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Miércoles, 19 noviembre 2014 04:51

Mons. Arancedo: “El país necesita un testimonio de diálogo y de respeto institucional”

El arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo, analizó en una entrevista su reelección en la presidencia de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) y aseguró que la Iglesia debe mantener su autonomía y cooperación con la sociedad, en un marco de diálogo y respeto, y en este sentido, señaló que la Argentina “necesita un testimonio de diálogo y de respeto institucional”.

En una entrevista concedida al diario El Litoral, de la capital provincial, monseñor Arancedo habló de diversos temas y consideró, frente al recambio de autoridades y el proceso eleccionario de 2015, que tanto el gobierno como la oposición deben pensar en un proyecto de país que trascienda “la chicana política”. Sumando a esta idea, dijo que la dirigencia “debe estar por encima de la coyuntura”.

—¿Cómo vivió su reelección al frente del Episcopado? ¿Lo tomó de sorpresa o ya estaba prevista?
—Bueno, en la Conferencia Episcopal los cargos son por tres años y solamente se admite una reelección. Yo había concluido, y con el agravante de que tengo 74 años; el año que viene tengo que renunciar como arzobispo, así que no . Pero el parecer de los obispos era que tenía que continuar.

—Es inevitable tomar en cuenta que esto coincide con un período de transición política, previo a un recambio institucional…
—También, por eso a los obispos les parecía oportuno que continuara. Y bueno, uno no se puede negar, aunque por ahí cuesta un poco tener que estar viajando. De todos modos lo hago con gusto, porque es lo que uno siempre ha hecho al servicio de la Iglesia, y de la Iglesia al servicio de todos. Me encuentro muy cómodo, lo hago con cariño.

—Tampoco escapa al análisis su perfil dialogista, conciliador…
—Sí, la Iglesia siempre es respetuosa de los órdenes institucionales, que responden a la elección que ha hecho el pueblo. Por lo tanto la Iglesia siempre habla en términos de autonomía y de cooperación. En un marco de diálogo y de respeto, que no implica que uno no tenga libertad para hablar. Hemos hablado de muchos temas: el aborto, el narcotráfico, la violencia. Y no siempre puede ser que a todos les guste que la Iglesia conserve esa libertad, que es fidelidad al Evangelio.

Pero también la cooperación. Argentina necesita un testimonio de diálogo y de respeto institucional, ejemplarmente. Hoy día la dirigencia tiene una gran responsabilidad, no sólo en la diligencia en el servicio que debe prestar, sino en capacidad de proyectar, crear horizontes en los cuales el pueblo se encuentra representado y con ganas de seguir un camino, un proyecto. Es tarea de la dirigencia mirar con ojos más proféticos, no quedarnos tan atados al pasado y a la coyuntura, sino abrir horizontes que den esperanza.

—Esto se echa en falta, parece que prevalece la mirada coyuntural y existe incapacidad de mirar al futuro con objetivos comunes
— La coyuntura es necesaria, no la podemos evitar. Pero tenemos que tener la grandeza de objetivos para no quedar atrapados en ella. Y en eso aparecen siempre las famosas políticas de Estado, en las que tiene que estar el país de acuerdo; tanto gobierno como oposición, por lo menos en las grandes líneas. Sobre todo en los ejes principales: educación, salud, vivienda, proyectos a nivel internacional. No se trata de un gobierno, sino del Estado.

A veces la tentación es lo inmediato, pero hay que saber mirar lo que viene después. Hasta saber perder para ganar, no se puede ganar siempre. A veces hay que saber mantener identidades, proyectos, ideas. En el marco de una democracia puede haber momentos en que no le toca a uno, le toca a otro. Pero el rol del dirigente es estar siempre, a veces en el segundo lugar, y acompañar desde la oposición. Eso también es un gran valor.

—En este contexto, causó impacto su exhortación a respetar los tiempos de la Constitución y no aprobar leyes de fondo a las apuradas
—Hay que aclarar primero que a la Iglesia no le corresponde hacer leyes, eso es tarea del Parlamento. Pero sí está en la sociedad, y por lo tanto le corresponde colaborar. Una Iglesia muda no le sirve al país, una Iglesia que habla sí. Y con un anclaje importante, pero no le corresponde hacer leyes. Ahora bien, las leyes tienen un marco de referencia institucional, los tiempos que la Constitución marca. Y a eso hay que respetarlo. El ser apurados no siempre es bueno. Tampoco el ser demasiado lento: como se dice a veces de la Justicia, si es muy lenta deja de ser Justicia.

Los parlamentos tampoco deben ser eternos. Tiene que haber acuerdos políticos sobre los tiempos en que hay que trabajar, y trabajar en ese tiempo. Un tiempo que es vacío no sirve. Un tiempo fecundo es de diálogo, de trabajo. Hay que aprender eso, y no usar todo como chicanas políticas; eso también nos debilita. El legislador tiene que reclamar su tiempo para las leyes de fondo, que son importantes para el país, pero no dilatar las cuestiones in eternum. Y también saber que las leyes se pueden modificar; también hay que tener la grandeza de hacerlo cuando sea necesario.

Sobre el Sínodo
—¿Qué análisis hace del reciente Sínodo?
—Ha sido importante, y el Papa ha tenido una actitud destacable. Estuvo en todas las reuniones, escuchaba y no hablaba; sólo habló al final. Quería escuchar. Alentaba a que fuéramos libres, que habláramos con libertad. Esto fue muy valorado. Y hay que decir que el Sínodo remarcó la identidad y la verdad del matrimonio y la familia. Habló de indisolubilidad, unidad, fidelidad, apertura a la vida, responsabilidad generativa. Son ejes centrales, a los que se presentan desafíos. Y a esos desafíos la Iglesia los quiso poner y estudiar. Poner perspectivas, que deberán ser maduradas y analizadas por las iglesias locales, en el año que nos separa de la asamblea general del Sínodo de 2015.

Todo esto fue positivo. Y aparecían cuestiones sobre las que algunos obispos decían una cosa, otros otra, pero siempre sobre bases comunes. Ahora se abre un año de reflexión y de trabajo. Creo que estamos en una Iglesia con deseos de responder a los nuevos desafíos que se presentan a la familia, al matrimonio. Pero al mismo tiempo presentando la verdad y la belleza del matrimonio y la capacidad de vivirlo. Para la Iglesia el matrimonio sigue siendo entre hombre y mujer, unidos en la diversidad y en la complementariedad, orientado a la vida. Esos son valores que la Iglesia hace muy bien en sostener.

En un mundo un poco líquido, light, donde todo cambia, hay cosas que tienen un sentido muy profundo: el amor, la vida, la familia. Cuando criticamos los problemas que tenemos hoy en día, hay que mirar también a las familias. Cuantas veces nos encontramos con hijos huérfanos de padres vivos. Por eso creo que el Sínodo tiene que fortalecer la verdad y la belleza de la familia; que también sepa envejecer con alegría. No vivir en la ilusión de la juventud eterna, y saber madurar lo que tiene que madurar con el tiempo.

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