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Miércoles, 28 enero 2015 05:20

Fallece a los 105 años el sacerdote más anciano de China

Según informa la agencia católica de noticias UCA News, la semana pasada fallecía en China el padre Ye Yaomin, a la edad de 105 años. Así termina una vida épica que comenzó con la caída de los emperadores, pasó por guerras y la intolerancia del Partido Comunista, siendo siempre fiel a su fe.

El padre Ye, que gozó siempre de una excelente salud hasta estos últimos meses, parece ser que quiso abandonar los cuidados hospitalarios. Según relataba la hermana Chen Jianyin, que lo ha cuidado en los últimos años, el padre Ye “nos decía que la Iglesia es su casa, y él tenía que morir en su casa”. El anciano sacerdote murió precisamente después de que sus parroquianos lo llevaran a la Iglesia de la Inmaculada Concepción de su localidad natal de Foshan, en la provincia china de Guangdong.

En 1937, Ye comenzó su formación en el Seminario Mayor del Sur de China, que estaba en Hong Kong, donde permaneció durante siete años. Casi hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Tras volver a Guangdong, fue ordenado sacerdote en Guangzhou en 1948. Un año después, el Partido Comunista llegaba al poder tras ganar la guerra civil.

En 1955, al joven sacerdote se le acusó de tener en su poder recortes de prensa, que había recibido de antiguos compañeros de estudios de Hong Kong. Fue desterrado a la desolada provincia de Quinghai, castigándoles con la pena de tener que cuidar cerdos. Una vez, según cuenta la hermana Chen, le preguntaron si odiaba al Partido Comunista por sus sufrimientos. El odio, dijo, es en sí mismo un pecado.

No fue hasta 1989 cuando pudo volver a su ciudad natal, de la que había estado alejado miles de kilómetros durante más de 30 años. Mao había muerto cuatro años antes, y China estaba aflojando el férreo control al que había sometido a la religión. El padre Ye, ya con 70 años, comenzó su ministerio en la diócesis de Jiangmen. En un periodo en que se reconstruían iglesias a lo largo de toda China, el padre Ye se unió a esta labor, rechazando las repetidas invitaciones de sus familiares para emigrar al extranjero. Fue siempre una persona muy generosa, recuerda la hermana Chen, ayudando en lo poco que podía a los demás, sin importar su religión. Siempre decía que el dinero era de Dios, no suyo. Dios sólo “utiliza mis manos para dárselo a los demás”.

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