Homilías

Miércoles, 16 septiembre 2020 10:18

Homilía del cardenal Osoro en la Misa de inicio de curso con la familia de Cáritas Diocesana de Madrid (14-09-2020)

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Queridos obispos auxiliares don Santos y don Jesús. Queridos vicario general, vicarios episcopales, hermanos sacerdotes. Director de Cáritas y el equipo de gobierno de esta delegación. Hermanos todos que trabajáis en nuestra Cáritas Diocesana.

La crisis que estamos viviendo a a causa de la pandemia que ha golpeado a toda la humanidad, pero que sin embargo nosotros tenemos huellas serias -y vosotros lo sabéis, porque habéis sido también quizá los que más habéis sentido los zarpazos que esta pandemia ha dado en nuestra archidiócesis de Madrid-; pero, sin embargo, de esta crisis podemos salir mejores si todos buscamos el bien de los demás, el bien común. Al contrario, si cada uno vamos buscando lo nuestro, saldremos peores.

Es verdad que en nuestro mundo y en nuestra sociedad pues estamos asistiendo, no solamente aquí en España sino en otros lugares del mundo, a intereses de grupos. Hay quien pretende de alguna manera apropiarse de las soluciones que habría que dar; creen que ellos las tienen, en el caso por ejemplo de las propias vacunas. Otros pueden fomentar divisiones. ¿Para qué? Para buscar ventajas políticas o económicas, u otros intereses. Y esto genera conflictos. Y otros simplemente pasan, y no se interesan, por todos los sufrimientos que tienen las personas. De alguna manera, hacen aquello de Pilatos: se lavan las manos. Sin embargo, es una maravilla veros hoy a vosotros, al iniciar el curso, viendo que la respuesta cristiana y las consecuencias socioeconómicas tienen una respuesta que se basa en el amor. En el amor de Dios que siempre nos precede. Él nos ama primero. Él nos precede en el amor, y nos precede también en las soluciones que tenemos que dar. Él nos ama incondicionalmente cuando acogemos este amor de Dios, y respondemos con el mismo amor. Y amamos no solo a quien me ama –mis amigos, mi familia , mi grupo–, también a los que quizá no me aman, a los que no me conocen, a los extranjeros, a los que me hacen sufrir, a los que considero a veces como enemigos…

Esta es la sabiduría cristiana. Y esta es la sabiduría que Jesús, si os habéis dado cuenta que la Palabra de Dios, en esta fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, nos ofrece el Señor. Esta sabiduría. Y es la que vosotros como institución, como Cáritas Diocesana, tenéis que realizar en esta tierra nuestra en la que tenemos que anunciar el Evangelio. Amar a todos. Absolutamente a todos. Es un arte. Y qué arte: cuántas cosas exige de nosotros. El amor verdadero es el que siempre nos hace fecundos. Siempre. Y nos hace libres. Libres. Se expande fácilmente. Es inclusivo. No retira a personas. Es un amor que cura, que sana y que hace el bien. Muchas veces nos hace una caricia. Sí: una caricia de perdón, sin argumentos, de un abrazo, de un escuchar, de un dar la mano. Es el amor inclusivo que sana. Por tanto, no se limita a relaciones entre personas o amigos, a la familia… Va más allá. Incluye otras relaciones: cívicas, políticas..., de todo tipo. Nos lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Nos lo dice la encíclica Laudato si: somos seres sociales y políticos. Y una de las más altas expresiones de amor es precisamente la expresión social, la que tenemos con los demás, que es decisiva para el desarrollo humano y para afrontar todo tipo de crisis.

Por eso, en primer lugar, antes de entrar en la Palabra de Dios, os quiero dar las gracias. Gracias a todos los que sentís algo que a mí me gustaría sentir. Por mí, estaría mucho más cerca de la gente de lo que a veces puedo mostrar. Puedo estarlo de corazón, pero no puedo estar ahí todo el día. Y vosotros lo estáis. Vosotros acompañáis en concreto, ayudáis, estáis al lado... Estáis al lado de todos. Solo Dios sabe lo que hacéis. Debemos amar, dialogar, construir aquello que el Papa san Juan Pablo II empezó a llamar la civilización del amor. Tenemos que hacerla. Y tenemos que hacerla aquí y ahora. Sí. Todo esto es lo opuesto a las divisiones, a las envidias, a las guerras de familia… Todo. El amor de Dios es inclusivo; es social, es familiar, es político. Es un amor que lo impregna todo. Y que vosotros lo estáis haciendo muy bien. Por eso os digo: Gracias.

