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Viernes, 10 abril 2015 06:13

Una vocación sacerdotal en las selvas de Myanmar

En la archidiócesis de Yangon, en el sur de Myanmar, la antigua Birmania, se encuentra la aldea de Pho-Kan-Bay, hogar de 400 vecinos. Es una zona que se conoce como “la fábrica de católicos” porque en ella, cada año, se bautizan muchas personas. El padre Juan Pablo, un joven sacerdote, formado en el Seminario de San José, en Yangon, es su pastor y también el de otras cuatro parroquias. Llegar hasta ellas para decir la misa, confesar, celebrar bodas le lleva varias horas de viaje en un bote por el río. Y es que, sencillamente, no hay suficientes sacerdotes para atender al creciente número de católicos, por lo que muchos fieles a veces tienen que esperar un mes para asistir a misa.

La gente de Pho-Kan Bay, aunque es pobre en dinero, es rica en fe. Incluso lo poco que tienen, lo comparten. Su espíritu generoso se demostró en el 2010, a la hora de construir la nueva iglesia. Las donaciones de esta comunidad se sumaron al dinero que les llegó de las Obras Misionales Pontificias. “Esta tierra es conocida por la generosidad de su gente”, dice el P. Juan Pablo. “Pagaron por cada ladrillo con el que se construyó la iglesia. ¡A pesar de que no tener nada, tienen mucha fe!”. La misma casa donde vive Juan Pablo la construyeron los feligreses. Uno de los fieles incluso compartió madera de su humilde hogar, así que, como dice el joven sacerdote, es fácil vivir con ellos.

Desde que se construyera la Iglesia de la Sagrada Familia, se les ha hecho más fácil el ir a misa a la gente de Pho-Kan-Bay. Antes, tenían que viajar más de una hora a un pueblo vecino. Muchos de los que no tienen barco no podían asistir a misa regularmente.

Moses Mattha, uno de los ancianos del pueblo en el que ha vivido toda su vida, dice: “Antes de que llegara el padre Juan Pablo, los ancianos organizaban un servicio de oración. Ahora podemos recibir la Comunión y todos los Sacramentos. La gente está más unida y cada vez más personas se acercan a la iglesia”. La Obra Pontificia de San Pedro Apóstol, una de las cuatro Obras Misionales Pontificias que dedica toda su actividad a las vocaciones en países de misión, ha ayudado a este joven sacerdote a que su vocación fuera una realidad. Y ha merecido la pena.

El padre Juan Pablo no es sólo el líder espiritual de esta comunidad, también se involucra en las necesidades del día a día de sus feligreses. El año pasado construyó un camino de cemento para que los niños pudieran ira a la escuela en la estación de las lluvias. También es al primero que se llama cuando hay una emergencia en la aldea, para que lleve al hospital más cercano, que está a dos horas de bote por el río, a los que han sufrido mordeduras de serpientes o tienen ataques de malaria.

El padre Juan Pablo confía en que su gente supere los desafíos del futuro. “Soy feliz ayudándoles espiritual y socialmente. Creo que, con la ayuda del Señor nuestra fe crecerá”.

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