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Martes, 14 abril 2015 06:59

Monseñor Carlos Osoro se pregunta por qué los hombres queremos mantener la ley del terror y no la del amor

Ayer por la tarde, la Catedral de Santa María la Real de la Almudena acogió la celebración de una Eucaristía con la Comunidad Armenia para pedir por las víctimas del Gran Crimen cometido contra el pueblo armenio, del que se cumple en este mes los 100 años de su inicio.

Presidida por el Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, en su homilía se preguntó “por qué los hombres queremos mantener la ley del terror y no la ley del amor. Aquel entusiasmo que tuvieron todas las naciones después de la Segunda Guerra Mundial por la paz y la reconciliación, por descubrir que la grandeza del ser humano consiste en establecer la globalización de la ley del amor, pareciera que los hombres, en estos momentos, lo hubiésemos olvidado”. Por eso, insistió: “¿por qué no someter nuestras vidas a una curación del corazón? No podemos hacerlo por nosotros mismos. El mal nunca viene de Dios, que es infinitamente bueno; el mal llega cuando olvidamos y nos hacemos adictos a esta ley del temor, y no a la del amor. Somos imagen y semejanza de Dios”, aseguró. “¿Por qué empeñarnos en destruirnos, en hacer mártires?”, se cuestionó.

“Esta tarde, explicó, nos reúne la memoria y el recuerdo de un pueblo, y el Señor, para hacernos a todos esta pregunta: ¿por qué empeñarnos en destruirnos? También nosotros, como los primeros discípulos, decimos: Señor, hiciste el cielo, la tierra, el mar, todo lo que contiene… Tú inspiraste a nuestro siervo, David, para que dirigiera a tu pueblo. ¿Por qué, entonces, se amotinan los pueblos? ¿por qué planean acciones que llenan de terror a los demás? Estas preguntas, que se hacían los apóstoles cuando anunciaban a Cristo, surgen en lo más profundo del corazón humano cuando vemos la situación en la que estamos conviviendo los hombres en estos momentos de la historia”, señaló.

Reconoció que “todos los días tenemos noticias de masacres sangrientas, de crímenes atroces, de destrucciones de la convivencia entre los hombres, que nos llevan a sentir que pareciera que en este mundo globalizado estamos en una guerra permanente”. Y es que, para Mons. Osoro, “estamos construyendo la globalización de la indiferencia”.

Por eso, apuntó, en estos momentos “se nos invita a que hagamos un trasplante de corazón, a que tengamos las medidas del corazón de Cristo en nuestra vida: Él ama desmedidamente, da la vida, no consiente que nadie pueda ser destruido por ninguna causa”. Además, prosiguió, se nos invita “a hacer el gran descubrimiento que el Señor le hizo ver a Nicodemo: somos hombres y mujeres con valor eterno, y esto es lo que hay que establecer en el mundo”. Constató que, a diario, vemos martirios “provocados por no ver lo que en verdad es el otro: imagen y semejanza de Dios… Es necesario que nos dejemos iluminar por esta respuesta que nos da el Señor hoy, en el recuerdo y memoria de mártires, de hombres y mujeres que dieron la vida en vuestro pueblo, es necesario que recordemos estas palabras que el Evangelio nos ha dicho: te lo aseguro, el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios, no puede hacer visible la paz, la justicia, la verdad, la entrega. No puede construir una cultura del encuentro; hará la cultura de la muerte y del desencuentro”.

“El Señor, aseguró, nos regala una tarea urgente: la de construir la cultura del encuentro”. Y, para ello, “nos da un arma, la que nos decía el Evangelio: tenéis que tener mi vida en vuestra vida, acogedla. Por eso, el Señor nos invita a nacer de Él, a vivir de su amor y en su amor, a construir esta cultura donde los hombres nos veamos como hermanos y necesitados los unos de los otros. La cultura del encuentro no se hace ni con miedo ni con revancha, advirtió, sino que se hace con la ley”.

“La humanidad, advirtió, ha vivido en estos últimos tiempos tragedias tremendas. Una de ellas es la que nos reúne aquí para orar, para hacer memoria y para pedir al Señor que nos dé a todos los hombres audacia, coraje, capacidad para que, con su gracia, cerremos las heridas que quizá puedan seguir sangrando, que no han sido bien curadas o que, tal vez, sólo se curan con el bálsamo del amor mismo de Jesucristo. No hagamos memoria de la que a nosotros nos conviene para instaurar la cultura de la muerte: hay que instaurar la cultura de la vida”, concluyó.

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