Homilías

Martes, 19 enero 2021 14:16

Homilía del cardenal Osoro en la Misa con bautizos en la catedral (17-01-2021)

  • Print
  • Email
  • Media

Querido don José, obispo auxiliar. Querido deán de la catedral. Queridos hermanos sacerdotes. Queridas familias de Emma y Ángel, estos dos niños que van a ser bautizados dentro de unos momentos. Hermanos y hermanas todos.

Damos gracias al Señor porque, con el salmista, también nosotros podemos decir aquí esta mañana: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Aquí estáis vosotros, las familias, que queréis, no solamente habéis querido darle la vida, traer a este mundo a esta criatura, sino darle el tesoro más grande que un ser humano puede tener, que es la vida misma de Jesucristo. Saber caminar por este mundo con la vida de Jesús. Y que vosotros, con responsabilidad de padres cristianos, queréis hacerles crecer en esta vida que el Señor, por el Bautismo, les va a regalar a ellos esta mañana, y que nosotros, queridos hermanos todos, podemos disfrutar de este momento de crecimiento de la comunidad cristiana aquí, en Madrid. Es verdad que es un signo, pero ojalá esto lo sepamos llevar a la vida de todos los hombres.

En este momento de la historia que nos toca vivir, el Señor se sigue inclinando, como nos decía el salmista, sigue gritando y quiere poner en la vida de todos los hombres un cántico nuevo. Este cántico nuevo que tiene un nombre y que tiene un rostro, que es Jesucristo. Esto lo necesita, este canto, esta humanidad. Por eso el Señor hoy, a través de esta realidad que vamos a vivir, nos abre el oído, como nos decía el salmista, nos abre el corazón, y nos lo abre para que nosotros podamos decirle al Señor con todas las consecuencias: «Aquí estoy». Aquí estoy, Señor. No cierro mis labios, sino que quiero proclamar tu vida.

En la Palabra de Dios que acabamos de proclamar hay como tres realidades que me parece que son importantes acogerlas en nuestra vida y en nuestro corazón. La primera de ellas es la disponibilidad para escuchar a Dios. Aquel muchacho joven, Samuel, que estaba durmiendo en el templo, y que oye una voz. Creía que era la voz de Elí, y por eso contesta, va donde él a decirle: «Aquí me tienes». Elí, como hemos visto, le responde que no es él. Vuelve a escuchar la voz otra vez. Y, como le había indicado Elí, era la voz de Dios. Es la voz de Dios la que viene a nosotros también esta mañana. Es la voz de Dios la que nos invita a nosotros a decirle al Señor: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha». Habla, Señor, que queremos dirigir nuestra vida por ti.

Queridos hermanos, estamos viviendo un momento también importante de la pandemia. Esta tercera fase, que parece que nos dicen que es tan grave o más que las anteriores, que la primera en concreto. El Señor nos habla en esta fase. Y nos habla ante la vulnerabilidad que todos nosotros tenemos, que es muy grande. Y no solamente por la enfermedad: por muchos aspectos. En la vida, la vulnerabilidad llega a nuestra existencia de formas muy diversas. Y, en estas situaciones, es bueno que nosotros nos hagamos niños, como Samuel. Y le digamos a Jesús, al Señor: habla, Señor, queremos escucharte. No tenemos palabras para resolver todas las situaciones que llegan a nuestra vida, ni siquiera obras, pero sí tenemos la capacidad para ponernos en tus manos y decirte también, como Samuel: «Aquí estoy». Sentirnos disponibles para escuchar a Dios. Para oír su voz. Para orientarnos, no por cualquier palabra, sino por la palabra del Señor. Orientar la vida de estas dos criaturas que hoy van a ser bautizadas aquí –como han sido bautizados otros niños en muchas parroquias de nuestra archidiócesis de Madrid–, es muy bueno, que nosotros descubramos aquí esto, ¿no? «Habla, Señor».

