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Miércoles, 03 julio 2024 10:13

El campamento que «no es un sueño, sino algo posible» para los niños de San Juan de Dios, en la UVA de Vallecas

El campamento que «no es un sueño, sino algo posible» para los niños de San Juan de Dios, en la UVA de Vallecas

Cada frase del padre Gonzalo Ruipérez daría para un titular y un reportaje aparte. Hemos quedado con él en su parroquia, San Juan de Dios, en la UVA de Vallecas, al día siguiente de su regreso de la serranía de Cuenca, donde ha estado una semana de campamento con los pequeños. Un total de 70 niños de entre 7 y 12 años, de los cuales 54 son hijos de las familias atendidas por la Cáritas parroquial. Esas para las que, cada mes, se desembolsan entre 40.000 y 45.000 kilos de comida, más 7.000 litros de leche, 9.000 pañales, 3.000 potitos… Y en esto no hay vacaciones: «Igual que se celebra todos los días, se abre Cáritas todos los días; mi concepto de caridad está unido a la Eucaristía. El día que se separe, lo dejo».

No es su primer campamento, ni mucho menos. «Llevo ya 47», detalla. Por eso sabe que «el campamento sale bien —aunque siempre pasen cosas—, en el sentido formativo, porque los niños vuelven tocados». Sabe que «hoy, cuando su padre no bendiga la mesa, van a levantar su mano derecha y se van a santiguar», porque así lo han aprendido. Sale bien porque «son siete días de escuela de vida pura y de Evangelio puro». Porque «yo huyo de entretener a los niños, eso que lo hagan sus padres; yo los educo».

Campamento san juan de dios ninos

Les enseña que hay que ducharse, los buenos modales en la mesa, a saber sentarse, a saber mirar… «A vivir en la vida ordinaria», siempre desde «el sentirse queridos, el abrazo y la sonrisa». Y a dar los buenos días, «que no es otra cosa que un padrenuestro».

Algunos piden dormir con la luz encendida porque «tienen miedo por la noche; a ver, vienen de estar en albergues». Otros comen lo que nunca: arroz, lentejas… El desayuno, con tostadas o galletas de las buenas es un puro gozo, y por eso tienen «una gran capacidad de agradecimiento».

Provenientes de 12 países diferentes, «toda Latinoamérica y España», a los padres también se les educa, por ejemplo, en la confianza. Algunos «han tenido tantas situaciones de violencia en sus países que a los niños los tienen muy protegidos». Por eso, aprenden a confiar en que sus hijos estarán bien. Sin móviles.

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Conociendo a Dios Padre

Hay quienes no tienen padre —o tampoco madre, y viven con la abuela—. En el campamento aprenden, mirando a Dios Padre, lo que significa esta figura. Lo cuenta Gonzalo de tal forma que uno se mete de lleno en cada historia. Con profundidad, con entusiasmo calmado, con asombro ante la humanidad, sin juicios, con infinito cariño. Con mirada misericordiosa, como esa de Dios que «los niños palpan en el campamento».

«Si vieras esa oración ante el Santísimo Sacramento de niños que no están bautizados…». Y aquí introduce los bautizos en su iglesia, 100 al año para una parroquia de 9.000 habitantes. O la afluencia a las Misas, 200 niños en la de 11:00 horas, por ejemplo. «Esto lo digo como milagro, porque yo soy un borrico». Unas Eucaristías que «son muy catequéticas» y en las que «la paz dura más que la homilía: diez minutos, ¡y que se abracen, si es que lo necesitan!».

También en el campamento había Misa. Cada día, a las 6:00 horas. Asistencia libre, «y venían niños». Los dos domingos fueron a la iglesia del pueblo en el que estaban, Cañizares, de 100 habitantes que en su vida habían visto acolitando a 13 monaguillos (niños y niñas, de la escuela de monaguillos que hay en la parroquia), con sus esclavinas verdes de tiempo ordinario. «Ni en la catedral [de Cuenca]», decían. Una ciudad, por cierto, que fueron a visitar uno de los días, incluido el Museo Paleontológico.

