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Jueves, 12 febrero 2015 05:59

Monseñor Carlos Osoro asegura que “los derechos humanos no son negociables, preceden a todas las instituciones y son el fundamento de las mismas”

En su carta semanal, el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro Sierra, recuerda las palabras del Apóstol Pablo en la carta primera a los Corintios, ‘Por qué, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles’ (cf. 1 Cor 9, 16-19.22-23), y se pregunta si “somos libres o esclavos”. “La libertad, asegura, nos la entrega Jesucristo. Por eso, el Apóstol Pablo, una vez que ha conocido a Jesucristo, experimenta que no tiene más remedio que darlo a conocer, hablar de Él. Ha sido Jesucristo quien le ha devuelto la libertad y él desea que ésta, que ha experimentado en su vida, llegue a todos los hombres. De ahí sus palabras: ‘¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!’. Con esa misma libertad que le ha sido otorgada por Cristo, el Apóstol Pablo se hace esclavo de Él para ganar a los hombres y darles la libertad, y para curar a quienes se encuentran sometidos a las esclavitudes diversas con que los hombres intentamos encadenar en muchas ocasiones a los demás. Libres para ganar a los hombres, siendo esclavos de Cristo que es la vida, y que nos hace dar vida, salvación y curación a los demás”.

“Anunciar el Evangelio es dar vida, curar y salvar”, afirma, al tiempo que recuerda que este domingo se ha celebrado la Jornada Internacional de oración y reflexión contra la Trata de Personas. “El Papa Francisco nos recordaba recientemente que ‘el tráfico de seres humanos es una llaga en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una llaga de la carne de Cristo. Es un delito contra la humanidad’”. Ante esta situación, Mons. Osoro exhorta a tener “el atrevimiento de hacer una gran obra de arte. Pintemos el cuadro de la vida, de la historia y de la trayectoria que tienen que hacer los hombres en este mundo, con dos colores: el color del amor y el de la esperanza. ¿Dónde está la tarea de la Iglesia hoy? Es la de siempre: dar a conocer a Jesús y hacer santos con la vida misma de Cristo. Al igual que Jesucristo, el papel de la Iglesia es presentar el rostro del Señor y entregar su liberación, el diálogo con todos los hombres, y construir la comunión. Por eso el diálogo y la cultura del encuentro tienen que ser el canal que utilice la Iglesia, al igual que hizo Nuestro Señor Jesucristo; han de ser la herramienta básica para construir la paz y promover la conversión, creando fraternidad. Este cuadro que los discípulos de Cristo tenemos que presentar y ofrecer a todos los hombres no es ni más ni menos que globalizar el amor mismo de Dios manifestado en Cristo para todos los hombres. No se trata de una globalización que se reduzca a las finanzas internacionales, a la economía, a lograr acuerdos bilaterales… todo esto se escapa del control. Se trata de llevar la libertad a todos los seres humanos, de regalar curación”, de “hacer una globalización en la que todos se sientan integrados con su singularidad y enriquecidos con unas relaciones nuevas, fruto del amor que sigue regalando Jesucristo”. Asegura que a todos “nos gusta y es necesario que se nos hable en claves en las que percibamos el amor mismo de Dios. El cuadro pintado con esos colores del amor y de la esperanza nos abre paso a la apertura de un mundo diferente, en el que todos estamos más a gusto, en el que nos agrada vivir y entregarnos los unos a los otros”.

El Arzobispo de Madrid evoca su reciente intervención en un curso sobre el profesor y filósofo Julián Marías en el que “decía cómo Marías nos proponía una definición cristiana del hombre, que para mí tiene una actualidad especial: el hombre es ‘criatura amorosa’. Y lo es en verdad. ¿Desde dónde decía Julián Marías esto? Ponía en conexión dos textos bíblicos que son capitales: el relato de la Creación y la Primera Carta de San Juan. Para todo lo creado Dios dice ‘hágase’. Sin embargo, cuando crea al hombre dice: ‘hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’. Por otra parte, San Juan nos dice que ‘Dios es amor’. ¿En qué consiste ese ser imagen y semejanza de Dios? En que el Amor es lo que da consistencia al hombre, es su consistencia. Lo que es relevante es precisamente el Amor. Por eso el hombre aparece y es ‘criatura amorosa’. Para el cristiano, es primario el Amor, y esto tiene consecuencias extraordinarias, pues nuestro ‘yo’ tiene una referencia esencial a la ‘convivencia’, al ‘nosotros’. La infidelidad radical del ser humano es no verse, entenderse ni vivirse como ‘criatura amorosa’. Y es que no verse así es vivir no regalando libertad. Regalamos libertad cuando nos sabemos partícipes, viviendo con, en y desde el amor mismo de Dios, que nos impulsa a vivir para los demás. Urge anunciar a Jesucristo. Hagamos nuestras las palabras del Apóstol San Pablo: ‘¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!’”.

Invita a dar “vida a esta tierra, a la historia que vivimos los hombres. Para ello conviene descubrir la realidad íntima de Dios como amor. Y la realidad nuestra como criaturas suyas. Un Dios que se vacía de sí mismo y se autocomunica, que se revela de manera definitiva en la encarnación, en la cruz y en la resurrección. Dios, movido por su misericordia, no sólo nos permite asomarnos a su corazón, sino que en el Espíritu Santo nos hace sitio junto a su corazón”. “Movido por su amor, prosigue, se vacía de sí y se da a sí mismo como don, nos obsequia con la mayor proximidad. La luz de Dios y su cercanía al ser humano llega hasta tal punto que el hombre es cegado por ella, vive la felicidad y la paz que solamente Dios puede entregar junto con una experiencia de la misericordia divina total, y la entrega a los hombres. Lo hace dando dos colores a la vida: amor y esperanza. Y ello supone estar junto a todo hombre, sabiendo que refleja la imagen del creador, y que no podemos disponer a nuestro parecer de las personas. La Iglesia, en nombre de Cristo, se hace pregonera de los derechos fundamentales de la persona. Los derechos humanos no son negociables, preceden a todas las instituciones y son el fundamento de las mismas. Están expresados en el Evangelio”. Concluye invitando a pintar “el cuadro que nos toca hacer en la vida con dos colores: amor y esperanza”.

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