España

Miércoles, 06 mayo 2015 06:30

El misionero Josep Frígola, desde Níger: tras de ataques y muertes, queda el perdón

Desde Niamey, Níger, el misionero Josep Frígola, Padre Blanco, cuenta la situación en este país, después de que han transcurrido ya unos meses desde los ataques a las iglesias y a los cristianos como consecuencia de las manifestaciones, en Europa, de apoyo a la revista Charlie Hebdo. Josep Frígola, sacerdote de Gerona, llegó a África hace ya 50 años. Desde entonces, trabaja para que se restablezcan las relaciones de amistad y convivencia entre cristianos y musulmanes, ya que han tenido que vivir “una verdadera profanación de lugares y de personas sin ningún tipo de freno”.

“Ya han pasado tres meses de los terribles acontecimientos en contra de las iglesias y comunidades cristianas en Zinder y Niamey, principalmente el 16 y 17 de enero.

Podríamos decir que hemos recuperado la calma y la tranquilidad pero no podemos todavía hablar de paz. Todavía persisten las incógnitas sobre las verdaderas causas de lo sucedido. Por desgracia, el rescoldo fomentado por el radicalismo religioso musulmán, el mal ambiente sociopolítico y la mayoría de la población joven en paro y desamparada, todavía es capaz de reavivarse en cualquier momento para retomar los ataques. La mayoría de malhechores se han escabullido o escondido en madrigueras. Como se utilizaron reportajes audiovisuales en los medios de comunicación y vídeos particulares para identificarlos y detenerlos, muchos huyeron y otros se han escondido.

Fueron detenidos unos doscientos, sobre todo adolescentes y jóvenes; en cuanto a peces gordos, promotores e instigadores, detuvieron a muy pocos. ¿Y qué pasa con la población? Dejando al margen a los amigos más cercanos y a alguna voz notable lejana, la gente en general, al día siguiente, sin ir más lejos, puso la cabeza bajo el ala. No se sabe bien cuáles han sido los mecanismos por los que no se han querido ‘mojar’, han reaccionado como si no pasara nada, han relegado su propia responsabilidad al gobierno y a los culpables. En esto último, está claro que estamos hechos todos del mismo patrón. Parece como si la estrategia que nos protege se quedara muda y enjaulada; como mucho, intentaremos ver quien tiene la culpa, reservándonos una piedra en la faja para poder acusar, dejando que la misma tempestad se lo vaya llevando el agua.

Seguramente que esta actitud de la gente, en general, y de la población de aquí, en particular, esta falta de respaldo a las víctimas y la ausencia de rechazo de tanta barbarie, es lo que ha hecho más daño a los que hemos creído siempre que nuestra presencia y trabajo iban destinadas al servicio de todos sin distinción. Nos duele de verdad. Ahora mismo, si se nos pide generosidad a la hora de perdonar, tenemos que perdonar igual o más a la población, debido a su pasividad, como a los propios malhechores.

Nos hemos reunido varias veces para analizar los hechos e intentar suavizar los traumas. Después de recibir tanta estopa, hacen bien en tomárselo no sólo con filosofía sino también con humildad-realidad que nos hacen decir: dejemos de hablar de su absurda fechoría, retomemos camino, hablemos un poco más de lo que nosotros hubiéramos podido hacer mejor, de cómo podemos rehacer de nuevo relaciones de amistad, reconstruir las instituciones de ayuda religiosa y social para bien de todos y de los más desfavorecidos, en particular.

Con ocasión de la Pascua de Resurrección, cada año el obispo celebra una misa en la cárcel. Este año se ha encontrado a un buen número de jóvenes y adolescentes que habían hecho su ‘buena obra’ y, tal vez, todavía estaban orgullosos de ello… ¿dispuestos a repetirlo? No hace falta decir que fue un momento propicio para ofrecer perdón a los que querían. Hemos visitado otras cárceles del país con esta misma intención. Para los dos compañeros de Zinder, muy afectados, que pudieron ir a celebrar la Pascua con su comunidad en la sala de la biblioteca, el local que más ha sobrevivido a la hecatombe, fue un momento conmovedor. El sentido profundo de la fiesta y la fuerza de la fe que revuelve las tripas antes que las montañas les dieron ánimo para ir a la cárcel a perdonar a sus verdugos.

En una de las visitas que se hizo a otra cárcel, a las afueras de Niamey, nos enteramos que habían permitido a los jóvenes relacionados con la quema y destrucción, ir a trabajar al huerto que hay al lado del centro penitenciario para desahogarse; pero antes, el director, bien o mal intencionado, les dijo que la tarea del huerto, el pozo y los dispositivos eran fruto de un proyecto de los cristianos a los que habían maltratado hacía apenas unas semanas.

No me alargo más. No hay vuelta de hoja. Volvemos a la misma canción de siempre: perdón y perdonar. Sí, la misma canción, sin que tenga ninguna palabra de enfado, con la cabeza serena y el corazón enternecido. Me atrevo a decir que, si ponemos a ello, todo el mundo es capaz de perdonar. Incluso me parece que somos más capaces de perdonar que de pedir perdón. Hace falta no obstante entrar descalzos en este terreno sagrado que da vida y libera. Todo aparece como nuevo a estrenar. Sólo hace falta ser sinceros, generosos, ofrecer al otro lo mismo que queremos para nosotros. Saber perdonar es el arte que nos permite ser creativos e imaginativos al máximo. Primero, lo afrontamos todo de frente y, después, comenzamos a rehacer vínculos, una buena relación, con el objetivo de amarnos de nuevo. Siempre, está claro, más allá y por encima de los hechos, que no se olvidan casi nunca, y de las marcas de las llagas, que permanecen. No olvidar y quedar marcados no disminuye en nada un perdón gratuito y victorioso”.

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