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Miércoles, 20 enero 2016 15:32

Intervención del arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en la presentación de la colección «Obras de misericordia. 14 libros breves» (20 de enero de 2016)

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Muchas gracias al Padre Fernando Prado, CMF, por presentarnos estas Obras de Misericordia de esta manera tan original. El ser original y creativo lo da también, yo creo, la juventud. Pero de todos modos hay que agradecerle que lo sepa hacer así, porque lo hace más agradable, se acoge mejor en el corazón cuando se ponga uno a leer lo que los autores dicen de las mismas. Y gracias al Padre Ángel también por hacer posible, no solamente una de las obras de misericordia que ha escrito, sino que tengamos este encuentro y esta reunión. Gracias a quienes habéis hablado, José Manuel Vidal y Manuel Mª Bru, por vuestras palabras.

Creo que lo que estamos viviendo aquí es algo muy sencillo: que otro mundo es posible si es que asumimos estas obras de misericordia, que al fin y al cabo son diversas fotografías del rostro de Nuestro Señor Jesucristo. Cada una de esas obras.

Por otra parte, no solamente este mundo diferente es posible. Es más, es que Dios ha querido que sea diferente, que sea distinto, que se haga verdad esa oración que sabemos casi todos, que salió de labios de Jesús, y que es una oración de la familia humana. El Señor la quiso entregar para todos los hombres: el Padrenuestro. Ejercer el título que Dios nos ha dado de hijos de Dios significa ponernos a vivir como hermanos. Es el título que Dios ha dado a todo ser humano que ha venido a este mundo, sin excepción; se lo entrega a todos y no es necesario ninguna matrícula ni ningún gasto para poder tener este título, simple y llanamente es un regalo de Dios del que algunos por pura gracia somos conscientes y otros quizás -porque los que somos conscientes no somos capaces de ejercerlo con todas las consecuencias- no acaban de creérselo del todo. Pero es verdad que es el título que más necesitamos los hombres.

El papa Francisco, en la Bula que nos regalaba con motivo del Jubileo de la Misericordia, nos decía con respecto a la Iglesia que la misericordia era la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Y que para que sea de verdad una viga maestra en la Iglesia, los que nos decimos cristianos nos tenemos que revestir de la ternura, del testimonio, del anuncio, de esta misericordia de Dios. Por gracia de Dios, he estado casi siete años de arzobispo de Valencia, otros siete en la archidiócesis Oviedo, que es donde tiene su origen este gran hombre, que ya es universal, el Padre Ángel. Él nació en la cuenca minera, en Asturias, y allí es donde yo empiezo a conocerle personalmente, aunque ya le conocía de oídas. Y donde comencé a tener relación con él, y a ver las obras que su organización, la que Nuestro Señor ha querido que él hiciese, prestándole la vida para ello, pues hace en muchas partes del mundo. Esa viga maestra de la que nos habla el Papa, que es la misericordia, que se hace revestidos de la ternura de Dios, con el testimonio, haciendo creíble con nuestra vida que eso es cierto.

Recuerdo que tuve un predecesor, como arzobispo de Valencia, que en 1568 era nombrado arzobispo de Valencia, siendo trasladado de Badajoz: me refiero a san Juan de Ribera. Y tiene un sermón que es precioso. Al estar en Valencia me tuve que leer todos los Sermonarios de san Juan de Ribera. En ese sermón decía a la gentne: habéis oído de Dios que es omnipotente, que es poderoso, que ha creado todo lo que existe. Y es verdad todo eso. Pero, ¿sabéis cómo habéis conocido a Dios?. Cuando Dios ha mostrado su rostro en Jesucristo de padre que es misericordioso. Ahí hemos conocido quién es Dios de verdad para nosotros. Un Dios que no te pone ninguna condición, que te quiere entrañablemente. Y los que nos hicimos discípulos de Él, decía este santo, tenemos que mostrar ese rostro, regalar este rostro a todos los que nos encontremos por la vida, no solamente a los que nos parece que son los mejores. A todos. Yo, desde entonces, comencé, no a vivir, porque eso es difícil, sino a creer que en la vida el que asume este rostro que Jesús nos revela, que es viga maestra para la iglesia, y diría más, que es viga maestra para este mundo, es imposible que los hombres podamos vivir sin perdón y sin misericordia, sin acercarnos a todas las realidades que nos describen las obras de misericordia. Este mundo necesita que nosotros acerquemos este rostro.

