Homilías

Viernes, 25 diciembre 2015 16:50

Homilía monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, en la Misa del Gallo en la catedral de la Almudena (24-12-2015)

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Excelentísimo Cabildo catedral, señor Deán, vicarios episcopales, rector del Seminario metropolitano de san Dámaso, queridos diáconos, queridos seminaristas. Hermanos y hermanas todos. Feliz Navidad a todos.

Esta expresión que tantas veces estamos repitiendo en estos días, y que especialmente esta noche nos la decimos los unos a los otros, tiene una significación especial en nuestra vida. En el mensaje de Navidad que os daba a toda la archidiócesis os decía que la Navidad revela la misericordia que vence la indiferencia siempre.

Queridos hermanos y hermanas: una noticia extraordinaria hemos recibido en nuestra vida, una noticia trascendental, única, que no se puede comparar con ninguna de las que pueden llegar a nuestra vida. Lo acabamos de cantar en el salmo 95: «hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Esta noticia tiene tal fuerza para la humanidad que es la propuesta de parte de Dios de que todos los hombres estemos dispuestos a hacer un cántico nuevo, a que toda esta tierra sea capaz de hacer este cántico nuevo, sea capaz de bendecir a Dios, sea capaz de descubrir que la victoria de los hombres está precisamente en lograr hacer juntos este cántico, en lograr contar con las propias vidas de los hombres las maravillas de Dios, la alegría que Dios da al corazón del ser humano.

Queridos hermanos: Feliz Navidad. Cantad este cántico nuevo, proclamad este cántico nuevo. Alegraos. Este cántico llega a esta tierra, nos llega a todos nosotros. Si tuviéramos que resumir la Palabra de Dios que acaba de entregarnos el Señor a través de la Iglesia, tendríamos que decir esta frase, o esta expresión: «necesitados de Dios los hombres, Dios elige a su pueblo, del cual nosotros somos una pequeña parte, para que hagamos el mismo camino del Señor». Camino de paz, camino de vida, camino de verdad, camino de justicia, camino de honradez, camino de liberación, camino de fraternidad.

Queridos hermanos: hagamos este cántico porque, en primer lugar, los hombres estamos necesitados de Dios. ¿Qué palabras nos ha dicho el profeta Isaías en la primera lectura que hemos proclamado?: el pueblo camina en tinieblas y, cuando ve una luz grande como la que vio el pueblo de Israel en Belén, acreció la alegría, acreció el gozo, porque aparecía en esta tierra y en este mundo el que daba consejos buenos a los hombres, el que daba perpetuidad al ser humano, a la vida del hombre, el que entregaba la verdadera paz a los hombres, a quien hacía posible que dilatase las fronteras, desapareciesen; porque este Dios que nos ha nacido, este Dios que nos hace cantar un cántico nuevo, rompe las fronteras, rompe los egoísmos de los hombres, rompe las divisiones que nos hacemos los hombres, rompe las armas que utilizamos los hombres para defendernos los unos contra los otros. De tal modo que esa ruptura construye lo que el Señor nos decía: un mundo con una paz sin límites, un reino que viene de Dios, que no lo hacemos los hombres y que, para sostenerlo y consolidarlo, es necesario y urgente que los hombres nos abramos a Dios. Necesitados de Dios, queridos hermanos: eso es lo que nos dice hoy Belén. Nuestra cercanía a Belén nos dice que estamos necesitados de Dios.

Queridos hermanos: a veces los hombres nos estamos empeñando en retirar a Dios de nuestra vida, de la personal, de la colectiva, de la historia, quitar todo rastro y todo recuerdo de Dios. ¿Para qué, hermanos, para hacer una tumba de este mundo, para morir todos, para no tener horizontes? No, hermanos. Nosotros estamos aquí, esta noche, celebrando esta Eucaristía, porque queremos y deseamos hacer ese cántico nuevo que, con el Salmo que antes recitábamos y cantábamos todos, hemos dicho: nos ha nacido el Salvador, no podemos vivir de la misma manera, Él nos ha entregado su gracia, Él nos ha rebelado su amor, su misericordia; Él, haciéndose hombre, nos ha dicho que los hombres somos hermanos, que Él nos quiere dar un abrazo de verdad, un abrazo que nos recupera en la raíz, desde dentro.

En segundo lugar, hermanos, Dios ha elegido a un pueblo. Cristo, el que nació en Belén, ha hecho un pueblo nuevo: somos nosotros. Él ha hecho un pueblo nuevo para que el cántico que hizo le hagamos nosotros también. Si Él dio la vida, demos vida; si Él entregó resurrección, logremos y démosla también nosotros; si Él es la justicia, entreguemos esta justicia a los hombres; si Él construye la fraternidad, no con armas sino con la única arma que es capaz de romper la indiferencia, que es el amor, démoslo queridos hermanos, hasta la muerte. Seamos capaces de acoger esta noticia. Urge. Dios nos ha elegido, a todos nosotros y a mucha más gente, que en todas las partes de la tierra hoy escucha esta misma Palabra de Dios y este mismo cántico que se nos dice en él que cantemos el cántico nuevo, que es Cristo.