La orientación que queremos dar a la vida de estos niños no es una orientación cualquiera: es la que Dios nos pide, de hacer hombres y mujeres que sepan dar la mano a los demás, porque son hermanos, todos. Que sepan mirar a Dios. Que se sepan mirar dentro de sí mismos y ver las fuerzas con las que cuentan para caminar por la vida. Que sepan mirar al frente también para ver para ver las situaciones que viven los hombres, y poder establecer en esas situaciones, sobre todo en los que más sufren, una realidad de amor y de diligencia hacia todos. Sí. Nosotros hemos sido llamados, y estamos disponibles para escuchar a Dios.

En segundo lugar, lo hacemos porque queremos glorificar con toda nuestra vida a Dios. Qué bien nos lo decía el apóstol Pablo en ese texto que hemos escuchado, en la segunda lectura, de la primera carta a los Corintios. Sí. El Señor nos decía que no nos poseemos en propiedad. No. Somos de Dios. Todo lo nuestro es de Dios. Toda nuestra vida. Todo lo que somos. Y por eso tenemos que, de alguna manera, orientar nuestra vida hacia ese Dios. Orientar toda nuestra existencia hacia Dios. Por eso, qué bien viene lo que nos dice el Evangelio. No solamente hay que estar disponibles. No solamente hay que glorificar a Dios con nuestra vida. Hay que sabernos preguntar qué es lo que estamos buscando en nuestra vida, y hacerlo en estos momentos de la historia, queridos hermanos.

«¿Qué buscáis?» fue la pregunta de Jesús a los dos primeros discípulos que le siguieron, y es la pregunta que nos hace a nosotros en este segundo domingo el Señor también. el evangelio, si os habéis dado cuenta, comenzaba con una escena preciosa. Juan Bautista está acompañado por dos discípulos. Dos hombres que han escuchado a Juan, que se han bautizado en el Jordán. Solo por este evangelio sabemos que los primeros discípulos de Jesús procedían del grupo de Juan. Y Juan se fija en Jesús. Pone la mirada en Jesús. Y les dice a aquellos discípulos: «Este el cordero de Dios». Nos ha dicho el evangelio la reacción inmediata de los discípulos. Qué reacción más preciosa. Oyeron sus palabras, las palabras de Juan, y se dirigen a Jesús. Seguir a Jesús. Y seguir a Jesús significa caminar junto a otro que nos señala el camino, el deseo de vivir con Él y como Él. Estos dos discípulos escuchan también, como nosotros esta mañana, esta pregunta que nos hace el Señor: «¿Qué buscáis?».

¿Qué buscáis? Queridos hermanos: esta es una pregunta válida para los hombres y mujeres de toda época. Jesús nos invita a clarificar en nuestra vida lo verdaderamente importante ¿Qué es lo que es verdaderamente importante? ¿Qué buscamos? Es como si les dijese a aquellos discípulos, y esta mañana aquí a todos nosotros en la catedral de la Almudena: ¿cuál es el objetivo de vuestra vida? ¿Cuál es? ¿Qué busco en mi vida? ¿Qué mueve mi vida de verdad? ¿Le mueve la Verdad? ¿Qué es lo que busco? ¿Qué sustenta mi vida? ¿Qué es lo que le da felicidad profunda? ¿Qué es lo que da sentido a la vida?

Esto es lo que les preguntó Jesús a aquellos discípulos: «¿qué buscáis?». Y nos pregunta a nosotros también esta mañana: ¿Cuál es el deseo más profundo que está en vuestro corazón? La respuesta a esta pregunta es importante. Hoy necesitamos, queridos hermanos, encontrar el sentido último de nuestra vida. Nuestra sociedad, occidental sobre todo, es una sociedad que se vacía de sentido. Por eso, necesitamos reconocer en nuestro interior que, incluso en este momento de la historia, hay una profunda sed de Dios. Todos necesitamos tener la oportunidad de beber de ese pozo infinito de amor que es Dios mismo. Y por eso Jesús nos sigue preguntando a nosotros también: «¿qué buscáis?». De modo que lleguemos a ese deseo profundo de responder al deseo más profundo que pueda existir en nuestra vida.

