Homilías

Martes, 01 marzo 2016 11:02

Homilía monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, en la Misa de las bodas de oro del colegio San Bernardo (28-02-2016)

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Querido don Avelino, vicario general de nuestra archidiócesis de Madrid; querido don Jorge, vicario episcopal de este territorio; querido párroco de esta comunidad, don Arturo; queridos don Andrés, don José Andrés, don Juan Pedro, don Iván. Estimado secretario general de Escuelas Católicas, delegada episcopal de Enseñanza de nuestra archidiócesis. Queridos diáconos, que tenéis una parte importante aquí, en esta institución educativa. Permitidme que recuerde de un modo especial a las Hermanas de la Caridad de Teresa de Calcuta: sois las grandes educadoras del corazón, hermanas, y ningún lugar mejor que este para haceros presente también. Educáis con obras, y estáis inscritas en el territorio de esta parroquia, una de vuestras obras aquí, en Madrid.

Querido director y claustro de profesores, queridos alumnos de este colegio de San Bernardo, queridos hermanos y hermanas todos que os acercáis para celebrar esta Eucaristía.

Quiero dirigirme también a quienes a través de TVE siguen esta celebración, y a todos los miembros del patronato de esta Fundación.

Hermanos: estamos celebrando los 50 años de una institución educativa que nació en el año 1966 aquí, en terrenos y en territorio de la parroquia de San Fulgencio y San Bernardo. Esta institución tiene una incidencia especial en la vida de la parroquia. Hoy nos reunimos para dar gracias a Dios por esta realidad educativa que es el colegio San Bernardo, en su 50 aniversario. 50 años acompañando al ser humano.

Sí, hermanos. Nos reunimos, porque sabemos bien que para una auténtica obra educativa no basta una buena teoría o una doctrina que comunicar; hace falta algo más grande y humano: la cercanía vivida diariamente que es propia del amor y que tiene espacios más propicios, ante todo en la comunidad familiar, pero de una manera también singular en la escuela.

La obra educativa tiene su culmen en la formación de la persona en todas las dimensiones de la misma. En ella, es central la figura del testigo que sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida. Está personalmente comprometido con la verdad que propone, y nunca el testigo se remite a sí mismo sino a algo mejor, a alguien más grande que él, a quien ha encontrado y le hace vivir una experiencia de confianza.

Tengamos la valentía de hacer descubrir a los niños y a los jóvenes el rostro verdadero del hombre, sin tapar o ignorar ninguna dimensión de la vida. Hagámoslo mediante el acompañamiento, para que conozcan la verdad y el bien. Verdad significa más que conocimiento. La verdad se dirige al ser humano en su totalidad, invitándonos a responder con todo nuestro ser.

Hermanos y hermanas: qué fuerza tiene para transformar la historia y la vida de los hombres enseñar acompañando.

La palabra de Dios proclamada nos da la oportunidad de descubrir la fuerza que tiene para la vida de los hombres lo que juntos acabamos de cantar en el Salmo 102: «El Señor es compasivo y misericordioso». Esa pasión por el hombre y ese amor incondicional es lo que el Señor desea y quiere que nosotros vivamos. Para ello, es importante que bendigamos al Señor y que nunca olvidemos todo lo que Él hace por nosotros. La cercanía de Dios, el dejarle entrar en nuestra vida, nos cura, nos rescata de toda situación que pueda comprometer nuestra existencia. Nos abraza regalándonos su perdón, nos colma de su gracia y de su ternura, nos enseña los caminos verdaderos por donde debemos ir, nos levanta con su bondad y no a la fuerza. Él y su amor nos convencen. Como decíamos en el Salmo, nos rodea su compasión y su misericordia.

Me gustaría dejaros tres aspectos, y que se conviertan en tarea y ofrenda como acción de gracias por estos 50 años educando y acompañando en el colegio san Bernardo.

En primer lugar, hermanos, hagamos experimentar la cercanía de Dios a los hombres. Como le pasó a Moisés, también nos pasa a nosotros en la vida cotidiana; como a él cuando pastoreaba el rebaño, el Señor se acerca a nosotros; a veces no nos damos cuenta de que es Él. Moisés vio una zarza ardiendo, y la simple curiosidad lo impulsó a ver lo que pasaba. Allí el Señor le manifestó tres realidades, como nos manifiesta también a nosotros. Le dijo: descálzate, es decir, vacíate de ti mismo, de tus egoísmos, de tus intereses, de tus indiferencias, de tus descartes. Descálzate. Es la única manera de poder escuchar a Dios, que nos sigue diciendo, como a Moisés: yo soy Dios, el único, es decir, yo soy el Dios que es la verdad y te sitúa en la verdad de quien eres.