Habéis escuchado no solamente al profeta Isaías, queridos hermanos: Dios elige a su pueblo. Nos decía el apóstol Pablo que apareció la gracia de Dios en Cristo. Él es la salvación y trae la salvación. Ha aparecido la gloria de Dios. Pero el que es grande, el que lo puede todo, queridos hermanos, hace aparecer la gloria en lo más pequeño y en lo más humilde, los demás somos incapaces, los que nos creemos grandes somos incapaces de dar y hacer esa gloria en la sencillez, en la pequeñez. Sólo lo puede hacer Dios, este Dios que nació en Belén y tomó rostro humano. Él ha preparado un pueblo, como nos decía el apóstol Pablo, para que se dedique a las buenas obras. Dedicado a las buenas obras. ¿Y cuáles son las obras buenas que nos pide el Señor a nosotros, hoy? Las que Él hizo, queridos hermanos. Estamos en el Año de la Misericordia; estamos celebrando que los discípulos de Jesús, este pueblo, camina por este mundo, y no puede hacerlo de otra manera más que entregando el amor misericordioso de Dios. Ese amor que rompe las indiferencias, que rompe queridos hermanos los desintereses por los demás; al contrario, nos interesan todos, queremos a todos, queremos recuperar a todo ser humano en la raíz misma de su ser. Solo el amor de Dios es capaz de recuperar la vida. Lo vemos en el Evangelio, en infinidad de pasajes.

Y, en tercer lugar, Dios elige a su pueblo porque estamos necesitados los hombres de Dios, y quiere que se haga presente Dios a través de nosotros para que haga el mismo camino del Señor. Qué bonito, queridos hermanos, ha sido una maravilla el Evangelio que acabamos de proclamar. Sí, hermanos. Este Evangelio donde nos presenta no solamente esa imagen de Jesús, María y José, que protagonizan Belén. Nos presentan a los pastores. Yo quisiera que esta noche todos los que estamos aquí, empezando por vuestro arzobispo, se sintiese también como los pastores de Belén, haciendo el mismo camino que ellos. Lo habéis escuchado en el Evangelio que hemos proclamado: en la región había unos pastores, como aquí ahora queridos hermanos. Los pastores, en Israel, no eran hombres de buena fama, más bien todo lo contrario, eran hombres poco considerados, poco de fiar. Pero qué maravilla: Dios se acerca a ellos, porque Él nos dice ya desde su nacimiento que no ha venido a buscar a los justos sino a los pecadores; a todos nosotros, queridos hermanos, porque todos somos un poco pastores, todos estamos necesitados de que Dios se acerque y entre en nuestra vida como entró en la vida de aquellos hombres. Lo habéis escuchado: Dios los envolvió de claridad, el Señor los envolvió de claridad, la gloria del Señor les envolvió de claridad. Dejémonos envolver por el Señor.

¿Por qué en estas fechas, queridos hermanos y hermanas, los mejores deseos de nuestro corazón se suscitan?: necesidad de hacer el bien, necesidad de reunirnos la familia, necesidad de perdonar, necesidad de lograr una fraternidad... ¿Por qué?. Hermanos, no os dejéis engañar: es que el Señor se vale para envolvernos de su claridad y para hacernos percibir aquello que es más necesario en la vida del ser humano. Envueltos en la claridad. Qué maravilla: lo que nos pasa a nosotros. Dios les comunica que les trae una buena noticia, es la que nos quiere dar esta noche. No os sobra Dios, necesitáis a Dios. Y sabéis vosotros, como pueblo del Señor, que a Dios le necesitan los hombres, porque es la alegría de los hombres, el corazón del ser humano. Por eso, queridos hermanos, sencilla y llanamente acerquémonos al portal donde están Jesús, María y José como los pastores. Allí vemos a Dios que se ha hecho hombre, allí vemos a María que ha dicho Sí a Dios con todas las consecuencias, allí vemos a José que dejó de vivir de la lógica que tenemos los hombres para entrar en la lógica de Dios, no entendía pero se fió de Dios y se adhirió con todas las consecuencias en la fe a Dios. Los pastores adoraron al Niño, acogiendo el mismo camino que María y José: el Sí a Dios y la adhesión inquebrantable de José a Dios.

Hermanos y hermanas: hagamos este cántico nuevo. Esta tierra necesita de cantores con este canto. Sí, porque es un cántico que el pentagrama se escribe en nuestra propia vida, las notas están en nuestra propia vida. Son notas que nacen del amor mismo de Dios. Son notas que hacen verdad lo que hace un momento os decía: la Navidad, que es Cristo, revela la misericordia. Nos revela que hay que abrazar a todos los hombres, sin excepción. Y esto vence la indiferencia. No podemos ser indiferentes al daño, al mal, a la falta de verdad, a la falta de amor que tienen muchos hombres, a las guerras, a los enfrentamientos, a las divisiones por ideas. No. El Señor hoy nos reúne aquí no por las ideas sino en su persona. Él, el Salvador, el Cristo, el Señor.

Hermanos y hermanas: celebremos así la Navidad. Esta es la Navidad. Todos nosotros, y muchos más que nosotros, esos pastores que envueltos en la gloria de Dios y en la claridad de Dios se acerquen al portal de Belén para dejarse invadir por la experiencia de ver frente a frente al Dios que se ha hecho hombre y de ver a dos personas que hicieron posible la llegada y la entrada de Dios en esta historia: María con su Sí y José con su fe. Acojamos a Jesucristo. Se hace presente aquí. Dejadle un hueco en vuestro corazón y en vuestra vida. Ayudad a quienes tenéis alrededor a que le dejen un hueco. Seamos pastores.

Amén.

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