Campamento san Juan de Dios Misa

Obras de misericordia espirituales

Cada campamento —las familias no pagan nada porque está todo sufragado por la parroquia —tiene una línea catequética. La de este han sido las obras de misericordia espirituales, una para cada día. «Anoche a las dos de la madrugada estaba en casa de una familia, atendiendo a los niños». Dos hermanos de 7 y 9 años que acababan de llegar del campamento y se encontraron con una situación de violencia extrema, «de la madre hacia el padre», puntualiza. «Gonzalo —le dijeron cuando ya se hubo calmado todo—, ¿verdad que estamos practicando con mi madre las obras de misericordia?». «La vida es un campamento y el campamento es una vida», zanja el sacerdote.

Además de las obras de misericordia, los niños se quedarán «con la piscina y con que es posible». La piscina, la que disfrutaban cada tarde, horas y horas, en la casa de las religiosas del Hogar de Nazaret, donde han pasado estos días. «La única que van a tener en todo el año», remacha el padre Gonzalo. «Y con que es posible, que un campamento no es un sueño, que “ningún otro niño de clase me va a dar envidia”…».

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Violencia, dogas, prostitución…

Recién acabo el campamento, el padre Gonzalo ya piensa en lo próximo, que es el Camino de Santiago para adolescentes y jóvenes de 12 a 17 años. «Es lo mismo pero a lo bestia; aquí aparecen las realidades más fuertes» en chicos que «viven muy encerrados». Más de una vez, por ejemplo, han tenido que atender a niñas que les ha bajado la regla por primera vez. Niñas a las que «nadie les había contando ni enseñado nada». Chavales que viven por primera vez el «encariñamiento», el que le gusta alguien…

En este caso se lleva a 48 chicos, no más. «El éxito aquí es el “uno a uno”», y también el discernimiento de quién puede ir y quién no. Igual que no todos los menores son aptos para ir al campamento, no todos los adolescentes lo son para el Camino. Y no es porque no estén fuertes físicamente, sino «porque es su alma la que pesa poco». Hay chavales que venden droga, «hay chicos violentos, niñas que ya ejercen la prostitución…».

Sí, niñas que ya ejercen la prostitución. «Aquí en la UVA no hay Secundaria; a los 12 o 13 años, si una niña es guapa, pues el primero [que se acueste con ella]». Y así, el párroco ha «evitado abortos». Se acuerda especialmente de una niña de 13 años, embarazada, que quería seguir adelante con el embarazo en contra de los padres. «Yo la apoyé».

—¿Tuvo al bebé?
—¡Lo bauticé! Hace ya dos años.

Campamento san Juan de Dios excursion

Igual que pasa con los voluntarios. «No todos los educadores pueden ir al campamento». No le valen al párroco los voluntarios de verano de última hora. «Hay que estar aquí todo el tiempo; si no, el niño es observado como un espectáculo». Más de cien personas ayudan a los pequeños en el apoyo escolar a lo largo del curso, y son ellos los adecuados, «porque saben dónde le duele a cada niño». Porque esto no es una cuestión de que «te dé pena, sino de quererlos», agrega. «Nada de pena, ¡quiérelos!».

Ya cuando nos estamos yendo, le preguntamos por la casa que hay en el bloque de enfrente. Era de la señora Juana. De ella le oímos hablar al padre en la pandemia, cuando las colas del hambre se hicieron visibles en San Juan de Dios. «Murió hace dos años», nos cuenta. Con tres hijos en la cárcel y un piso que en realidad era narcopiso —«¡cuánto pecado en esta casa!», se lamentaba la mujer—, otra de las hijas se la vendió, muy por debajo del precio de mercado, y un conocido suyo le regaló la reforma completa. Ahora se llama Casa de María. «Porque María fue madre y también hija, y así esta casa es para los niños por las tardes y para los mayores por las mañanas».

Campamento San Juan de Dios dinosaurios

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