Por otra parte, nos dice cómo Dios se fija en el hombre. He visto la esclavitud de los hombres, sus quejas, su opresión, su sufrimiento. Hermanos: qué maravilla. No somos una cosa más para Dios, somos predilectos. Él nos ama, Él nos quiere, desea que salgamos de las esclavitudes que tenemos. Y lo mismo que envió a Moisés a liberar al pueblo de Israel, con la fuerza de Dios nos envía hoy a nosotros a sacar a los hombres de la esclavitud. La mayor de ellas es no saber quiénes somos, quitándonos la libertad, cerrándonos en dimensiones de la vida que quizás no son esenciales.

Recordad hoy aquellas palabras con las que inició el ministerio san Juan Pablo II cuando decía: «No temáis, abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo». Hablaba a los fuertes, a los poderosos que tienen miedo de Cristo, que tienen miedo de que Cristo les quite algo de su poder. Y es cierto que quita: el dominio de la corrupción, el quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad, da libertad verdadera expresada en obras hasta dar la vida por el otro, sea quien sea. ¿Puede esto ser malo para los hombres?, queridos hermanos. ¿Estorba esto a la sociedad, o es que esa luz liquida toda clase de oscuridades, indiferencias, descartes, esclavitudes?.

Hermanos: hoy, acogiendo la palabra del Señor, acerquemos a Dios a los hombres, seamos Moisés, entreguemos libertad, vayamos junto a los hombres, viéndolos como Dios mismo los ve, miremos su opresión. Dios nos envía como testigos de su amor.

En segundo lugar, vivamos con fundamento que nuestra roca sea Cristo. La vida se puede construir sobre arena o roca. Construida en arena, cualquier viento o lluvia la hace caer; construida sobre roca, tiene firmeza y seguridad. No ignoremos a quien da fundamento a la vida: no dan fundamento verdadero solo las ideas, y estas pueden ayudar a darlo si es que hay algo previo que las hace surgir y que las pueda sostener. Las ideas solas pueden enfrentarnos queriendo que la mies es mejor y que se aproxima a dar mejor solución a los problemas. Quien da fundamento a la vida es una persona, Jesucristo. Él es la roca. Qué bien lo entendió san Juan de la Cruz cuando dice en «La noche oscura», al final, viendo a Jesucristo: «al fin encontré la dichosa salida». Cristo nos hace ver que el camino es Él. Él nos da el camino, la verdad y la vida. El apóstol Pablo lo ha experimentado en su vida. Qué dirección más distinta en su vida cuando se apoyaba en ideas y estrategias, y qué otra dirección toma cuando se apoya en la persona de Jesucristo. El apoyo en Cristo le lleva a decir que todo lo estima basura con tal de ganar a Cristo, con tal de ser y de existir en Él. A nuestra cultura, para nuestra convivencia, para dar respuesta a la emergencia educativa, a la crisis antropológica que padece nuestra cultura, urge dar fundamento en roca.

Que los cristianos seamos valientes para ofrecer a Jesucristo al estilo paulino, que mira a todos los hombres como hermanos, y les ofrece roca.

Y, en tercer lugar, regalemos el amor del Señor. Esta es nuestra misión. Qué bien nos lo ha dicho el Evangelio que acabamos de proclamar. Escuchemos al Señor que nos dice, viendo a los hombres: ¿pensáis que eran más pecadores?, ¿pensáis que eran más culpables?. Seamos, hermanos, como el viñador de la parábola que representa Jesucristo, que dice: deja todavía la higuera aunque no haya dado fruto, yo cavaré alrededor, echaré estiércol, a ver si da fruto. No la cortes ahora. Qué canto, hermanos, a la paciencia y a la misericordia de Dios con todos los hombres. Sabe esperar a que nos convirtamos, que en definitiva esto es dar fruto. Y lo hace amando, no insultando; lo hace con un corazón grande, en el que caben todos los hombres. Todos. Nadie es indiferente para Dios, nadie puede ser tirado.

El Señor sabe esperar, quiere esperar, da oportunidades, espera nuestra conversión. Quienes mejor entienden esto son los educadores verdaderos, que creen que la persona puede cambiar; hay que darle y poner los medios necesarios para ello. Sabemos que Dios no puede fallar.

Acerquemos a Dios a los hombres. Cavar para nosotros es ayudar a entrar en la profundidad de la vida, es dar lo necesario para que experimenten el amor de Dios y su misericordia. Su palabra, su gracia, su cercanía, su presencia, su rostro: esto es lo que hace el Señor con nosotros ahora, queridos hermanos. Él se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía. Se acerca a nosotros, nos ama, nos da la vida. Gracias, Señor, por darnos una oportunidad más para convertirnos, para dar una versión nueva a nuestra vida. Y hoy lo haces en este colegio de San Bernardo, que lleva 50 años acompañando, entregando la sabiduría a tanta gente, a tantos niños y jóvenes que vienen a este colegio.

Que el Señor nos bendiga. Regalemos el amor del Señor. Esta es nuestra misión

Amén

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