San Juan de Ribera terminaba el sermón animando a todos a que fuesen ese rostro. Y él decía: «Yo me comprometo a serlo». Y yo siempre pensaba: este hombre que llegó a ser no solamente arzobispo de Valencia, sino que el rey le nombró virrey de Valencia, Capitán General... Y yo siempre digo: si ya es difícil ser santo siendo arzobispo, no te digo nada con tantas cosas qué difícil es llegar a ser santo. Y llegó a ser santo. Él mostró este rostro de verdad en medio de este mundo. Y soy consciente, por las obras que he visto, que desde el siglo XVI permanecen en Valencia de él, que mostró ese rostro. Que es posible este mundo diferente, porque el ser humano tiene esas posibilidades. Puede decirle a Jesús: Señor, enséñame tus caminos. ¿Y cuáles son los caminos de Jesús? Los que nos enseñó en el Padre Nuestro. Los que nos da con ese título: ser hermanos de otros. Y cuando uno se siente hermano de otro, de quien esté a su lado, sea quien sea; cuando uno es capaz de salir por los caminos del mundo, en esa salida misionera de la cual el papa Francisco nos habla tantas veces, se encuentra con situaciones diversas y muy diferentes de los hombres. Pero se acerca a ellas, no se escaquea, sino que se acerca, hace aquello que Jesús nos dice en la parábola del Buen Samaritano: aquel hombre tirado, ante el que muchos pasaron de largo, pero ante el que sin embargo uno se acerca, se agacha, lo mira, lo levanta, lo cura, lo venda, le presta su cabalgadura, se pone a andar él y sube a la cabalgadura a quien está mal, lo lleva a que lo cuiden, se encarga de que lo cuiden de verdad, se responsabiliza de él, no pasa, le deja allí y marcha, sino que cuida de él, se responsabiliza y le dice al posadero que cuando vuelva le dará lo que se haya gastado... Este rostro, hermanos y amigos, es el que es necesario que entreguemos en este mundo. Otro mundo es posible. Hagámosle. Pero convencidos, además, de que es posible hacer este mundo si practicamos las obras de misericordia.

Yo no he hecho libros, pero hice unos dibujos que os regalé. Para el que sabe leer menos, en el dibujo están las obras de misericordia. Son dibujos hechos espontáneamente, corriendo, pero que expresan todas las obras de misericordia. Son dibujos que se entienden perfectamente. Son las obras que seguro que, en algunas de ellas, algunos se sienten identificados, y que nos llaman a que demos de comer, de beber, a que vistamos, a que les demos posada, a que les visitemos si están enfermos, a que les cuidemos hasta el final de sus vidas y celebremos, también, el final de su vida como se merece todo ser humano, que es imagen de Dios.

Muchas gracias a todos y, especialmente a los Padres Claretianos, porque la editorial Claret tiene también una familia que la sostiene. Es una editorial que se sostiene con la buena voluntad y con el trabajo de muchos, y de una gran familia, que nos da la posibilidad hoy de tener estos libros. Como esta gran familia de Mensajeros de la Paz que hace posible que disfrutemos, no solamente de una misericordia teórica, sino vivida. Yo recuerdo, ya siendo arzobispo de Oviedo, que fui a Lima por un viaje que me mandaron de Roma ir. Y allí me encuentro con el Padre Ángel. Y con tres realidades que pude ver con él: un colegio de dos mil niños que comían -los que iban por la mañana- gracias a que les daba de comer al mediodía Mensajeros de la Paz, Padre Ángel, y los que venían por la tarde comían antes de ir a clase. Era la comida que hacían... Visité otra zona donde había unos chalets, unas casitas muy bonitas, donde vivían diez o doce niños en cada casa, niños de la calle que vivían con una familia, con cariño... Visité una residencia de ancianos que se había construido para los españoles que habían emigrado pero que no habían hecho mucho y se habían tenido que quedar allí, y para que no pasasen vergüenza y estuviesen cuidados hasta el final de sus vidas allí hizo un hogar que, además, estaba abierto a los peruanos también, a toda la gente. Yo siempre digo que por las obras se conocerá a las personas. Yo sé que decir esto a mí me va a costar que me “casquen”, pero uno ya está acostumbrado, y también viene bien que a veces te “casquen”, porque eso te hace espabilar. Y espabilar más.

Por último, deciros lo que os quería decir antes con respecto a san Juan de Rivera. En él descubrí una cosa: tuvo muchos enemigos, pero decía «¿Yo enemigos? Yo no puedo decir eso, yo soy cristiano. Yo tengo hermanos, yo no puedo mirar a nadie como enemigo porque es mi hermano». Eso cuesta mucho. Pero al final, cuando uno va teniendo muchos años, qué bonito es caminar por la vida teniendo solamente hermanos. Tú eres mi hermano. Y es muy bonito caminar así... ¡Qué bien se duerme por la noche!

Muchas gracias.

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