él. Que podamos sentir la alegría de haber sido alcanzados por el Evangelio de Jesús. Mostrad esta alegría. Habéis sido alcanzados por el Evangelio de Jesús. Nada hay más bello, nada hay más gozoso, que la experiencia de encontrarse con Jesucristo y de recuperar la calma de un corazón que a veces es ansioso. Es inestable. Que hoy podamos tomar conciencia de que solamente Cristo Resucitado va con nosotros en esta barca que es la Iglesia. En esta barca que en estos momentos dirige el sucesor de Pedro, el Papa Francisco. En esta barca que a veces intenta ser zarandeada por olas, por dentro y por fuera. Pero que, sin embargo, está sustentada por la fuerza de Nuestro Señor. Y es el que nos sigue preguntado: ¿Pero, tenéis fe? ¿Es que no tenéis confianza? ¿Es que a pesar de las turbulencias que puedan estar en vuestra propia existencia, o las hacéis vosotros también…? La estabilidad solo la da Jesucristo Nuestro Señor.

Queridos hermanos y hermanas. Sí. Es un día para nosotros especial. Un día singular en vuestra vida, los que os vais a ordenar. Servidores de los hombres. Vais a ser ordenados diáconos con la novedad que dan los criterios de Cristo. Y que será más grande cada día si vivís esas cuatro relaciones de las que os hablaba. Y, sobre todo, con la fuerza y con la gracia que Jesús, por la ordenación, os va a regalar y os va a entregar. Habéis de tener una experiencia que rompa criterios humanos para acoger los criterios de Cristo, que nos dice: «No seáis cobardes. Tened fe. Tened fe. Soy yo. Y nada se hunde si yo estoy a vuestro lado».

Que el Señor nos bendiga a todos. Y vivamos esta ordenación vuestra como una gracia inmensa que el Señor regala a esta Iglesia particular que camina en Madrid. Que así sea.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search