Homilías

Miércoles, 30 diciembre 2015 13:06

Homilía en la Natividad del Señor del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro (25-12-2015)

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Excelentísimo Cabildo Catedral, querido señor Deán, queridos vicarios episcopales, hermanos sacerdotes, queridos diáconos, seminaristas, hermanos y hermanas todos en Jesucristo Nuestro Señor.

Qué fuerza y qué belleza tiene la Navidad. Qué fuerza y qué belleza tiene el haber escuchado hace un instante esta Palabra de Dios que ilumina este día de Navidad: llegó la salvación, nos decía el profeta Isaías. Sí, rompe a cantar. Todos los hombres tienen que ver la salvación de Dios, como nos decía la carta a los Hebreo: Dios ha hablado de muchas maneras, pero ahora ha hablado Él mismo, se ha hecho carne, está con nosotros, está junto a nosotros, está de nuestra parte, nos ha llamado a formar parte de su pueblo, nos ha dicho que reflejemos su rostro en esta tierra y en este mundo. Es verdad que esto requiere de nosotros ese convencimiento que el Evangelio quiere que tengamos todos, hermanos y hermanas: que Él es la luz, que Él es la vida verdadera, que en Él está la vida de los hombres, que no hay otra posibilidad de tener vida y de transformar este mundo y esta tierra y el corazón del ser humano más que con Él. Todo se hizo por Él. Es verdad: hay gente que no lo recibe. Pero queridos hermanos, qué maravilla: a quienes le hemos recibido con todas las deficiencias nos da el título más grande que un ser humano puede tener, Hijo de Dios. Ahora bien, este título requiere que se ejerza, que lo hagamos vida en los lugares donde estamos: en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestra ciudad, en nuestros ambientes, con todas las personas con las que nos encontremos, es más, si es necesario ir en búsqueda de esas personas que no se han dado cuenta, que no saben que el título más grande del ser humano es el que el hijo de Dios que se hace hombre nos ha dado a nosotros. Hijos de Dios. Y precisamente por eso hermanos de todos los hombres.

Queridos hermanos y hermanas. Esta Navidad os he querido entregar un mensaje, que he titulado así: «la Navidad revela la misericordia que vence a la diferencia». La misericordia es Cristo mismo, el que ha nacido en Belén, que ha venido a dar un abrazo a todos los hombres sin excepción, y que nos pide a los que nos ha llamado a formar parte de su pueblo, a los que hemos recibido la luz y a los que tenemos el título de hijos de Dios, que hagamos lo mismo que Él.

La entrada de Dios en la historia de los hombres nos presenta, hermanos, un nuevo camino para estar en esta tierra, y para hacer de esta tierra una tierra habitable para todos los hombres. La Navidad revela la misericordia que vence la indiferencia. Nada, nadie es indiferente para aquél que lleva el título de hijo de Dios. Y esta es tarea, es gracia y es responsabilidad para todos nosotros. Este es el verdadero progreso que aportamos los discípulos de Jesús a este mundo. ¿Qué significado sino tiene para un cristiano la palabra progresar?. Ciertamente no es lo que en muchos momentos podemos pensar nosotros, o quieren que pensemos otros. Para un discípulo del Señor, el progreso hay que entenderlo contemplando lo que sucede en Belén de Judá cuando Dios se hace hombre, para regalarnos su vida y entregarnos su salvación. Mirad dónde tiene lugar el nacimiento de Jesús. Progreso para un cristiano significa abajarse: para avanzar, para entrar en el camino de Dios que es el camino de la humildad, donde lo que resalta y aparece a primera vista es el amor mismo de Dios, un amor a todos, para todos, con todos y de todos.

