Homilías

Domingo, 07 junio 2015 18:35

HOMILÍA EN LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI 2015 Featured

  • Print
  • Email
  • Media
HOMILÍA EN LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI 2015

Exmo. y Rvdmo. Sr. Nuncio de su Santidad en España, queridos hermanos Obispos D. Fidel y D. Juan Antonio. Excmo. Cabildo Catedral, Ilmos. Sres. Rectores de nuestros Seminarios de San Dámaso y Misionero. Queridos hermanos sacerdotes. Queridos Diáconos. Queridos Seminaristas. Queridos hermanos todos.

            Excma. Sra. Alcaldesa de Madrid, Corporación Municipal, Autoridades civiles, militares, académicas y jurídicas.

            Hermanos y hermanas:

La fiesta del Corpus Christi instituida para adorar, alabar y dar públicamente gracias al Señor, que en el Sacramento Eucarístico Jesús sigue amándonos hasta el extremo, hasta el don de su cuerpo y de su sangre, es esa fiesta en la que todos los hombres sentimos la necesidad de experimentarla en lo más profundo de nuestro corazón para percibir en nuestra vida que no vamos solos por el camino, que Jesucristo nos acompaña, que Jesucristo nos manifiesta su amor entregándonos su propia vida para que nosotros no solamente lo miremos sino que tengamos la gracia de alimentar nuestra vida de su Persona. En el Misterio de la Eucaristía se nos manifiesta que el don que Jesucristo hace de sí mismo nos revela el amor infinito de Dios por cada hombre.

La celebración que estamos viviendo esta tarde nos remite al clima espiritual del Jueves Santo, el día en que Cristo, en la víspera de su pasión, instituyó en el Cenáculo la Santísima Eucaristía. La fiesta del Corpus Christi constituye una renovación del ministerio del Jueves Santo, obedeciendo a la invitación que Jesús nos hizo de proclamar desde los terrados lo que él dijo en secreto. Por eso, en la carta que os he dirigido, a todos los cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, os invitaba en este día, sirviéndome de una expresión de Santa Teresa de Jesús, “no os pido más que lo miréis”. La fiesta del Corpus Christi, celebrada en la Eucaristía y prolongada en la procesión y manifestación pública que por las calles vamos a hacer, nos hace perceptible, a pesar de la dureza de nuestro corazón y de la cerrazón de nuestros oídos, esa llamada del Señor a “abrir las puertas de nuestra vida a quien pasa a nuestro lado, porque Él pasa, va a nuestro lado, incluso va delante de nosotros para abrirnos camino, nos guía y nos alienta. Hoy Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide que le dejemos entrar no sólo por un día, sino para siempre. Avanzar por la vida con el Señor, tras Él, nos libra de nuestras parálisis, nos levanta, nos hace dar pasos adelante, nos pone en camino y en su dirección, nos regala la fuerza del Pan de la vida que es Jesucristo mismo. El Misterio de la Eucaristía nos quiere librar de todo abatimiento, de todo desconsuelo. Quiere que reanudemos el camino con la fuerza que nos viene del mismo Jesucristo.

Después de haber escuchado la Palabra de Dios, hemos de hacernos cada uno de nosotros la pregunta que el salmista se hacía: “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Sal 115). La respuesta nos la ha dado el Señor con la Palabra que hemos escuchado. Nos la da con tres expresiones: 1) Haremos todo lo que manda el Señor; 2) Salid a la ciudad, Él quiere llegar y entrar en el corazón de todos los hombres; 3) Quiere hacernos llegar el regalo más grande: que experimentemos su amor en la cercanía de su persona en el camino de nuestra vida. Tres palabras resumen lo que el Señor hoy nos pide: 1) Obedecer; 2) Salir; 3) Regalar.

            1) “Haremos todo lo que manda el Señor”: esta fue la expresión que dijo el pueblo de Israel cuando Moisés bajó de la montaña y contó al pueblo lo que le había dicho el señor. Ha sido Dios mismo el que ha venido a este mundo, se hizo hombre por amor a los hombres. Quiere que vivamos en su amor, que experimentemos su misericordia. En esta fiesta del Corpus Christi de un modo único y peculiar, se nos habla del amor divino, de lo que es y de lo que hace. Nos dice que uno se regenera al entregarse, que uno recibe al darse, que uno se hace grande al hacerse el servidor y el más pequeño. En esta Fiesta se nos manifiesta que el amor de Dios lo transforma todo, por eso esa invitación a adorar, a alabar y a dar públicamente gracias al Señor. ¿Qué es lo que nos pide el Señor? Lo acabamos de escuchar en el Evangelio que hemos proclamado. También nosotros, como los primeros discípulos, hoy tenemos que preguntarle al Señor: ¿dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? La respuesta sigue siendo la misma para nosotros: “id a la ciudad”.

Tenemos que preparar la fiesta del encuentro de los hombres con Dios. Lo tenemos que hacer en el lugar donde vivimos. La ciudad en la que estamos, los hombres y mujeres que la habitan, necesitan el amor, la misericordia, la entrega, el abrazo que Dios da en Jesucristo a todos los hombres. “Id a la ciudad”. Preparemos todo para que los hombres y mujeres que viven junto a nosotros experimenten que en la entrega de la vida de Cristo por amor a los hombres, en esa entrega en la que Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos dando su propia sangre y consiguiendo la liberación eterna para todos nosotros, ahí está, en Él está la salvación de todos. Por eso la urgencia de que conozcan todos los hombres al Señor. Y por eso, la invitación que nosotros todos hacemos a todos los hombres:” no os pido más que lo miréis”.

