Mundo

Viernes, 23 enero 2015 05:18

La Infancia Misionera en 75 sacos de arroz

¿Qué significa ser un niño de Infancia Misionera? Según el decálogo de Infancia Misionera, es mirar con ojos de hermano a todos los niños del mundo. Es, como afirma el lema de Infancia Misionera de este año, decir: “Yo soy uno de ellos”.

Por eso, desde principios de diciembre, los niños de Infancia Misionera recibieron una cartulina con un dibujo impreso. Era la hucha del compartir. Había que colorearla, según la inspiración artística de cada uno, recortarla, pegarla. El resultado, una casita con sus tejas, sus ventanas y puerta y niños de diversos países del mundo. Una misma casa, con los hermanos reunidos.

Los niños de la parroquia de Rafelbunyol, en Valencia, por ejemplo, la fueron llenando poco a poco, con pequeñas renuncias y mucho amor, pensando en tantos niños que ni siquiera pueden privarse de esas “monedas rojas” de uno, dos, cinco céntimos. Ya en Navidad, las llevaron al belén de la Iglesia, y formaron un pequeño poblado alrededor del Niño Jesús, la Sagrada Familia, los pastores. Mucho cariño y mucho amor, porque se trata de “cambiar el mundo” y esto se hace poco a poco, cambiando primero el corazón.

Estos niños valencianos y los de otros lugares del mundo que llevaron a cabo gestos similares pensaban en lugares como “camp Jeroow” en Mogadiscio, Somalia. Un sitio donde no hay tiendas, sino una especie de montículos tapados con telas y sostenidos por ramas, palos, hierros… Están en medio de lo que fueron edificios, ahora destruidos por la guerra. Así viven los refugiados en Mogadiscio, Somalia. Quizá el país más pobre de la tierra. Un país que aparece en las noticias cuando los “piratas somalíes”, tras secuestrar un petrolero en el golfo de Adén, piden un rescate.

Son sobre todo niños, a los que acompañan sus madres y personas ancianas y enfermas… afectadas por tuberculosis, malaria, tifus. Todos llegaron del interior de Somalia movidos por la desesperación, buscando en la capital, el alimento y lo más básico. Y es que, desde 1991, Somalia está en guerra. Contra sí misma y contra todos. Eso ha provocado que haya un millón cien mil refugiados internos y otro millón viviendo en países vecinos como Kenya, Etiopía y Yemen – una cuarta parte de la población del país.

La ayuda internacional llega, principalmente, a los grandes campos de refugiados como el de Dabaad, en Kenya, que acoge a más de medio millón de personas. Los pequeños campos de Mogadiscico son, en comparación, minúsculos. El de Jeroow acoge a 40 familias, el de Indholeyasha otras cincuenta, el de Banafunzi a otras treinta… y sigue la lista… Forman parte de los barrios de la periferia de la ciudad. Son los más pobres de los más pobres.

A estas familias, a estos niños, se les ha hecho llegar el fruto de las huchas de Infancia Misionera. Las que llenaron niños como los de Rafelbunyol. Ocho mil dólares, que parecen poco al lado de un avión de ayuda humanitaria mandado por la ONU, pero con los que se han comprado comida, sacos de harina, de azúcar, kilos y kilos de dátiles, aceite y ¡75 sacos de arroz! Sacos que parecen haberse llenado con los céntimos de muchos niños, puñado a puñado.

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