Mundo

Martes, 10 febrero 2015 05:00

Un día ordinario

Job 7, 1-4. 6-7: “Se me han asignado noches de dolor”
Salmo 146: “Alabemos al Señor, nuestro Dios”
I Corintios 9, 16-19. 22-23: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio”.
San Marcos: “Curó a muchos enfermos de diversos males”

Apenas nos acomodamos en el taxi colectivo y se inició la charla. Completamente desconocidos los pasajeros, pero nos esperaban más de dos horas de camino entre Ocosingo y San Cristóbal y convenía salpicarlas de desenfadada conversación. Así nos enteramos de la vida y obras del joven chofer. En un día con dificultad alcanza a realizar dos viajes y ya son diez horas de carretera, topes, curvas, baches y enfrenones. A eso habrá que añadirle el tiempo de tediosa espera en cada una de las terminales. Por más que hago cuentas, no logró completar un salario digno para sustentar a su esposa y a su pequeño hijo, pero él continúa dialogando alegremente sobre la cuota que tiene que pagar al patrón, sobre los personajes que ha trasladado y sus sueños de convertirse en dueño de su propio taxi robándole horas a la noche en viajes especiales. ¿A qué horas come, cuándo está con su familia, cómo descansa, cuánto tiempo aguantará ese ritmo? ¿Cuáles son sus ideales? Mil preguntas se me ocurren al escuchar cómo vive un día el taxista.

El evangelio de este domingo nos invita a descubrir en pocas líneas los rasgos fundamentales de la vida de Jesús. Contemplando un día ordinario de su vida podremos descubrir su corazón: un día ordinario pero vivido de manera extraordinaria. San Marcos nos ofrece como un día “tipo”, en la vida de Jesús, lo que haría cada día, para que nosotros nos acerquemos a Él, lo acompañemos, nos dejemos impactar y tengamos un encuentro profundo con Él. Mirando cómo vive Jesús tendremos que cuestionarnos cómo vivimos nosotros y cómo damos plenitud a nuestro tiempo. Donde está Jesús hay vida, crece la vida y esto lo descubre quien lee y profundiza esta página de Marcos o todo su evangelio.

El primer rasgo que nos llama la atención es que comparte y dialoga, se acerca a los suyos. Comienza San Marcos diciendo que: “Fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés”. Es el Cristo que se ha encarnado y que viene a la “casa” de los hombres, que ha puesto su tienda en medio de ellos, que comparte sus esperanzas, sus anhelos y sus dificultades. Algunos, después de siglos, lo han querido reducir a imágenes y le piden que se quede solamente en sus templos, que no intervenga en la vida cotidiana, que no se salga de sus nichos, que ya cuando lo necesitemos, acudiremos a Él y le llevaremos una veladora. Pero Jesús no quiere quedarse encerrado, quiere compartir nuestras vidas y hacerse parte de nuestra historia. Quiere con su presencia y su amor influir en las decisiones de cada día, llenarlas de su amor y de su justicia, darle sentido a nuestra cotidianidad. ¿Lo dejaremos entrar en nuestras casas, en nuestras vidas, sin ocultarle nada, sin ponerle barreras, que pueda participar plenamente como uno de nosotros?¿Nos damos tiempo nosotros para dialogar con los cercanos?

Jesús no es de esas visitas incómodas e inútiles, su presencia es siempre salvadora. “La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús”. Al llegar Jesús a casa, se encuentra con el dolor y la enfermedad. Allí realiza la primera curación que nos relata Marcos. Da la salud a la suegra de Pedro como signo del Reino de vida que ha venido a anunciar, pero además lo hace en sábado, día de reposo y oración, que la legislación judía había convertido en camisa de fuerza prohibiendo todo tipo de trabajo. Así al mismo tiempo que sana, libera. Y si leemos con atención este pasaje descubrimos el modo de actuar de Jesús: se acerca, toma de la mano y levanta. Todo un proceso de salvación. Acercarse y ponerse a la altura del que está tirado; tomar de la mano, un gesto que significa más que muchas palabras; y levantar, que tiene un sentido cristológico muy profundo relacionado con la resurrección. Así es el actuar de Jesús. Pero además, después de curar, la antes enferma se pone a servir. Jesús quiere que el resultado inmediato de su liberación sea la actitud de servicio, madurez y disponibilidad frente a los demás. No ata ni hace dependientes a las personas, les otorga su don y les da, además, la plenitud de libertad para que, como Él, encuentren la verdadera felicidad en el servicio. ¿Tenemos tiempo nosotros para levantar al que sufre?

Jesús tiene tiempo para estar con los cercanos pero también para acercarse a todos los necesitados. San Marcos nos dice que al atardecer se acercaron a Jesús toda clase de personas necesitadas. Nos encontramos a Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, perdona a los pecadores, sana a los poseídos por espíritus malignos, y está siempre atento a los males y dolencias de los demás. Nos muestra a Jesús que difunde vida y restaura lo que está enfermo. Con su compasión y misericordia, atrae hacia Él la miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, ciegos, sordos, marginados, personas que les falta vida. Y Jesús los acoge, los restaura, humaniza, libera y devuelve la alegría y la vida a todos. Su tiempo se llena de misericordia, de atención y de cercanía a quien más lo necesita. ¿Nosotros podemos dedicar espacio y atención a los demás?

La intensa actividad de Jesús tiene un soporte: su relación íntima con su Padre Dios. Por más ocupado que esté, por más urgente que sea la predicación y la atención a los necesitados, por más fuertes que sean las controversias, siempre habrá un momento para darle el primer lugar a su oración y su relación con su Padre Dios. Por eso lo encontramos de madrugada, en la oscuridad, apartado, haciendo oración y disfrutando del amor del Padre. Soledad y oración sostienen el ministerio de Jesús. Diálogo íntimo, confidencias amorosas constituyen parte esencial de su tarea. ¿En mi día ordinario hay un momento para Dios?

La misión de Jesús es predicar, dar testimonio, anunciar el Evangelio, es decir llevar Buena Nueva. Y anunciarlo a todas las gentes, a todas las naciones, pero sobre todo a los más pobres y necesitados. Su palabra no se puede reducir al pueblo de Israel, rompe las fronteras para construir con todos los hombres la gran familia de Dios. Para San Marcos la palabra de Jesús tiene una vital importancia y su anuncio es imprescindible. Así lo escuchábamos también de San Pablo que dice a los Corintios: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio”. Es lo que ha aprendido del Maestro y es lo esencial de todo cristiano.

Cristo llena de plenitud y vida cada momento del día. Quizás algunos de nosotros nos parezcamos más a Job que siente lo pesado y el sinsentido del trabajo cotidiano, renegamos de nuestras tareas, las vamos sobrellevando y no vivimos a plenitud, ni damos vida. Al contemplar el tiempo de Jesús tan lleno de sentido, también nosotros debemos reflexionar sobre nuestras actividades, su importancia y su valoración. ¿Qué tiempo y qué lugar les damos a la familia, al trabajo, a la oración, a los amigos, al anuncio del Reino?

Señor, que nos otorgas el don valioso de la vida y del tiempo, concédenos valorar cada una de nuestras acciones para que, a semejanza de las de Jesús, vayan encaminadas a mostrar tu amor y a construir tu Reino. Amén.

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