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Viernes, 24 abril 2015 06:15

Entrevista a una hermana contemplativa en África sobre las vocaciones en países de misión

La hermana María de los Ángeles Cornelles es una religiosa de clausura valenciana, concretamente de Benicarló, que está en Guinea Ecuatorial. Desde su convento de las Concepcionistas Franciscanas en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, responde a OMPress con motivo de la Jornada de Vocaciones Nativas que se celebra este domingo 26 de abril.

Según María Ángeles, “las vocaciones nativas son un verdadero manantial de vida para los pueblos que las han visto nacer y crecer, florecer y dar frutos. Para sus gentes son presencia y testimonio del verdadero mensaje. Si el Evangelio es testimoniado por gentes del lugar será más fácil que sus enseñanzas echen raíces en los corazones y en las almas de las buenas gentes que lo presencian”.

P. -¿Tienen vocaciones en su convento de Malabo?
R.- Tenemos seis jóvenes, tres de ellas guineanas, ya profesas, una aspirante de Camerún y dos de Nigeria, que quieren hacer junto a nosotras el camino Concepcionista. El mismo que el Espíritu infundió a Santa Beatriz de Silva, vivido desde la clausura contemplativa y la sencillez franciscana.

P.-¿Cómo son estas jóvenes africanas?
R.- Las jóvenes guineanas pertenecen a distintas tribus. Están en un momento de su vida en la que les surgen inquietudes, interrogantes, por eso se plantean opciones vitales porque sus corazones están en búsqueda.
Son generosas y dispuestas y, en algunos casos, verdaderas heroínas. No lo tienen fácil. Hay que vencer resistencias, presiones familiares y, en algún caso, tribales. Para la mujer africana el primer valor es la maternidad. Renunciar a la maternidad biológica y valorar y vivir la maternidad espiritual es un proceso que requiere tiempo, renuncias, y mucha oración. Pero por el Reino vale la pena.

P. -Si no están hechas para la vida contemplativa, ¿tienen otras opciones?
R.- Hay jóvenes que se acercan a nosotras buscando una orientación para su vida. Otras vienen solicitando compartir nuestro carisma contemplativo. A todas las acogemos y a todas las acompañamos. Si, al final, juntas y después de mucho compartir, vemos que Dios las llama a otras opciones, seguimos ayudándolas en su búsqueda. Con las que deciden quedarse con nosotras, iniciamos el proceso de discernimiento y formación.
El proceso se plantea desde una acogida inicial, una escucha atenta y un acompañamiento. Una buena acogida cálida ayuda a la confianza y derriba muros; una escucha atenta ayuda a la persona a sentirse valorada; por último, viene una ardua tarea que se prolonga en el tiempo y que llamamos el acompañamiento. Como dice el lema de este año de Vocaciones Nativas, “Qué bueno caminar contigo”, también nosotras caminamos juntas para conocernos mutuamente. Llegado el momento se decide tomando siempre la mejor decisión para el bien personal de la joven y el lugar más apropiado para que pueda responder a la llamada.

P. -¿Qué opina sobre el trabajo que se lleva a cabo para ayudar a las vocaciones en países de misión?
R.- Creo que hay recursos suficientes como para que ninguna vocación se marchite por falta de recursos ya sean económicos, materiales o personales. Debemos “invertir” los recursos disponibles en estos jóvenes, que quieren iniciarse en la vida religiosa o sacerdotal, y que provienen de familias pobres, algo que en los países de misión son la mayoría.
Las vocaciones nunca deben ser gravosas para las familias. Debemos tener en cuenta que la mayoría de las candidatas a la vida religiosa provienen de familias modestas o pobres y, a veces, han sido una fuente de ingresos, por su trabajo y el sueldo que aportan a la familia. No quiero con ello decir que hemos de cargar con las necesidades de su familia, pero sí saber que ellas de su familia poco pueden recibir. Pienso que la ayuda a nuestras comunidades que son “presencia” en medio de los pobres y desheredados del mundo merecen ser una prioridad a tener en cuenta.

P. -Para finalizar, ¿qué hace una religiosa contemplativa valenciana en un país como Guinea Ecuatorial?
R.- Pues muy sencillo: ser presencia, “vivencia próxima”, de vida cristiana en un país que aunque cuente con abundantes recursos naturales tiene una población pobre. Intentamos compartir nuestro “saber”, nuestro hacer y nuestro ser de monjas contemplativas entre aquellas gentes de corazón sencillo. Y también nosotras aprendemos de ellos valores como la alegría, la hospitalidad, el compartir, la fortaleza ante la adversidad afrontada con escasos recursos, su religiosidad… Intentamos inculturar el Evangelio entre aquellos que Jesús llama los preferidos del Reino.
Para nosotras que habitualmente tenemos nuestros monasterios en las ciudades del primer mundo, marchar para establecernos en las “periferias”, es un signo de estar en éxodo, en camino, como nos dice el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium que quiere una Iglesia “en salida”. En salida hacia las periferias donde habitan los pobres, donde están los que nada cuentan.
Queremos ser signo de esa teología del acompañamiento, donde lo más importante no es el hacer sino el estar y el ser, en la que solo cuenta una presencia que sea significativa. En definitiva no hacemos otra cosa que vivir el Carisma de Concepcionistas Franciscanas que nos legó Santa Beatriz de Silva. Esa ha sido la llamada que recibimos y queremos responder allí con nuestra presencia y oración.

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