Homilías

Viernes, 18 mayo 2018 14:35

Homilía del cardenal Osoro en las ordenaciones sacerdotales (28-4-2018)

  • Print
  • Email
  • Media

Queridos hermanos obispos don José, don Santos y don Jesús. Don Juan Antonio está en una misión: creo que os ha escrito una carta a vosotros, y os ha mandado sus felicitaciones a vosotros, que os vais a ordenar. Queridos vicario general, vicarios episcopales. Ilustrísimo señor deán. Cabildo catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos  seminaristas. Queridos ordenandos: Francisco Javier, Gonzalo, Fernando, Alberto, José Manuel, Rodrigo, Francisco, Juan, Francisco Javier, Eugenio, Cesar Augusto, Jesús y Santiago, Giacomo y Stanislas.

Queridos hermanos. Queridas familias. Es un día especial para nuestra Iglesia diocesana. Un día en el que el Señor nos da la gracia de enriquecernos. Nos enriquece aún más con su presencia real a través de este grupo de hermanos que, dentro de unos momentos, van a ser ordenados sacerdotes.

Hemos cantado el salmo 21, en el que el Señor nos decía de una forma clara que Él cumpliría sus votos delante de los fieles. Que Él haría posible que todos los hombres se saciasen. Y que pudieran alabar al Señor todos aquellos que lo buscan. Y es que, en el fondo del corazón, todo ser humano tiene hambre de Dios.

Sí. Es verdad que el Señor hace cierta esta realidad que hemos rezado en el salmo que hemos cantado. Él nos hace vivir para Él, y Él nos habla y cuenta de verdad todas las maravillas que hace en favor de nosotros. Y busca hombres que sean capaces también, entregando la vida entera, de hacer posible que en medio de este mundo esta noticia de Jesucristo no sea solamente una noticia de palabra, sino que en su propia existencia y en su propia vida se configuren con Jesucristo nuestro Señor para hacer verdad lo que el Señor nos ha dicho.

Quisiera tener un recuerdo muy especial, aunque el rector actual es obispo, y le he hablado de él, del otro rector también, don Eduardo, el rector de nuestro seminario misionero. Y de los formadores, que son los que al fin y al cabo hacen posible, o han hecho posible, con la ayuda de Dios, el que estéis vosotros aquí, presentes, y se haga verdad lo que este salmo nos decía: Hablarán del Señor a la futura generación.

Me gustaría acerca a vuestras vidas, y a todos los que estáis aquí, algo que vamos a vivir especialmente en esta ordenación. También nosotros hoy, precisamente, vemos cómo se construye y cómo progresa la Iglesia en fidelidad al Señor. El Señor nos da muestras. Y nos da muestras a través de estos hermanos. Es verdad que, como nos decía la primera lectura que hemos proclamado, también hoy existen dificultades para anunciar a Jesucristo. Unas que vienen de las que están en nosotros mismos y otras que vienen de fuera. Pero, sin embargo, en estos tiempos, como anteriormente, como al principio, hay valentía y capacidad para quitar el miedo, y para presentarse en medio de este mundo como lo hicieron Pablo y Bernabé, y anunciar que habían visto al Señor. Que el Señor constituía su riqueza. Que el Señor era su herencia. Que el Señor era a quien ellos querían predicar y anunciar el Evangelio. Y se movían con mucha libertad anunciando a Jesucristo.

Queridos hermanos que os vais a ordenar: hoy se cumple. Hoy vemos cómo esta realidad sigue dándose en la vida de la Iglesia. Sigue dándose entre nosotros. Y hoy nos lo muestra el Señor a través de vuestras vidas. La Iglesia se sigue construyendo. La Iglesia sigue progresando. La Iglesia sigue anunciando a Jesucristo en todas las partes de la tierra. El Señor nos muestra hoy mismo que, en fidelidad al Señor, la Iglesia aquí, en Madrid, sigue animada por el Espíritu Santo y sigue mostrando la grandeza de este Dios que se nos ha revelado en Jesucristo nuestro Señor.

