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Lunes, 16 marzo 2015 04:25

Mons. Arancedo explica los dos niveles de la relación entre Dios y el hombre

El arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz, monseñor José María Arancedo, explicó que “cuando queremos definir la relación entre Dios y el hombre tenemos que hablar, necesariamente, de dos niveles. Uno es el plano de la creación y el otro, el definitivo, el plano de la redención. Uno no niega al otro, pero sí nos muestra dentro de la continuidad de un mismo plan una diferencia cualitativa”.

“No podemos hablar de Jesucristo como enviado del Padre, si no partimos de que es el mismo Dios que ha creado libremente al hombre el que le envía a su Hijo. Siempre está en la base el amor de Dios que crea un hombre libre, no un robot, y luego, ese mismo amor del Padre que envía a su Hijo, Jesucristo, para acompañarlo y comunicarle su misma vida. Lo permanente es el amor de Dios”, sostuvo.

El prelado consideró que “a la apertura y necesidad de esta vida de gracia o sobrenatural nos lleva, también, la conciencia de nuestra fragilidad que necesita ser sanada de esa fuerza interior, del pecado, que nos inclina al mal. En Jesucristo participamos y celebramos del triunfo de la gracia sobre el pecado” y estimó que “para comprender esta condición del hombre debilitado por el pecado y necesitado de la gracia, nos puede servir el testimonio de los grandes santos, pienso en san Pablo y san Agustín”.

“Ambos descubren la necesidad de la gracia desde su experiencia de fragilidad. Ellos no negaban lo bueno y el valor de lo humano, pero sí la conciencia de su debilidad a causa del pecado, que lo sentían como una fuerza que se oponía al bien que querían vivir y realizar. Para ellos, Jesucristo no era una idea religiosa más o una doctrina entre otras, sino la presencia y el testimonio del amor de Dios, creador y redentor: ‘Nosotros hemos conocido (en Jesucristo), nos dice san Juan, el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él’”.

Por último, monseñor Arancedo afirmó que “este encuentro con Jesucristo era el comienzo, para ellos, de una vida nueva que potenciaba todo lo humano y lo libraba de aquella fuerza interior que lo limitaba. Jesucristo no vino a ocupar el lugar del hombre, sino a iluminar y sanar desde el hombre toda la creación. Este don que nos da la fe en Jesucristo es también una tarea que nos responsabiliza ante el mundo”.

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