Los discípulos de Jesús, aquellos que le siguieron, le preguntaron al Señor: «¿dónde vives?». ¿Dónde vives? Quizás la pregunta que también nosotros tenemos que hacernos. En aquella época, sabéis que la gente se buscaba un maestro y quería vivir de un maestro, y si quería vivir de ese maestro tenía que compartir la vida con él. Por eso la pregunta de los discípulos es clara: «¿dónde vives?». «Queremos ir contigo». Dan a Jesús el título de maestro. Eso indica que lo quieren tomar como guía, que reconocen que de Jesús tienen que aprender mucho. «¿Dónde vives, maestro?». Habría que traducirlo por dónde permaneces. Jesús les contesta: «Yo permanezco en el Padre. En el amor de Dios».

Este momento de la historia, hermanos, nos hace preguntarnos a nosotros también «¿dónde vives, maestro?». Y ponernos delante del Señor para descubrir dónde permanecer. ¿Nosotros permanecemos en el amor de Dios? ¿O tenemos otros amores distintos?

Jesús no les da una respuesta teórica. Les dice: «venid y lo veréis». Jesús no responde con un discurso: les invita a hacer una experiencia. Que es a la que yo os invito esta mañana, queridos hermanos. Una experiencia de, por un día, por un tiempo, dejarnos querer por Dios. Dios nos ama como somos. No le pone ninguna dificultad a cómo estemos. Lo importante es eso: «venid y lo veréis». «Entrad en mi vida».

Nos dice el evangelio que aquellos discípulos permanecieron con Él. Establecieron una relación viva con Él. Descubrieron que eran hermanos. Y que eran hermanos de todos los hombres. Y que tenían que transitar por este mundo, y hacer posible que todos los hombres se diesen cuenta de que somos hermanos. De que tenemos que construir un mundo diferente. Nuevo. Cuando permanecen con Él, cuando hacen una experiencia viva de relación con Él, la vida de ellos se transforma. Qué diferencia hay, queridos hermanos, de ir caminando por el mundo viendo enemigos siempre a ir caminando por el mundo viendo hermanos. Totalmente distinto. Totalmente distinto. Lo cual no quiere decir que no haya hermanos que te pongan la zancadilla, o que hagan lo que fuere. Pero es muy distinto para uno. Cada uno de nosotros, yo os invito a que nos preguntemos esta mañana: ¿permanezco, como Jesús, en el amor de Dios, del Padre? Hagamos esta experiencia de relación viva con Él.

Cuando Jesús miraba a aquellos dos discípulos –como nos mira a nosotros esta mañana–, Jesús, nos dice el evangelio, que se les quedó mirando. Se les quedó mirando. Y después Andrés, cuando le presenta a su hermano Simón, Jesús también se queda mirando a Simón: «Hijo de Juan: tú te llamarás Cefas». «Tú serás alguien sólido, que mantengas y sustentes a los demás».

Queridos hermanos: volvamos a Jesús. Es importante. En este momento de la historia ves que hay muchos programas, muchos discursos, muchas teorías, muchas palabras, pero faltan maestros a los que yo pueda acudir. Y yo esta mañana, en nombre de Jesucristo, os ofrezco al Maestro. A Jesús. A que nos acerquemos a Él. A que nos dejemos preguntar: ¿Qué buscas? ¿Qué quieres en tu vida? ¿En qué la sustentas? ¿Qué ofreces a los demás?

Es precioso ver esta realidad esta mañana, ¿no?, que ofrecéis a unos niños que acaban de nacer pues lo mejor: la vida de Jesucristo. Gracias, queridos padres, que traéis a vuestros hijos porque queréis darles solidez en la vida, entregarles lo que es fundamento de la existencia, orientación profunda de la vida.

Volvemos hoy todos a Jesús y le decimos: «Señor, yo quiero tenerte como tesoro, como fuente de alegría. Quiero arder en tu amor, y comunicar este amor a todos los hombres». Y ahora sí que tienen sentido estas palabras de salmo, dichas por cada uno de nosotros en lo más hondo de nuestro corazón: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search