Homilías

Martes, 09 febrero 2016 15:24

Homilía monseñor Carlos Osoro en el Encuentro Red Ignaciana (6-02-2016)

  • Print
  • Email

Querido padre Antonio, rector de este colegio; padre Julio, rector de la Universidad, y padre Elías, uno de mis vicarios. Queridos hermanos jesuitas. Hermanos y hermanas todos.

Hemos tenido la gracia, y por eso creo que el Salmo se hace verdad en nuestras vidas. «Delante de los ángeles, tañeré para ti, Señor». Y el Salmo comenzaba: «Te doy gracias de todo corazón». Gracias al Señor de todo corazón por este encuentro, por este momento de vida de la Iglesia aquí, por la misericordia de Dios, por la lealtad que tiene con nosotros, porque experimentamos que cuando le invocamos Él nos escucha, que cuando nos reunimos en su nombre se hace verdad lo que hace un instante nos decía y rezábamos en el Salmo: Él acrecienta el valor en nuestra vida y en nuestro corazón.

La Palabra que el Señor hoy, en este domingo, nos entrega, creo que se podría reducir a tres palabras que os invito a que incorporemos en nuestra vida: disponibilidad, confianza y misión.

Lo habéis escuchado en la Primera Lectura del profeta Isaías. Él nos explica cómo ve la presencia del Señor y cómo, en un momento, se siente perdido porque se reconoce en lo que es y en lo que hace, que no es precisamente el camino que el Señor le pide. Y, sin embargo, siente cómo Dios le dice: he tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa. Y el profeta le dice lo mismo que a mí me gustaría que dijésemos todos nosotros esta tarde al Señor, como Isaías: Aquí estoy, mándame.

Tener esa disponibilidad es esencial siempre. Pero es esencial para la vida de quienes hemos sido llamados a la pertenencia eclesial, para quienes formamos parte de la Iglesia. La disponibilidad que nos manifiesta el profeta Isaías, y que nosotros también, con la sinceridad de nuestro corazón, le queremos decir al Señor esta tarde: Aquí estoy, mándame. Estoy disponible, estoy deseando, con tu gracia y con tu amor, comunicar lo que Tú eres. Tu fuerza, tu gloria y tu poder.

En segundo lugar, hay otra palabra que acabamos de escuchar en la carta a los Corintios: confianza. Confianza en el Señor, en la gracia. Qué manera más bella de reconocer el apóstol san Pablo que lo que él es lo es por la gracia de Dios. No ha sido ni por su valor, ni por su inteligencia, ni por su fuerza, ni porque sea un hombre sin pecados... Al contrario: por gracia. Por eso, él deposita toda su vida en una confianza absoluta en nuestro Señor. Lo acabamos de escuchar: «Por la gracia de Dios, dice Pablo, soy lo que soy. Su gracia no se ha frustrado en mí. La gracia de Dios conmigo». Y esta tarde, todos los que estamos aquí también podemos decirle al Señor eso: la gracia, o por gracia, somos lo que somos. Por gracia, estamos aquí. Y por gracia, el Señor nos ha regalado su vida y tenemos su vida. Ante un Dios que nos manifiesta esto, que nos ha dicho que Él nos purifica, como le dijo al profeta Isaías: me has tocado los labios, ha desaparecido mi culpa, me has perdonado, me has abrazado... Y nosotros le decimos: Aquí estoy, Señor, aquí me tienes. Y reconociendo, además como el apóstol Pablo: por pura gracia soy lo que soy. Somos miembros de la Iglesia, somos discípulos de Cristo y tenemos, además, la osadía, que no viene por nuestras fuerzas sino por la gracia que está conmigo, de querer hacerle presente en medio de los hombres.

Y, en tercer lugar, la otra palabra es misión. ¡Pero qué pagina más bella la del Evangelio que acabamos de proclamar! Porque aquí sí que podríamos decir, después de haber proclamado el Evangelio, aquello de Jesús en la sinagoga de su pueblo: hoy se cumple esta escritura. Hoy se cumple esta palabra aquí, en nosotros. Porque los que estamos aquí, alrededor de Jesús, agolpados, queremos estar agolpados alrededor de su palabra, dentro de un momento en su presencia real en el misterio de la Eucaristía. Hemos estado agolpados para escuchar su palabra. Y el Señor, como hemos visto, nos ha llamado. Le hemos dicho: aquí estoy. Nos envía a una misión y nos pasa, de alguna manera, como le pasó también a Pedro.