El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para cada uno es el bien común, y viceversa: que el bien común es un verdadero bien para cada una de las personas. Si una persona busca solo su propio bien, es un egoísta. Es un egoísta. Si un grupo se aprovecha de las circunstancias para... no vale para nada. La persona se hace más persona cuando nos abrimos a todos. Cuando compartimos lo que tenemos.

Pues, queridos hermanos, habéis escuchado la Palabra del Señor. Que se resume en tres palabras, que a mi modo de ver son especialmente importantes en estos momentos: entrar, contemplar, y amar.

Entrar. Habéis escuchado la primera lectura que hemos proclamado de la carta a los Filipenses. El Dios en quien creemos, Cristo, no tuvo a menos hacerse hombre, estar en este mundo, estar en los caminos de los hombres. Y su Iglesia, de la que todos nosotros somos parte, tenemos que hacer lo mismo: hay que entrar. Este año -la tendréis muy pronto, porque la he entregado ya a la imprenta-, la carta pastoral que, de alguna manera, quiere darnos ese impulso a toda la Iglesia diocesana, la he titulado Quiero entrar en tu casa. Es aquel texto en el que Jesús entra en Jericó y ve a un hombre subido a un sicómoro, Zaqueo, y le dice: «Baja. Date prisa. Quiero entrar en tu casa». Y esa página del Evangelio me sirve a mí para deciros, viendo lo que el curso pasado veíamos con aquella otra página del Evangelio del ciego Bartimeo, «¿qué quieres que haga por ti?», pues hemos visto muchos sitios donde tenemos que hacer algo. Ahora vamos a entrar. No basta verlos: hay que entrar. Y Cáritas Diocesana es una institución singular y especial para entrar en el camino de los que más necesitan: de los más pobres. Hay que entrar. Hay que compartir. Hay que liberar. Hay que curar. Hay que sanar. «Quiero entrar». Hoy somos nosotros a los que el Señor nos dice: «Daos prisa. Quiero entrar en las casas, en los lugares, en los caminos donde están los hombres. Especialmente los que estén sufriendo más por las consecuencias que se está viviendo en esta pandemia». El Señor nos llama a la Iglesia. El Señor se anonada entre los caminos de los hombres. Y quiere que su Iglesia, de la que somos nosotros parte, entre precisamente en esos caminos y en los lugares donde estén sufriendo. Y entremos todos: los que tienen para dar. Todos para acercarnos a quienes están sufriendo más. Entrar.

En segundo lugar, contemplar. Esto no se puede hacer de cualquier manera. No somos unos asalariados. Somos unos creyentes, discípulos de Cristo y miembros de la Iglesia, que naturalmente recibimos lo necesario para poder comer. Pero para poder entrar en la tarea que como discípulos de Cristo tenemos, es necesario aceptar esta palabra que el Señor nos decía en el Evangelio hace un instante: «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente, así el Hijo del hombre». Contemplar. Él bajó. Nos dio un nuevo modo de vivir. Yo, os lo vengo diciendo durante esta pandemia aprovechándome de alguna manera del padrenuestro. Y os vengo diciendo que hay dos palabras que son dos sustantivos que son necesarios incorporar a nuestra existencia y a nuestra humanidad, que las ha olvidado: hijos y hermanos. Somos hijos de Dios y, por ello, hermanos de todos los hombres. Hay que contemplar a Cristo. Cómo hizo esto posible Cómo se acercó a los caminos de su tiempo, y cómo entregó en esos caminos vida a quien se encontraba. Quitó sufrimientos, quitó pobrezas, quitó divisiones… ¡Se acercaba a todos!