En segundo lugar, no solamente hoy vemos cómo se construye y progresa la Iglesia. El Señor nos pide que guardemos sus mandamientos. Que hagamos verdad lo que Él nos acaba de decir a través de esta carta del apóstol san Juan: que no amemos de palabra. Que no sean frases bonitas las que digamos… Que se haga verdad en vuestra vida lo que el Señor hoy os regala configurándoos a Él. Que os entreguéis. Que vuestra vida no sea para vosotros mismos. Que améis a las personas, de toda clase y condición. Que os entreguéis de verdad. Que no guardéis nada para vosotros mismos. Que no anide en vuestra existencia ni el egoísmo ni tampoco la diferenciación. Todos los hombres son hijos de Dios y a todos los hombres os manda el Señor. No solamente a los que vais a reunir porque son cristianos y les vais a acercar la Eucaristía. Tenéis que ir también a aquellos otros que ni celebran la Eucaristía, ni siquiera alomejor tienen ganas de juntarse con nuestro Señor, y con vuestra vida tenéis que hacer posible que apetezcan en lo más profundo de su corazón el querer saber algo de nuestro Señor Jesucristo.

Todo lo vais a recibir de él, como nos dice el apóstol san Juan: todo lo recibimos de Él. Guardemos sus mandamientos y haced lo que le agrada al Señor. Al Señor le agrada que salgáis por los caminos de este mundo. En el destino que tengáis. Y que no solamente estéis a gusto con los que tenéis a vuestro lado y estén de vuestra parte, sino los que están de vuestro lado y de vuestra parte junto a vosotros salgan a buscar a quienes no están de vuestra parte. Y a buscarlos no solamente con palabras bonitas que, quizá, pueden llegar al corazón; pero lo que más llega al corazón y a la existencia humana es una manera de vivir y de estar junto a los demás. Se nos pide que prediquemos. Y amemos. Y guardemos los mandamientos del Señor. Que lo hagamos con nuestra propia existencia.

Y, en tercer lugar, que lo hagáis con una convicción clara y absoluta de que sin el Señor no podemos hacer nada. Qué página del Evangelio más bella la que hemos escuchado: Yo soy la vid verdadera. ¿Qué quieren decir estas palabras de Jesús? Quieren decir que toda vida viene de Él. Y que pasa luego a través de nosotros, que somos pequeños sarmientos; que pasa a través de vosotros, que el Señor os configura hoy con Él, hasta que llegue a todos los hombres.

Por eso, el Señor nos dice en el Evangelio dos expresiones que se repiten hasta siete veces: permanecer y dar fruto. ¿Qué es permanecer en Jesús? ¿Qué significaría para nosotros permanecer en Jesús? Significa dejarnos impregnar por su espíritu de amor. Dejarnos amar por Él. Sentirnos amados con un amor que ninguna circunstancia de nuestra vida puede hacer desaparecer. Permanecer es vivir en una relación viva, profunda, con el Señor. Permanecer es insertarse en Jesús. Vivir una relación profunda que consiste en estar en Él. Fundamentarse en Él, desde Él y con Él.

Ser discípulos, en definitiva, es vivir este permanecer en Jesús en todas las circunstancias. Y ser Jesús en medio de los hombres es hacer posible que os vean que permanecéis en una identidad tan clara, tan honda y tan profunda con Jesucristo que les haga también, a quienes os vea, permanecer en Él.

Pero Jesús, si os habéis dado cuenta, da otra palabra. Otra palabra importante. Jesús añade otra afirmación: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, ese da fruto, y fruto abundante. El fruto abundante es la vida a la que estamos llamados a vivir y despertar en los otros. La que estáis llamados a despertar.

Jesús subraya que el porvenir del que se separa de Él, del contacto con Él, es duro. Se seca. Este «se seca» que nos ha dicho el Evangelio expresa la carencia total de vida. Quien renuncia a permanecer en Él, que es la fuente de vida, renuncia de alguna manera a vivir. Y esto tiene que entrar de tal manera en nuestro corazón, y en vuestro corazón,  que estéis buscando permanentemente a los hombres.

Cuando nos separamos de esta fuente, ¿no experimentamos en nosotros que nos estamos secando?. Todos los que estamos aquí, vosotros mismos, veis que cuando hay momentos en nuestra vida en los que no tenemos una adhesión fuerte y clara con el Señor, nos secamos. La vida no tiene gusto. Deja de tener sentido para nosotros. ¿No es esta la experiencia de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo que necesitan precisamente el anuncio y la cercanía de Jesucristo? ¿No hay veces un gran vacío existencial en las vidas de los hombres? La vida no fluye a través de ellos. Se pierde el entusiasmo. A veces todo ardiente deseo de que necesitamos seguir a Jesús.