En Madrid hay mucha gente, muchos habitantes. Había más barcas que la de Pedro, más pescadores, pero Él cogió la barca de Pedro, y se sirvió de aquella barca para que todos le oyesen. Hoy la barca somos cada uno de nosotros. El Señor nos elige, nos ha llamado a nosotros, no porque seamos mejores, más listos o más inteligentes o más perfectos. Somos una pandilla de pobres hombres y mujeres que estamos aquí, llamados por el Señor, pero con la seguridad de que esta página del Evangelio se cumple. Hoy el Señor nos manifiesta que quiere nuestra barca. Él quiere entrar en nuestra vida y quiere hacerse presente en medio de esta historia y de este mundo, y del lugar concreto donde vivimos, a través de nosotros. Y el Señor además nos dice: rema mar adentro, entra en la profundidad del misterio de la vida, que solamente puede explicar Dios. Y a veces nos cuesta. «Pero Señor, si estamos hartos de echar redes y no hemos pescado nada en toda la noche». Pedro le hizo caso al Señor, porque el Señor tiene un proyecto que es una maravilla para este mundo.

Los que somos de mar, y hemos salido alguna vez a pescar con los pescadores, pues entendemos esto. Cuando vas por el mar, hay días en que por la luz, o por lo que sea, se ven los peces, ves cómo marchan, parece que se van a chocar y no tropiezan nunca, también ves cómo los grandes se comen a los pequeños, ves muchas cosas. Pero también se ve que cuando tiran la red los pescadores en el mar, cuando la suben, en ella todos están hechos una piña. En el fondo, esto es lo que quiere Jesús que hagamos: que en este mundo, con hombres que cada uno va por su sitio, que se intentan tragar unos a otros, los discípulos de Jesús echemos la red y hagamos una gran familia, todos unidos, todos juntos. Nadie sobra, nadie es indiferente. Todos valen. Pequeños y mayores, más grandes y más pequeños. Todos.

Y esto es posible. Es posible hacer que esto que estamos viviendo aquí, que esta mesa, sea una verdad en medio de este mundo; que alrededor de la mesa del Señor todos nos sintamos hermanos y todos seamos hijos de Dios. Alrededor de la mesa del Señor resulta que nadie sobra, es más, los más pequeños están delante, como pasa aquí ahora. Los más pequeños en todos los aspectos de la vida. Los que parece que no valen para mucho. Aquí. Delante. Los primeros.

Que esta palabra del Señor que hoy nos regala nos impulse a la misión. Nos impulse a hacer verdad por una parte a decir: Señor, te presto mi vida, mi barca, que es como esas barquitas de madera que hay en los puertos, que antiguamente estaban retiradas y cuando ibas a cogerlas para salir a la mar o a pescar pues había un bote de aquellos antiguos de tomate y sacabas el agua porque tenía tablas rotas. Pues así somos nosotros: a veces tablas rotas. Pero el Señor cuenta con nosotros para hacer verdad esto que, así visto, parece una utopía. ¿Pero es posible que los hombres y mujeres de este mundo podamos ser una gran familia, y sentarnos, y que nadie lo pase mal, y que los más frágiles estén los primeros, y que todos estemos dispuestos a ayudar a los que más lo necesitan?. El Señor nos invita a esto. Solo hace falta que nosotros repitamos, como Isaías: aquí estoy, aquí me tienes. Y también otra cosa: que nuestras fuerzas no bastan, con nuestras fuerzas ni siquiera cogemos la red. Es necesario aceptar lo que el apóstol Pablo nos decía hace un instante: por la gracia de Dios, yo esto lo puedo hacer, lo puedo conseguir, porque por la gracia de Dios yo puedo ser rostro de Jesucristo en medio de esta historia y en medio de los hombres.

Queridos hermanos: os doy las gracias por estas horas que he podido estar con vosotros y, sobre todo, por terminar así, por terminar junto al Señor, habiendo escuchado su palabra, habiendo visto que hoy se cumple esta palabra en nosotros. Y abriendo nuestra vida para que esto se haga donación. Vamos a recibir a Jesucristo, que se hace realmente presente en el misterio de la Eucaristía, aquí, entre nosotros, y vamos a hacer esta experiencia: dejarle entrar en nuestra barca. No os importe. Veréis que habrá alguna tabla rota. No importa. Dejarle entrar. La barca no se hunde, al contrario, se revitaliza y adquiere una belleza muy grande cuando el Señor entra en nuestra existencia. Que así lo vivamos y que así lo creamos. Amén.

Arzobispado de Madrid

Sede central
Bailén, 8
Tel.: 91 454 64 00
info@archidiocesis.madrid

Catedral

Bailén, 10
Tel.: 91 542 22 00
informacion@catedraldelaalmudena.es
catedraldelaalmudena.es

 

Medios

Medios de Comunicación Social

 La Pasa, 5, bajo dcha.

Tel.: 91 364 40 50

infomadrid@archimadrid.es

 

Informática

Departamento de Internet

C/ Bailén 8
webmaster@archimadrid.org

Servicio Informático
Recursos parroquiales

SEPA
Utilidad para norma SEPA

 

Search