            2) Salid a la ciudad, Él quiere llegar y entrar en el corazón de todos los hombres. Qué fuerza transformadora tienen para nosotros y para todos los hombres las palabras de Jesús en la Última Cena: “Tomad, esto es mi cuerpo…Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”. Salgamos a la ciudad. Hemos comido. Nos hemos alimentado del cuerpo y de la sangre de Cristo. Ello hace que en nuestra vida se haya producido una “transfusión singular”. Ha sido la gracia, el amor, la misericordia de Dios, lo que ha inundado nuestra vida. Esto es lo que recorre e inunda nuestra existencia. La comunión con Cristo engendra una nueva manera de vivir y de relacionarnos entre nosotros. De lo que comemos y bebemos tenemos que dar a todos los que nos rodean. Dar el amor de Dios que regenera, que recupera, que no hace excepciones, que libera, que elimina esclavitudes, que suscita en nuestro corazón la capacidad necesaria para vivir la fraternidad con todos los hombres, que nos hace experimentar que todos los hombres son hijos de Dios y por eso hermanos de todos.

Todos los hombres somos hermanos. Somos familia, y hay que salir a la ciudad y preparar las calles, las casas, los lugares donde convivimos para que sean lugares donde se experimente la cercanía de Dios a cada uno de los hombres. Un mundo nuevo se puede construir con la fuerza de la Eucaristía. No son meras palabras, es la persona misma de Jesucristo la que engendra una manera absolutamente nueva de mirarnos, de relacionarnos, de construir el presente y el futuro sabiendo que nuestra pregunta fundamental es esta: ¿dónde está tu hermano? ¿Sabemos dónde está? ¿Sabemos cómo vive y qué necesita?¿Le acercamos el amor mismo de Dios que le hace experimentar que es necesario, que no sobra, que no está descartado? La Eucaristía nos impulsa a salir de nosotros mismos y a construir la cultura del encuentro que comienza con Nuestro Señor Jesucristo.

            3) Quiere hacernos llegar el regalo más grande, para que se lo demos a todos los hombres. Porque regalar el amor de Dios es la misión esencial. Amar a Dios y al prójimo. Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, ha sido buen samaritano, nos ha socorrido y nos ha devuelto la vida, se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestra sociedad y cuidar nuestras heridas. Hoy, en esta Fiesta del Corpus Christi, adorar el cuerpo de Cristo quiere decir que creemos que en ese pedazo de pan se encuentra realmente Cristo, que da sentido verdadero a nuestra vida, al universo, a la criatura más pequeña, a la historia humana. Invitamos a los hombres  a alimentarse del amor, de la verdad, de la paz, de la esperanza que nos regala Jesucristo. Cristo, cuando nos postramos, no nos olvida, no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera, nos transforma. Regalemos el amor de Dios.

Hagamos esa transfusión, la más importante para tener vida. Dejar llenar nuestra existencia de la gracia, del amor, de la fuerza misma de Dios. Pero, al mismo tiempo, dejemos que el Señor haga que nuestro corazón tenga las medidas de su corazón. Un corazón en el que tienen cabida todos los hombres. En este día del amor fraterno se nos habla, a través del Misterio de la Eucaristía, de que el amor a Dios y al prójimo tiene una unidad absoluta. Si en nuestras vidas falta Dios, nunca podré ver en el prójimo al otro en la condición que tiene: ser imagen de Dios. Condición que me hace amarle incondicionalmente. Los santos adquirieron su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias al encuentro con el Señor en la Eucaristía. Amar a Dios y amar al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero.

Amar a Dios y al prójimo no es un mandamiento externo que se nos impone, es una experiencia de amor nacida desde dentro, en el encuentro con Jesucristo. Un amor que, cuando lo experimentamos, necesariamente nos sentimos urgidos a comunicar. Por eso San Pablo sentía tanta urgencia en dar a conocer a Jesucristo. El amor crece a través del Amor. El amor que proviene de Dios nos une, nos transforma y hace que superemos las divisiones, las rupturas, los enfrentamientos, el desentendernos de los demás. Servir al prójimo en su máxima originalidad nace del encuentro con Jesucristo, quien nos dijo: “os he dado ejemplo (Jn 13, 15)… También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14).

            Queridos hermanos y hermanas: al acercarse Jesucristo a nuestras vidas en el Misterio de la Eucaristía, abramos nuestra vida a Él. Experimentemos lo que Él desea de nosotros. Digamos hoy: “haremos todo lo que manda el Señor”. Saldremos a la ciudad para regalar el Amor de Dios que se tiene que manifestar en el amor al prójimo. Transformaremos la ciudad. Haremos ver que Dios vive en la ciudad. Una sola cosa os pido hoy a vosotros y a todos los que os encontréis en el camino, cuando estamos celebrando el quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, lo hago con sus mismas palabras: “no os pido más que lo miréis”. Amén.   

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search