Vosotros tenéis, por la ordenación, por vuestra misión, por vuestro ministerio, que hacer posible que en los que tengáis a vuestro lado surja siempre el ardiente deseo de seguir a nuestro Señor Jesucristo. Sin mí no podéis hacer nada, nos ha dicho el Señor. Que es lo mismo que decirnos: desgajados de mi vida, desgajados de mí, no podéis dar fruto. Quizá, y os lo digo a vosotros también, especialmente a los que os vais a ordenar, quizá podáis reuniros, podáis planificar, podáis moveros, podáis tener multitud de reuniones, podáis agitaros, incluso llegar a tener estrés por tanto trabajo, e incluso agitar a los demás, pero sin la vida en comunión, y de comunión vital, con Jesucristo nuestro Señor, no hay frutos. No hay frutos.

¿No son estas palabras de Jesús plenamente actuales hoy? ¿No es esta a veces la raíz de la crisis de la fe cristiana, o del oscurecimiento, o de la falta de ardor? Sin mí no podéis hacer nada.

Que no se os olvide nunca. Es la página del Evangelio que en el día de vuestra ordenación el Señor os regala a través de la Iglesia. Pero es que además nadie sin Jesús puede hacer nada. Por eso la urgencia de vuestra misión. Ved la pasión que tenéis que tener por anunciar a nuestro Señor. Estas palabras tienen  plena actualidad: cuando nos desconectamos de la vid verdadera, que es la presencia del resucitado, tendremos siempre la impresión de que nada merece la pena y que la vida se convierte en una carga difícil de soportar. Sin la experiencia de una profunda relación con Cristo resucitado, nuestra vida siempre, siempre, se vuelve estéril y vacía. Por eso, qué importante es la misión que el Señor os regala hoy. Nuestro mundo hoy está muy marcado por la violencia, por la ambición, por esa economía sin rostro de la que nos habla el Papa Francisco, por a veces tantas injusticias… Necesita más que nunca esta vida que Jesús ofrece, esta vida que vosotros configurados con Él dentro de un momento vais a poder ofrecer y presentar en medio de los hombres.

Damos gracias al Señor por este acontecimiento, queridos hermanos, que esta tarde todos juntos podemos vivir. Gracias al Señor. Sí. Vueltos a ti, Señor, te decimos todos los que estamos aquí, pero especialmente junto conmigo los que voy a ordenar, te decimos: Señor, tú eres la vid verdadera, concédenos siempre permanecer en ti, que demos siempre fruto abundante. Sí, ese fruto del amor tuyo y de la vida tuya. Sin ti, las palabras por muy bonitas que las tengamos son vanas. Nuestros sentimientos estarán apagados. La ternura de tu vida que tenemos que entregar a los hombres no se manifestará. Nuestras relaciones serán difíciles, y nuestros amores serán siempre posesivos. Sin ti, la vida se seca. Tú eres el único aliento que hace vivir el corazón del hombre. Y por eso nosotros queremos entregar la vida entera, diríais vosotros, para que tú estés en nosotros, seamos Tú a través de nosotros, y la gente pueda experimentar y vivir lo que nos decía hoy la palabra de Dios. La Iglesia, lo vemos hoy en vosotros, se construye y progresa. Se nos pide que prediquemos y anunciemos que hay que guardar los mandamientos. El de Jesús, fundamentalmente. Escuchar su palabra  y amar a todos los hombres. Y esto hacerlo con la convicción absoluta de que sin el Señor, ni somos nada, ni nada es el hombre, ni se puede construir esta historia.

Qué importante es vuestra misión, queridos hermanos. Lo estáis viendo por todos los que os están acompañando. No es un acontecimiento más. Es un acontecimiento único en la vida y en la misión de la Iglesia el que el Señor hoy siga eligiendo a hombres para que en cualquier parte del mundo lo anuncien y manifiesten su presencia real.

Qué maravilla el que dentro de unos momentos se va a hacer verdad en vosotros. No por vuestra fuerza, sino por lo que da el Señor. Cuando digáis: tomad y comed, es Jesús el que lo dice a través de vosotros; cuando digáis, y alguien se acerque a pediros perdón, yo te absuelvo, hacedlo como Jesús también, con misericordia. El Señor perdona a quien se acerca a vosotros.

Cuántas cosas vais a poder experimentar y vivir si hacéis verdad lo que nos dice hoy el Evangelio: queremos permanecer en esa vid verdadera que es Jesucristo nuestro Señor, que se hace presente en el misterio de la Eucaristía, y que se hace presente hoy de una manera total absoluta en vuestras vidas. Vuestras vidas van a ser otros cristos en medio de los hombres. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search