La Iglesia, nosotros hermanos, tenemos que celebrar la Navidad, esta venida del Señor a este mundo. En todas las partes de la tierra se está celebrando la Navidad. Hay lugares donde son muy pocos los cristianos, pero sin embargo su vida, su riesgo, su título, se ejerce de tal manera que son admirados. ¡En cuántos lugares del mundo, en este momento queridos hermanos, tener reunión los cristianos como lo tenemos aquí nosotros para celebrar la Eucaristía le supone que arriesgan la vida por ejercer este título que trae paz, que trae fraternidad!. Este es el progreso, queridos hermanos. El progreso no es descartar, no es matar, no es eliminar al que tiene otras ideas, no es reírse de la dignidad del ser humano; el progreso está en hacer visible los signos de la presencia de la cercanía de Dios, tal y como Jesucristo nos enseñó con su vida a todos nosotros. Debemos vivir con esta alegría: que la alegría para un cristiano no es mero entusiasmo sino algo más profundo, algo que nos haga pensar o decir aquello que seguro que pensaron los pastores o pensaron también los Magos: ¿esto es real?. Es la alegría de los pastores de Belén y de los Magos en el encuentro con el Señor; este encuentro les dejó tal huella en lo más profundo de su corazón que les produjo tal paz y consuelo espiritual que les hizo vibrar de un modo tan especial que cambiaron sus vidas .Los pastores, sospechosos en el pueblo de Israel, gente de mal vivir, se convierten en algo diferente. Los Magos que venían por un camino, marchan por otro después del encuentro con Jesucristo. Pudieron escuchar los pastores: gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Y ante esa escucha, ellos, como nosotros queridos hermanos, decimos también: vayamos a Belén, veamos lo que ha sucedido, contemplemos lo que sucede, oigamos lo que el Señor quiere comunicarnos. Allí en Belén, como nosotros, encontraron a Jesús, a María y a José. A Jesús, como nosotros hoy. Por Él el eterno Dios ha descendido al efímero hoy del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios, nos lleva a la eternidad de Dios, nos eleva queridos hermanos. Qué maravilla: Dios tan grande y se hace pequeño, Dios tan poderoso que puede renunciar al esplendor divino y puede descender al establo para que podamos encontrar su bondad.

Dejad, queridos hermanos, que toque nuestro corazón la bondad de Dios, que nos comunique la belleza del ser humano cuando deja entrar a Dios en su vida, la grandeza de todos nosotros cuando ejercemos el título que nos ha dado Dios, como nos decía el Evangelio, hijos de Dios. Dios a nuestro lado, Dios de nuestra parte, Dios con todos nosotros. Estoy hay que decírselo a los hombres; siempre, pero cuando a Dios se le quiere retirar mucho más. Pero hay que decirlo, hermanos, no con las fuerzas que a veces nosotros queremos. No utilicemos el Belén para machacar a cualquiera: eso no es de Dios. El Belén de Jesús es para entregar el amor de Dios. Nos lo da Él, de lo que nos da demos. Jesús a nuestro lado: no tengamos miedo, no hay miedo al lado de Dios, no hay miedo cuando Dios está de nuestra parte. Pero contemplemos a María que nos enseña a acoger siempre a Dios, a convertir nuestras vidas en un recipiente que solo quiere contener a Dios, el Sí a Dios, acogiéndolo en nuestro corazón. O a José, al hombre que en una adhesión absoluta a Dios, con una fe inquebrantable, desea vivir desde las razones de Dios y no desde las razones o lógica de los hombres. Él sabía que el misterio de amor nos saca de la pobreza y nos hace entrar en la riqueza de Dios, que es la que necesita este mundo.

Hermanos: la Navidad es misericordia y vence la indiferencia. Nada nos es indiferente, ni nadie: nadie. A todos tenemos que llegar con el título más bello que Jesús hoy nos regala y nos ha dado en esa página preciosa del Evangelio de san Juan: en Él está la vida de los hombres, está nuestra vida. Por eso en esta Navidad venimos a encontrarnos con el Señor en el misterio de la Eucaristía, y queremos que el Señor entre en nuestra vida, queremos que el Señor sea la última palabra que nosotros acogemos, la única palabra porque es la más bella, la más definitiva, la que nos da alegría, la que nos lanza a crear fraternidad, la que nos lanza a descubrir que el otro es mi hermano, la que nos hace descubrir que las rupturas, los muros, las separaciones, no son de Dios. Dios ha venido a hacer una familia. Y el grande, el que ha hecho todo, se ha hecho pequeño, porque es el único que puede hacerse pequeño, el único. Porque tiene poder es grande, y porque tiene poder se puede hacer pequeño. Los demás no podemos hacernos nada, solo con su gracia.

El Señor os bendiga, hermanos. Feliz Navidad a todos vosotros. Y que seamos capaces de descubrir la grandeza de ser cristianos. El acontecimiento más bello para un ser humano es haber conocido a Jesucristo y haber sido llamado a formar parte de la Iglesia. Hagamos atractivo este mensaje. El ser humano está perdido si no encuentra la salvación, porque lo busca por todas partes, y la salvación hermanos no la entrega nadie igual que nosotros por muy listo que sea. Nadie: ningún proyecto humano, ni económico, ni político. Nadie. Cristo es la salvación. Comuniquemos esto, que naturalmente nos hará estar al lado de los hombres de una manera determinada singular, con este título. ¿O es que la humanidad no necesita que se ejerza este título? Si es el más urgente: sabernos hijos y sabernos hermanos.

El Señor os bendiga. Feliz Navidad a todos, hermanos. Encontrémonos con la Navidad que es misericordia y vence la indiferencia.

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