Contemplar. Vivamos en nuestra existencias estos dos sustantivos, que los ha olvidado la humanidad. Hay que actuar. Como nos dice el capítulo 25 del Evangelio de san Mateo: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y en la cárcel y me visitaste». Etcétera, etcétera. ¡Hay que actuar! El Señor cuando lo contemplamos, lo vemos, nos lanza hacia los demás siempre. Y hay que tener un nuevo modo de vivir y de ser, que es amar. Tanto amó Dios al mundo, tanto, tanto, que no solamente se hizo presente, sino que haciéndose hombre dio la vida por amor a todos los hombres, para que aprendiésemos a hacer lo que salva. La vida es vida de verdad cuando se entrega, no cuando se retiene. Y es vida para los demás y para nosotros cuando se da. Contemplemos al Señor. Os invito a todos los que trabajáis en Cáritas a que hagamos un esfuerzo quizá mayor. No solamente por entrar, como os decía antes, en todos los caminos, sino entrar habiendo contemplado a Jesús.

En tercer lugar, amar. Nos lo ha dicho el Señor: «Tanto amó Dios al mundo que ha venido para que tengamos vida eterna». Vida eterna. Porque el Señor no ha venido a este mundo para juzgarnos y decir «pero qué malos son estos o no se ... ». No ha venido a a esto. Ha venido, no para juzgar, sino para salvar. ¿Cómo? Amándonos. Amándonos. Él nos salva amándonos. Abrazándonos, queridos hermanos. Esta es la realidad de nuestra vida. Pues yo os invito de corazón, en estos momentos de nuestra vida, a que hagamos verdad esto. Las soluciones a la pandemia, tanto a nivel de las pequeñas o grandes comunidades, no vienen por las huellas del egoísmo. Vienen por las huellas del amor. Estemos atentos a construir, y a dar, y a regalar estas huellas. Como nos enseña san Ignacio de Loyola, orientar todos los esfuerzos cotidianos de nuestra vida hacia el bien común hoy es una forma de recibir y difundir la gloria de Dios. Para esto nos ha dejado el Señor aquí, como discípulos suyos y miembros de la Iglesia. Incrementemos nuestro amor. Nuestro amor social. Y quiero subrayar esto de amor social. Contribuyendo todos, a partir de nuestra pequeñez, en todo lo que los demás necesiten. El bien común requiere la participación de todos. Y si cada uno ponemos algo de nuestra parte, y si no dejamos a nadie fuera, podremos regenerar este mundo y esta sociedad. El peligro es dejar aparte a gente. «Este no me sirve».

Dios, su imagen, está dentro de nosotros mismos. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por tanto, también de alguna forma somos amor, porque Dios es amor. Dejemos lo otro: lo que se ha adherido a nuestra vida y nada tiene que ver con la imagen que somos. Dios es amor. Con su ayuda, podemos sanar y trabajar juntos, no solamente por el bien propio, sino por el bien de todos los hombres. La carta que esta próxima semana os escribo, la he titulado Eduquemos para el amor. Y os propongo diez bienaventuranzas para educarnos para este amor.

Que el Señor que se hace presente aquí entre nosotros, este Jesús que nos ha dicho hoy a la Iglesia: «entrad. Entrad en los caminos reales de los hombres,. Entrad. Contempladme. No vayáis de cualquier manera,. Y amad». Este amor viene a este altar, junto a nosotros, para provocar en nuestro corazón y en nuestra vida un cambio real de nuestra existencia. Acojamos a Jesucristo. Y comencemos el curso con esta gracia, que es sabernos discípulos de Jesús y miembros de la Iglesia. Con esta gracia de una Iglesia que quiere decir hoy, en Madrid, aquí y ahora, a todos los que nos encontremos: «quiero entrar en tu casa». A los que creen, a los que no creen, a los distantes, a los que están en contra… «Quiero entrar en tu casa». Quizá la belleza más grande para entrar la da precisamente Cáritas Diocesana. Hagamos un esfuerzo por esto. Que el Señor os bendiga y os guarde siempre, y que la Santísima Virgen os acompañe.

Cuántas veces a través de mi vida..- Hoy, allá en mi tierra, se celebra en Potes, en Liébana, se besa el leño de la cruz. Dicen que es el leño más grande que hay, o que se conserva. Y yo recuerdo las veces que lo besaba en este día, que han sido muchos años: 20 años de vicario general, y después los casi dos años que estuve, siendo arzobispo de Oviedo, como obispo también de allí, mientras nombraban a otro obispo; yo, siempre que me acercaba a besar el leño, decía: «Señor, que entre en el corazón de los hombres. Que entre, no con mis fuerzas, sino con las que tú me das. Pero, sobre todo, que entre queriendo a la gente, sin guardar nada para mí». Hagamos lo mismo siempre. Que así sea.

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